Pueblos indígenas en el debate nacional
Miguel Angel Sandoval
El día primero de enero del año 2024, tuvo lugar un acontecimiento que puede ser definitorio de una nueva época de relaciones entre dos grandes componentes de la vida nacional. De un lado, las autoridades ancestrales de Totonicapán, y sus representantes aglutinados en los denominados 48 cantones, que recibieron el día de su cambio anual de autoridades, a la vicepresidente del gobierno nacional, electo de nuestro país, por la vía de las elecciones generales del 25 de junio y 20 de agosto de este año.
Las nuevas autoridades de los 48 cantones, ratificaron su compromiso con la defensa de la democracia, del voto y de los resultados electorales. Y ello en sí, es portador de esperanzas para nuestro país pues el relevo de autoridades no deja lugar a dudas sobre el momento que se vive en los pueblos indígenas, pues saben que hay las condiciones para intentar construir una nueva relación con el poder central que viene de ser ratificado.
En otra perspectiva, la delegación del gobierno electo, encabezada por la vicepresidente Karen Herrera, hizo un reconocimiento explicito de la importancia que ha tenido y tiene, la participación de los pueblos indígenas. Quizás era necesario un poco de mayor puntualidad en los reconocimientos, pero a buen entendedor pocas palabras. Al grado que ya en las redes sociales la derecha dinosáurica, ya anda con la espada desenvainada, pues consideran inaceptable el nivel de la visita del nuevo gobierno a la ceremonia de investidura de las nuevas autoridades de los 48 cantones de Totonicapán.
A momento de escribir estas notas, veo un documento dirigido a la vicepresidencia de la república y la dirección del movimiento Semilla, que textualmente se titula: “Primeros pasos hacia la co-gobernanza en nuestro propio territorio. Hay Ejes programáticos y mecanismos hacia la plenitud de vida de los Pueblos”.En la lista de grupos que suscriben el documento hay una ausencia relevante: es la de los principales animadores del levantamiento indígena que desde octubre tiene lugar en todas las discusiones del país.
Me refiero a las alcaldías indígenas y centralmente a los 48 cantones, que constituyen la fuerza social que en el marco del levantamiento le dio perspectiva, no solo a el binomio electo, sino principalmente a la sociedad guatemalteca entera. La propuesta que refiero, da seguimiento a otras que ya se produjeron en los meses anteriores. No estaría fuera de análisis señalar que desde la firma del acuerdo de identidad y derechos del os pueblos indígenas-AIDPI-, hubo propuestas diversas, con más o menor asidero social, con más o menos sentido político. Pero sin duda, salvo la coyuntura excepcional de la firma de la paz, no había existido otro momento como el actual que permite hacer propuestas y pensar en un rumbo nuevo para las relaciones entre el poder y los pueblos indígenas. Es des claro que habrá que esperar las políticas concretas del nuevo gobierno para poder así establecer el rumbo que tendrán las relaciones entre pueblos indígenas y gobierno central
Cuando hablo de una nueva época, por razones que, a quienes vivimos de manera intensa el 2023 no pueden escapar. Lo primero en el tiempo fue la victoria electoral muy sorpresiva del binomio Arévalo-Herrera impulsados por el partido Semilla. Y a continuación todas las maniobras imaginables para tratar de impedir que la victoria electoral del binomio ganador, culminara con la asunción al poder de los legítimos ganadores de una elección con muchas anomalías, es cierto, pero contra todo pronóstico, que, además, fueron ganadas de manera categórica.
El colmo de ello fue la conversión del Ministerio Publico que, de un organismo creado para la persecución penal, se transformó en el perseguidor de los resultados electorales de una forma que rayó en el delirio represivo. Las imágenes de los agentes fiscales acompañados de policía llegando en zafarrancho, a las puertas del Tribunal supremo Electoral, para secuestrar, no en lenguaje figurado, los resultados electorales, indignaron a la ciudadanía entera. Fue la gota que rebalso el vaso.
Es en este contexto, que se produce de forma inesperada, aunque si anunciada de múltiples formas, desde las entrañas de los pueblos indígenas, la emergencia del liderazgo de los 48 cantones y la alcaldía de Sololá, así como muchas otras que plantearon una lucha nacional en defensa de la democracia, el voto popular y los resultados electorales. Ante la incredulidad nacional, el temor de los racistas empedernidos, y un silencio estremecedor del sector empresarial, el liderazgo indígena encabezo un levantamiento por la democracia inédito en la historia de nuestro país.
Aquí es necesario destacar la complicidad de diversos sectores con el intento de golpe en cámara lenta, ´pues ante las ilegalidades evidentes del MP, se cruzaron de brazos y optaron por el silencio cómplice. En especial, el sistema de partidos políticos, que demostró su inoperancia y la necesidad de refundación del sistema en su conjunto, pues al revisar uno por uno, la conclusión es que ninguno, acaso alguna excepción, tenía la casa en orden, y los procesos internos abiertos al ojo de la sociedad.
Fue tan importante, así como inesperado este levantamiento, que en el plano internacional se tomó nota que Guatemala se encontraba frente a un fenómeno nuevo, ante lo que nadie esperaba, en los marcos de la defensa de la democracia liberal, pero condimentada con las formas de organización, liderazgo indígena, y con lo que dejo a medio mundo sin saber que pensar o cómo reaccionar: sin pedir nada para los pueblos indígenas, sino con una petición nacional, encabezada eso si, por sus líderes, de respetar las normas de la democracia. Fue un tsunami político que dio nuevos aires a la democracia nacional.
Alrededor del 15 de octubre, el llamado de los 48 cantones, de la alcaldía de Sololá y otras comunidades y organizaciones sociales, se escuchó en todo el país y de esa cuenta, unos 150 bloqueos de carreteras, calles o avenidas del país vieron la emergencia de un grito claro por la democracia, el respeto del voto y de los resultados electorales. Lo nuevo, novedoso, novedosísimo, fue que ese levantamiento nacional estaba encabezado por los líderes indígenas y sus organizaciones comunitarias, y ese levantamiento fue secundado por sectores urbanos, mercados cantonales, organizaciones de estudiantes, sindicatos, periodistas, en fin, todos los sectores posibles de mencionar.
Es importante resaltar que el paro nacional de octubre, si bien no mantiene los bloqueos, que tenían su razón de ser por el intento de bloqueo de los corruptos a la democracia nacional (y esto no es juego de palabras) no significa que la resistencia haya cesado, por el contrario, lo más simbólico de la resistencia dirigida por las autoridades indígenas ancestrales, tiene ya mas de 80 o 90 días, y anuncian que continuará hasta el 14 de enero y de ser necesario, después de esa fecha convertida en el símbolo del inicio de las transformaciones que esperamos.
Es con este escenario que los apoyos abiertos y comprometidos con la democracia y con la emergencia de los pueblos indígenas, que en el continente se hizo referencia a la lucha del os guatemaltecos. Es el otro vector de la extraordinaria oportunidad abierta por la victoria electoral y el levantamiento nacional encabezado por los pueblos indígenas. De tal suerte que observadores atentos llegaron a la conclusión que, en las aldeas, pueblos, ciudades, calles y carreteras, se le estaba poniendo un obstáculo de gran calado a la perversa guerra judicial contra la democracia, que en muchos países se convirtió en los últimos años en moneda corriente. Es ese movimiento profundo que llevo a algunos de nosotros a concluir que e había derrotado la guerra judicial contra la democracia guatemalteca.
Al hacer un balance de lo ocurrido en el mes de octubre, se puede llegar a una o varias conclusiones. La primera es que con el levantamiento nacional se rompió una especie de telón invisible que separaba el occidente del oriente, o de las áreas más urbanas del país. Que la idea de una sociedad dividida en estancos indígenas y ladinos se vino por el suelo. Que el racismo recibió una estocada mortal, y que la democracia guatemalteca se nutrió con una correntada de sangre nueva, que venía desde los pueblos indígenas. Se dice rápido, pero sus consecuencias mas profundas aún no las vemos.
Esa correntada de sangre nueva en la lucha democrática del país tiene hombre y apellido. Fue encabezada por los pueblos indígenas con el liderazgo de sus autoridades ancestrales, al cual se sumaron otras expresiones con otras características. Lo que, si es notable, es que la organización ancestral se hizo presente con toda su fuerza. No es nada desdeñable que los 48 cantones hablen hoy del relevo 200 de su junta directiva. Eso es algo que no existe en otro lugar de nuestro país. Hay agrupaciones, grupos de pensamiento, otro tipo de organizaciones vinculadas a las luchas campesinas, pero nada del calado de la organización de Totonicapán o Sololá, de las autoridades ixiles o de los xincas.
Por supuesto que todo lo relacionado con el país pluricultural que queremos, está pendiente de hacer, pero existen las condiciones para llevarlo a cabo o al menos intentarlo. Que no es totalmente claro que la historia de exclusiones desde el poder central hacia los pueblos indígenas sea resuelta con el gobierno entrante.
Aunque ahora existe un dato de suma importancia sobre la mesa nacional: sin el levantamiento nacional encabezado por los pueblos indígenas, es muy probable que la maniobra golpista se hubiera encargado de escamotear los resultados electorales y estaríamos en otro escenario. No sería la primera ocasión en el continente que gobiernos establecidos, con apoyo popular han sido vencidos por las maniobras desatadas alrededor de la guerra judicial. Brasil es un ejemplo. Honduras otro.
Es lo mismo con el racismo estructural que vivimos en nuestro país, pues no es evidente que ceda y de paso a una relación igualitaria entre los diferentes componentes de la ciudadanía nacional. Ya existe una ley que tipifica el racismo como delito, pero no bastan unas pocas medidas desde el gobierno central o pequeños cambios en la legislación, sino que es necesario un cambio de paradigmas desde la educación, desde los medios de comunicación, desde la integración de los equipos de gobierno. Está bien felicitarse por lo logrado, pero eso es insuficiente.
Hay herramientas conceptuales que podrían hacer mas amable el recorrido que es necesario emprender. Una herramienta es la contenida en el Acuerdo de identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas. Existen instrumentos internacionales que no ´pueden dejarse de lado. Aunque lo más relevante de la coyuntura histórica en la que intentamos estas reflexiones, se encuentra en la capacidad de organización y movilización que los pueblos indígenas enseñaron en esta ocasión.
Y en este punto es bueno recordar que existen en las gavetas de ministerios y el organismo legislativo, una cantidad de iniciativas que vienen desde hace años. Desde el derecho consuetudinario a la política de salud y el rol de las comadronas indígenas y las medicinas tradicionales. El lugar de los idiomas indígenas en la educación si queremos que la misma sea intercultural. Pasando por los sitios arqueológicos -o centros ceremoniales- en fincas privadas o la propiedad intelectual en los tejidos. Son muchos los temas y enorme el trabajo a realizarse. Justo es decir que para los pueblos indígenas todos estos temas que se enumeran de forma telegráfica, son apenas parte de sus demandas que han animado sus organizaciones.
Desde mi perspectiva, la confluencia entre un gobierno de orientación progresista o democrática, junto a la emergencia de los pueblos indígenas con un claro planteamiento democrático, integra un coctel de pronósticos reservados. Sin temor a muchas equivocaciones se puede decir que el voto ciudadano, el veredicto de las urnas, reforzado por la lucha popular de los pueblos indígenas, constituyen el cemento de la democracia multicultural que tenemos que construir en nuestro país. Es esa dirección irán nuestros mejores esfuerzos. Pero, y esto es lo que cuenta, con el levantamiento de octubre, se rompió un dique, histórico, cultural, político, y se crearon las condiciones políticas para los planteamientos que ahora se hacen. Y agrego, en buena hora.