Aranceles y espectáculo

publicado por @nsanzo en slavyangrad.es/
“Camboya, ¡oh, mirad Camboya!, el 97%. Vamos a dejarlo en 49% y ganar una fortuna con los Estados Unidos de América”, se jactó Donald Trump al más puro estilo de vendedor de teletienda. “Sudáfrica. Oh, 60%, 30%. Hay cosas muy malas que están pasando en Sudáfrica. Les pagamos billones de dólares a la semana en financiación, pero les estamos retirando la financiación porque pasan muchas cosas malas en Sudáfrica”, continuó tras anunciar el 10% de aranceles a los productos del Reino Unido. Ante el asombro mundial por el intento de hacer un espectáculo de lo que puede ser el principio de una guerra comercial, el presidente de Estados Unidos continuó con la lista de agravios habituales fruto del nacionalismo económico y la xenofobia, como es el caso del odio al actual Gobierno sudafricano, en el que tiene mucho que ver la visión racista de la defensa de la población blanca contra el falso “genocidio blanco”. Al final, sin fuegos artificiales pero con un tablón en el que la Casa Blanca presentaba los datos de los aranceles que considera que otros países imponen a sus productos y otra columna en la que Estados Unidos añade recíprocamente los suyos, Donald Trump calificó el 2 de abril como el “día de la liberación de América”.
En su magnanimidad, la reciprocidad estadounidense no es tal, sino que Washington deja a la mitad los aranceles que impone al resto del mundo con una fórmula tramposa en la que no se calcula el nivel arancelario de los países sino simplemente el déficit en la balanza comercial, que el trumpismo equipara a aranceles. De esa forma, países pobres como Camboya apenas importan productos de Estados Unidos -prácticamente cualquier producto que Camboya pueda necesitar va a adquirirlo de forma más barata en China, que además de ser más cercano, no ha bombardeado el país hasta dejar sus tierras regadas de munición sin explotar- son superadas por sus exportaciones a Estados Unidos, productos fabricados en el país debido a la deslocalización de la industria estadounidense. Aunque imperceptible en términos absolutos, calculado utilizando la fórmula de la administración trumpista (déficit comercial con un país dividido por las importaciones de ese país), el resultado es el 97% mencionado por Trump, una cifra que nada tiene que ver con los aranceles que Camboya imponga a los productos procedentes de Estados Unidos, que no son tenidos en cuenta en el cómputo.
El proteccionismo estadounidense responde al déficit en la balanza comercial estadounidense, que introduciendo una trampa más tiene en cuenta el comercio de bienes pero no el de servicios, y no necesariamente a las tasas impuestas por los diferentes países. Israel, por ejemplo, intentó sin éxito anticiparse el miércoles al anuncio de Trump dejando a cero los aranceles a los productos estadounidenses. Al final de la noche, Tel Aviv recibía la cifra del 17% de aranceles a sus productos basándose en la balanza comercial. Las cifras y, sobre todo, la extraña distribución, con la que quedaban desproporcionadamente castigados no solo China, sino también antiguos enemigos como Camboya, Laos y Vietnam, mientras que otros, como lo que Washington percibe como el patio trasero latinoamericano, con bajo nivel de exportaciones al país del norte, recibieran una menor penalización, provocaron todo tipo de especulaciones a lo largo de la mañana de ayer. Antes de que los expertos económicos descifraran la fórmula, había llamado la atención también que países aliados de Estados Unidos, como por ejemplo la Unión Europea, salieran peor parados que algunos oponentes.
“Rusia, Cuba y Corea del Norte escapan a lo peor de la ira arancelaria de Trump”, titulaba ayer Reuters en un artículo en cuyo cuerpo añadía otros dos países enemigos íntimos de Estados Unidos que también salieron aparentemente bien parados de la liberación estadounidense, Bielorrusia e Irán. “Trump dijo que impondría un arancel básico del 10% a todas las importaciones a Estados Unidos y aranceles más altos a docenas de países. Rusia, Cuba y Corea del Norte no aparecen en la lista de países que se enfrentan a aranceles «recíprocos» más altos publicada por la Casa Blanca”, escribe Reuters, que añade que “en su evaluación anual de amenazas, las agencias de inteligencia estadounidenses dijeron que China, Rusia, Irán y Corea del Norte eran las mayores amenazas potenciales de estado-nación para Estados Unidos y Trump había amenazado a Moscú con nuevas medidas comerciales”. Solo después de dar es falsas imagen de favoritismo hacia los enemigos, el artículo explica que el nivel de sanciones al que están sometidos esos países hace inviable cualquier gravamen añadido.
“A la pregunta de por qué Rusia no estaba en la lista, el Secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, declaró a Fox News que Estados Unidos no comerciaba con Rusia y Bielorrusia y que estaban sometidos a sanciones. El comercio de bienes entre Rusia y Estados Unidos fue de 3.500 millones de dólares el año pasado, según cifras estadounidenses. En 2021, el año anterior a la invasión rusa de Ucrania, fue de 36.000 millones de dólares”, explicaba el artículo. Las cifras, 3000 millones de exportaciones rusas a Estados Unidos y 526 de importaciones supondrían, según la fórmula aplicada unos aranceles de más del 40% para las importaciones rusas. Pero frente a Ucrania, un aliado y proxy que ha recibido un 10% de aranceles, que ha recibido con la resignación de quien no tiene herramientas para defenderse y sabe que no puede levantar la voz contra quien le suministra armamento e inteligencia, Rusia no ha obtenido sanciones añadidas. Por el contrario, esta semana se ha conocido que Estados Unidos ha eliminado temporalmente las medidas coercitivas contra Kiril Dmitrev, importante asesor ruso, que ha viajado a Washington para reunirse con la administración Trump en el marco de las negociaciones entre los dos países. “La comprensión real de la posición rusa abre nuevas posibilidades para una cooperación constructiva, incluido en el ámbito económico-inversor”, comentó Dmitrev en su canal de Telegram.
El contenido económico de la visita, primera ocasión en la que un representante ruso se reunirá con oficiales de la Casa Blanca en suelo estadounidense desde 2022, es llamativo especialmente por el momento en el que se produce, no solo al tratarse de la semana de los aranceles. Horas antes de que Donald Trump rifara aranceles a modo de puja televisiva, dos conocidos senadores, ambos amigos de Ucrania, el Republicano Lindsey Graham y el Demócrata Sidney Blumenthal introducían en el Senado una propuesta de imposición de draconianas sanciones primarias y secundarias si Rusia no negocia de buena fe o no llega a un acuerdo de paz con Ucrania. Los senadores, que obtuvieron la firma de otros 24 representantes de cada uno de los dos partidos, proponen unos aranceles del 500% a las importaciones de los países que adquieran productos rusos en caso de que los esfuerzo de paz no prosperen. “Las sanciones contra Rusia requieren de aranceles a países que compren petróleo, gas, uranio y otros productos rusos. Son duras con motivo”, afirman los senadores. Lindsey Graham, que no ha escondido la necesidad de continuar luchando “hasta el último ucraniano”, y su habitual aliado no han perdido la esperanza de utilizar la guerra, no solo para apropiarse de los recursos minerales de Ucrania, sino para sancionar gravemente a oponentes como China, principal aliado económico ruso. Aunque para ello haga falta una medida de difícil aplicación y más que inciertas consecuencias en el comercio mundial.
Incertidumbre es también una de las palabras repetidas a lo largo del día de ayer al tratar de adivinar los efectos a corto y medio plazo de las medidas anunciadas ayer. Donald Trump dio por hecho que la Casa Blanca comenzará a recibir llamadas suplicando la retirada de los aranceles o deseando negociar, mientras que Scott Bessent, secretario del Tesoro, advirtió a los países a no responder de forma recíproca, algo que sería considerado una escalada, y recomendó sentarse y esperar. La principal lección de la forma en la que Estados Unidos ha calculado el nivel de aranceles y del discurso que acompaña a las medidas es la doble definición de la palabra. En territorio estadounidense, arancel es la palabra más bonita, una forma de reducir impuestos a la población y de recuperar lo que otros países han robado al pueblo americano. En el extranjero, arancel no equivale al gravamen aplicado a los productos importados, sino a déficit comercial. De esta forma, cuando Donald Trump exige a los diferentes países que retiren sus aranceles si desean que los estadounidenses sean reducidos, el presidente de Estados Unidos no busca reducir esos gravámenes, sino eliminar el déficit comercial. En otras palabras, el trumpismo exige al resto del mundo que adquiera más productos estadounidenses. “La alta representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, asegura que no hay «ganadores» en las guerras comerciales. Reconoce que en la actualidad el club comunitario compra mucho material de defensa a Estados Unidos”, escribía ayer EFE. Es ahí, en esa segunda idea, la adquisición de más material militar estadounidense, donde los países europeos pueden lograr rebajar los aranceles del 20% impuestos contra las importaciones comunitarias. De esa forma, Trump se garantizaría además que el rearme europeo que lleva años exigiendo no se produciría adquiriendo autonomía estratégica de Washington.