Reflexiones en torno a la identidad cultural

JAIRO3

Autor: Jairo Alarcón Rodas

La identidad de un hombre consiste en la coherencia entre lo que es y lo que piensa.

Charles Sander Peirce

Cada persona tiene características particulares que lo identifican, que lo hacen ser lo que es y lo distinguen de los demás. Sin duda, que es el resultado de la suma de lo que han heredado y lo asimilado dentro de determinadas circunstancias, durante un periodo de la historia. Es por lo que cada individuo es un ser histórico, que acumula experiencias, las concentra en su naturaleza y las despliega en sociedad.

Como corolario, tanto en el pensamiento de Karl Marx, como en el de Wilhem Dilthey, se puede encuentra que, cada ser humano es producto y se inscribe en la historia, la temporalidad lo envuelve, acumulando experiencias, dejando huellas imperceptibles algunas, indelebles otras. De ahí que cada trozo de la realidad, cada objeto y sujeto de la naturaleza simplemente es lo que se es y no lo que no es, posee una identidad.

Esa irrepetibilidad que identifica a todo ser humano lo hace mostrarse con una apariencia física determinada, con rasgos de personalidad y de carácter definidos; pero no solo eso, a partir de lo asimilado dentro de un particular grupo, adquiere su cultura, adopta los rasgos característicos del grupo del que es originario, unos que son visibles, otros encubiertos.

Pero que se posea una identidad no significa que sea producto exclusivamente de la individualidad, el que yo descubra mi propia identidad no significa que la haya elaborado en el aislamiento, sino que la he negociado por medio del diálogo, en parte abierto, en parte interno, con los demás, afirma Charles Taylor con justa razón. La identidad de cada ser humano se la debe en parte a la relación que mantiene con otros seres humanos.

Es a través de lo que se le enseña y de lo que aprende, dentro de esos círculos sociales, en los que lo cultural se mantiene vivo, entendiendo tal construcción humana como los rasgos particulares propios de una sociedad, costumbres, tradiciones, modos de ser, idiosincrasia, producto de la interpretación y transformación de realidad, que se hace visible a partir de las manifestaciones, y de su valoración, que se encarnan en un individuo.

Mi postura personal en cuanto a la cultura, dice Marvin Harris, es que es el modo socialmente aprendido de vida que se encuentra en las sociedades humanas y que abarca todos los aspectos de la vida social, incluidos el pensamiento y el comportamiento. De modo que la cultura comprende todo hacer humano susceptible de ser compartido en sociedad, toda forma de expresión y manifestación humana.

La cultura es un sistema complejo de conocimientos y de costumbres que caracteriza a una población determinada, que se adquieren y son transmitidas a las generaciones siguientes. Es, asimismo, el cultivo de lo que se considera habitualmente como las más altas capacidades espirituales del hombre.

La cultura, al ser un compendio de saberes aprendidos, tiene un componente gnoseológico y otro emocional, valorativo. Es el resultado del encuentro de una conciencia con lo otro, en la que se busca la interpretación de la realidad y, a partir de ahí, se establece una relación dialéctica, que comienza con una lectura de las cosas con fines prácticos, elevándose hasta la esfera espiritual, la cual se difunde en la sociedad a través de saberes que son transmitidos, enseñados, impuestos, para mantener su cohesión y el sentido de pertenencia de los pueblos.

El sentimiento de pertenencia permite no solo identificarse con un grupo sino, a partir de ahí, estrechar nexos afectivos y consolidarlos, aspectos que son fundamentales para toda sociedad, el sentido de pertenencia forma parte de las necesidades afectivas. No obstante, puede conducir al nativismo, postura en la cual se defiende o privilegia lo originario de un territorio, de una cultura, a los nativos o autóctonos de un territorio y sus intereses, lo que conduce al etnocentrismo. Ya que, al pensar exclusivamente en lo propio, al identificarse plenamente con ello, pierde importancia lo ajeno, es más, posibilita que se le menosprecie, se le desvalorice.

Cuál es la forma que usualmente se practica en la endoculturación para darle continuidad a la cultura: tradicionalmente se adiestra a los congéneres mediante el lenguaje directivo, de tal manera que con todo un caudal de elementos culturales aprendidos, en el que según Levi Strauss, el lenguaje, las reglas matrimoniales, las relaciones económicas, el arte, la ciencia y la religión constituyen el primer sistema simbólico cultural, son impuestos para establecer las relaciones sociales de convivencia y la forma de ser de los pueblos.

Lo irrepetible de la naturaleza humana lo hace interpretar el mundo de forma variada a partir de una mezcla de saberes y valoraciones, a pesar de que el objeto de apreciación sea el mismo para todos, las intenciones e inquietudes son distintas. Sin embargo, hay una posibilidad de que el encuentro con lo otro sea efectivo, que responda a una lectura adecuada y es a partir del conocimiento, es por eso su importancia.

Por qué unas culturas se comportan de una forma y otras se manifiestan con diferente criterio; por qué unos tienen creencias religiosas fuertemente arraigadas y en cambio otros las abandonan pues les resultan un lastre para avanzar. Sin embargo, a pesar de que la valoración que realizan sobre el mundo se manifiesta de diferentes formas,  en el fondo, el comportamiento de las distintas culturas sigue siendo humano, existe una estructura común para todos.

De tal modo que las diferencias entre una cultura y otra se debe a la construcción simbólica que efectúan del entorno en donde residen, interpretación que puede ser errónea o acertada con respecto a la comprensión de la realidad, pero que igualmente les es funcional y, por ello, la conservan como mecanismo de cohesión y de poder.

No obstante, construir una interpretación del mundo sobre bases mitológicas o religiosas, por ejemplo, tiene una connotación distinta a la que se realiza por medio de la ciencia y del esclarecimiento de tipo racional, un camino conduce a la obstinación y al fanatismo, la otra otorga una oportunidad para el diálogo. En postulados y dogmas de fe no se admite discusión alguna mientras que con la razón toda conjetura tiene su refutación.

Ser cautivos de atavismos sustentados en creencias dogmáticas, convertidas en fanatismos, imposibilitan encuentros entre diversas culturas que precisan criterios diferentes de comportamiento. Al parecer, es el componente emocional el que arraiga estilos de vida, comportamientos, procederes y, por tal motivo, no admite discusión alguna, debe ser aceptado.

Así, costumbres, tradiciones se imponen, estableciendo la forma visible y encubierta en el que las culturas se manifiestan. Para unos, comer con utensilios es lo adecuado, mientras que, para otros, la forma correcta es con los dedos de las manos; para las culturas de origen maya, al igual que la incaica, la tierra representa mucho más que un medio de producción, es vida.

Comprender detalles de ese tipo no tendrían que significar dificultad alguna, sin embargo, si lo representa, pues aspectos en los que debería que prevalecer lo esencialmente humano son sustituidos por valoraciones accesorias, particulares, propios de la esfera privada que invaden la esfera pública.

De ahí que cada individuo es libre de comportarse de acuerdo con sus valores y criterio personal, cultural, siempre y cuando se mantenga dentro de los cánones que la sociedad establezca, en función del desarrollo y bienestar individual y colectivo, sin vulnerar su dignidad ni la de los demás. En tal sentido, no puede tratar de imponerlos, máxime si es en función de intereses sectarios, al margen de un derecho genuino.

Soy ciudadano del mundo, declaraba Diógenes de Sinope, y cuánta sabiduría encierra esa breve expresión.

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