Una China entrada en años

Xulio Ríos es asesor emérito del Observatorio de la Política China

Al echar la vista atrás a los 75 años de la China Popular que ahora se conmemoran, dos grandes trayectorias afloran. De una parte, el proceso de zigzagueo constante que caracterizó dramáticamente el maoísmo. En la búsqueda de una vía original al desarrollo y la modernización, tropiezos como el Gran Salto Adelante o la Revolución Cultural marcaron los primeros treinta años. De otra, la senda de la reforma y apertura al abrigo de Deng Xiaoping resolvió el debate entre “las dos líneas” auspiciando un acelerón considerable de la modernización y progreso del país. Si en 1949, el PIB de China se correspondía con el de 1890, o en 1978 era la 32 potencia, desde 2011 se afianza como la segunda economía del mundo y, de no torcerse el proceso, a la vista de sus magnitudes objetivas, es lo más probable que se convierta en la primera antes de 2049.

Un dato importante y destacable del proceso chino es que, tanto en un tiempo como en otro, su evolución ha estado condicionada por la máxima de hacerlo todo con su propio esfuerzo. Es una reivindicación de independencia, de soberanía, que siempre ha estado latente en la visión ideológica del Partido Comunista, antes incluso de la victoria en la guerra civil frente al Kuomintang en 1949. Tuvo un primer destinatario que fue la extinta Unión Soviética, una relación tóxica que a pesar de la devoción mutua, acabó como todos sabemos. Cuando en los años sesenta, los especialistas soviéticos fueron retirados de China, el autosostenimiento, el apoyarse en las propias fuerzas, fue la consigna para resistir. Lin Piao, el malogrado sucesor de Mao, proclamaba en 1968, que China era un país libre de deudas.

Si bien en el periodo posterior, durante la reforma denguista, la apertura apuntaba a apoyarse en el mundo exterior para acelerar el desarrollo del país, captando inversiones, talento y empresas extranjeras a manos llenas, cabe reconocer que el más duro esfuerzo recayó sobre los propios hombros chinos. En esta etapa, cuando la justicia social se consideraba un desatino que debía subordinarse al crecimiento – como también el medio ambiente- fue la explotación de la mano de obra barata, de aquel campesinado conceptuado como “población flotante”, de los millones de trabajadores de las empresas estatales y públicas liquidadas o privatizadas, lo que alentaba los varios dígitos de crecimiento que asombraban al mundo. Muchas empresas occidentales, las estadounidenses las primeras, vivían en un agosto permanente de beneficios. La hiperexplotación de la propia mano de obra del país ha sido una de las claves del ascenso chino.

En el siglo XXI, especialmente a medida que las tensiones con Occidente se agravan, el llamamiento a contar con los propios medios ha vuelto por sus fueros. Es apreciable, sobre todo, en la pugna tecnológica, donde la disposición de restricciones por parte de los competidores -con el manido argumento de la seguridad nacional- invita a China a multiplicar el esfuerzo interno para no quedarse atrás. La consciencia de que en este momento de inflexión histórica es en este ámbito donde se juega el futuro, augura una exacerbación del empeño. Y tampoco le va tan mal a juzgar no solo por el fracaso de propósitos como la destrucción de Huawei sino por las capacidades acrecidas de innovación, cada vez más cerca de la primera potencia.

Sea como fuere, esta China que ha logrado superar a la URSS y se apresta a superar a los EEUU, los dos gigantes de la guerra fría, no le bastarán los propios medios para asegurarse el éxito en la modernización y desarrollo del país.

El PCCh ha protagonizado dos grandes cambios históricos consecutivos. El primero, sin duda, es la apertura al exterior, que puso fin a siglos de un aislamiento que precipitó el país en la decadencia llevando el feudalismo al siglo XX. Cualquier sinocentrismo futuro tendrá como nota distintiva la dependencia del exterior. Por otra parte, la reconciliación con el pensamiento clásico, antaño culpado de inspirar esa actitud y hoy instrumento privilegiado del blindaje ideológico frente a la presión liberal.

La China actual, a sus 75 años, uno más que la exURSS, tiene muchos retos muy desafiantes por delante. Nadie se lo pondrá fácil. No obstante, esa confianza hercúlea en sus propias capacidades, desoyendo los vaticinios catastrofistas del exterior, sin duda, una muestra de nacionalismo, le aporta un plus anímico que, por otra parte, se sustenta en datos inigualables: hoy China produce de todo.

Esto recuerda al incidente del emperador Qianlong (siglo XVIII) con el enviado británico de Jorge III,  Lord George Macartney, que le conminaba a abrir su mercado, a lo que este respondió asegurando que ya “tenían de todo”. Al siglo siguiente, las cañoneras británicas y el opio reventaban las costuras del país.

Eso que llaman el autosostenimiento como expresión de la búsqueda de la autosuficiencia (el mejor ejemplo hoy día es la producción de chips) como reacción al bloqueo  incremental de Occidente tiene, por tanto, un anclaje interno de larga data. En equilibrar sus pros y contra puede estar la clave para seguir celebrando nuevos aniversarios.

(Para Diario El Correo)

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