Re’ q’a yowamhik (Nuestra enfermedad)

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Kajkoj Maximo Bá Tiul[1]

En nuestras comunidades no existe la palabra corrupción.  Cuando se habla de este y otros problemas recurrimos a la palabra enfermedad. “Tyajel” (Q’eqchi’), Yowamhiq (Poqomchi’), Yab’iil (K’iche’).  Cualquier enfermedad, trae consigo, “rahilal” (Q’eqchi’), “tiqilal” (Poqomchi’), k’ax (K’iche’).  La corrupción, la colonización, la ambición, el servilismo, arribismo, robo, se le entiende como enfermedad. Cuando un miembro de la comunidad se aprovecha de los demás, se dice que está enfermo.  Ser ladrón: “aj elq’” (Q’eqchi’), “aj jeleq’ (Poqomchi), “elq’om” (K’iche’), es igual a ser corrupto, considerados como enfermedades sociales.

Cuando se pregunta a las comunidades; ¿jarub’ chihab’ anawan xkulunik li qa tyajel? (Q’eqchi’), ¿Jenqal xoqik qa yowanjik pan qa yukul? (Poqomchi), ¿Cuándo llegó la enfermedad a nuestra comunidad? Responden: “desde que vino el dinero”.  Es decir, cuando se comenzó a competir y no a compartir.  Cuando la ambición por tener hizo a un lado al ser.  Cuando se comenzó a vivir por el “yo personal” y no el “yo colectivo”: el “nosotros”.  Cuando dejamos que nos quitaran el principio de la comunalidad, por el bien común de la modernidad.  Cuando nos arrebataron el principio de la tierra y el territorio para todos, por el principio de la propiedad privada moderna.  Cuando nos impidieron ser pueblos originarios y nos introdujeron el concepto moderno del campesino.

Como dirá nuestro amigo Aj Xol Ch’ok: li yalok chi rix li ch’och’ ink’a’ jwal kaw xb’aan naq ink’a’ naqeek’a naq qe li qana’aj (Q’eqchi’), a la lucha por nuestra tierra como que no le damos mucho valor, porque ya no sentimos la pertenencia a nuestro lugar.  Entonces nos sometieron o nos impusieron las leyes del mercado.  Y comenzamos a aceptar que era mejor dejar nuestras tierras y migrar a las ciudades, principalmente.

Decían nuestros papás, “eb’ li saj al, inq’a ne qe raaj kanjelaq rikin xmachet, anawan kaajwi rikin gramozon ne qe kanjelaq” (Q’eqchi), ahora, nadie quiere trabajar con machete, porque ahora se resuelve con químicos y sube el nivel de la vida y comenzamos a sentir que nuestra tierra ya no sirve.  Se compite por tener la mejor casa, no importa de dónde sale el dinero y así va cambiando la vida de quien se hizo político, trabaja para una oenegé o trabaja en una institución de gobierno.

“Anwach eh nimlaj paat re” (Poqomchi), de quién es la casa grande que vemos allí.  La gente responde: “rej qa komon xwihiq chi concejal” (Poqomchi), es de la persona que estuvo de concejal”.  Se refieren a un expresidente del COCODE de la comunidad que fue concejal de la municipalidad del pueblo y como no tenía donde gastar la plata, producto de la corrupción, dejó muchas casas sin terminar en la comunidad.

¿La corrupción es cultural? ¿Es una práctica solo de algunos grupos sociales, etnias o comunidades? ¿Es sistémica? ¿Es propia de la izquierda o de la derecha? ¿Por qué si tanto se habla de valores y principios mayas también hay mayas que viven de la corrupción? Así podemos hacernos muchas preguntas más, pero las que citamos son claves para entender lo que pasa en nuestros territorios y explicar porque no logramos avanzar. Pareciera que damos unos pasos y retrocedemos muchos más y a veces tendemos a acomodarnos o a estancarnos.

¿Por qué volver a escribir sobre la corrupción y el robo? Pareciera que estamos diciendo que el gobierno de Arévalo también es corrupto.  No, la idea de volver a escribir es para recordar que quienes no permiten los cambios en el país son a quienes conocemos como el “Pacto de corruptos” y que insistentemente le llamo “pacto criminal”, porque es una red de grupos que cometen toda clase de ilícitos y que llevan muchos años de estar controlando el Estado para sus intereses, lo que en la jerga revolucionaria se decía que los grupos de poder utilizan al “Estado como instrumento de represión y opresión”.  No solo son empresarios, como los aglutinados en el CACIF, FUNDESA, AGEXPORT, MILITARES y otros, que son a quienes históricamente conocemos como grupos o élites de poder, ahora se han diversificado y sus actividades mafiosas transversalizan todas las actividades políticas, económicas, sociales y culturales de la sociedad.

Están incrustados como cualquier metástasis en las entrañas mismas del Estado. Camuflajeados como cualquier esbirro que sabe cómo entrar y presentarse como una fiel oveja, cuando en realidad son lobos feroces que están esperando que la presa se descuide para comérsela.  “Aquí hay muchos que colaboran con los corruptos”, me contaba un técnico de este gobierno.   No se puede hacer mayor cosa, “se presentan como los mejores y buenotes”, pero uno sabe que se quedaron aquí para molestar y que nada avance.  Algunos entraron con este gobierno “se colaron como funcionarios”, como sucedió al final de la guerra cuando todos levantaban la bandera de los movimientos guerrilleros en el parque central, aquel 29 de diciembre de 1996, diciendo que fueron “combatientes” o “militantes”, cuando en realidad fueron cómplices del genocidio.  O que militaban en alguna organización indígena, cuando en realidad, renegaban de su identidad originaria, incluso, algunos se llamaban así mismo “quetzaltecos”, “cobaneros”, pero nunca K’iche’ o Q’eqchi’, y ahora presumen de una identidad indígena muy liquida.

La corrupción, la impunidad y todos los demás males que padece nuestro país son sistémicos y no se podrán combatir o destruir con el mismo sistema.  Hay que cambiarlo.  Hay que ser más audaces en la conducción del gobierno.  Se trata de ser estadista y no diplomático.  Romper incluso con la idea muy acomodada y frágil de democracia.

Maximo Ba Tiul

Docente universitario, investigador, antropólogo y analista político poqomchi’

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