Se podrá dialogar con corruptos
Autor: Jairo Alarcón Rodas
«El diálogo es un juego que tienen los comunistas. A mí no me interesa«. Augusto Pinochet
Dialogar tiene su origen etimológico en la palabra griega dialektiké tekhne, que significa conversar, discutir, pero toda acción comunicativa tiene un objetivo, de ahí que no se dialoga por dialogar, para ejercitarse en la erística a partir de la retórica o la elocuencia, del arte del buen hablar, sino para poderse entender, converger y lograr acuerdos.
Así, sea esta una función referencial, emotiva, apelativa, fática, metalingüística o poética, cada una tiene una finalidad, en donde se intercambia, se transmite y se responde para establecer una relación con objetivos claros. En el caso de la función referencial, se espera que haya entendimiento el que, para Jürgen Habermas, consiste en la comunicación enderezada a un acuerdo válido. Y dado que no se puede dialogar si no existe entendimiento, ya que es preciso lograr comprensión de lo que digan las personas que establecen una comunicación.
Sin embargo, hay diálogos de sordos, en donde los acuerdos permanecen ausentes y el hablar resulta improductivo. En este caso no se trata de conformar una discusión provechosa sino, como lo señalaba Schopenhauer, dehacer uso de la dialéctica erística, que es el arte de discutir, pero discutir de tal manera que no necesariamente se tenga la razón, sino de lograrla de forma tanto lícita como ilícitamente, más bien para derrotar al adversario y, por consiguiente, no lograr acuerdos sino imponer criterios.
Dialogar presupone permitir que triunfe la concordia sobre la discordia, crear el mejor clima posible para converger y no imponer una solución de manera unilateral y, de esa forma, lograr consensos. Pero, para consensuar, afirma Habermas, se requiere ostentar, al menos, la noción de la racionalidad comunicativa, que está contenida implícitamente en la estructura del habla humana como tal y que significa el estándar básico de la racionalidad que comparten los hablantes competentes en las sociedades modernas. Se habla, en este caso, de racionalidad, de noción comunicativa y de ser competentes, pero ¿qué sucede cuando en una de las partes no existe tal disposición? Cuando eso sucede tal propuesta comunicativa no existe.
Aristóteles señalaba que solo puede surgir la justicia entre iguales, como consecuencia, si no hay igualdad, la justicia estará ausente, pero sucede lo mismo cuando se quieren buscar puntos de convergencia, con personas desiguales o que tienen pensamientos distintos, para ese encuentro, sin duda hay que establecer reglas del juego, ya que es imposible dialogar, para hacerse entender y llegar a acuerdos, con personas que expresen y piensen arbitrariamente lo que se les da la gana o tengan intereses ilícitos ocultos.
Dialogar es la herramienta que se utiliza en sociedades civilizadas para evitar llegar a medidas extremas como lo es la imposición de criterios por la fuerza, que conducen a la discordia, no obstante, los diálogos fracasan cuando cada uno de los partícipes quiere imponer su criterio en función de sus intereses personales o sectarios. Hablarle de justicia a un criminal, el cual dada su psicopatía tiene una forma diferente de entenderla, pareciera ser una misión imposible. Por lo que, con los perversos, los deshonestos, los falsos es imposible que se puedan lograr acuerdos a no ser que todos sean de la misma calaña.
¿Cómo, entonces, entablar un diálogo con aquellos que el llegar a acuerdos les representa pérdida de poder? Al dialogar, al menos debe existir un espacio de comprensión por medio del cual la discusión se pueda establecer, en este caso un punto de convergencia que permita suscribir convenios pues de lo contrario será un diálogo de sordos que solo dilataría la resolución de los problemas.
Ver la realidad de distinta forma es lo que origina las ideologías, en tales criterios se mezclan aspectos racionales y emotivos para juzgar las cosas, como consecuencia no se ve la realidad, los hechos como estos son, sino como se les quiere ver, en tal sentido se le trasladan aspectos que se quieren ver en las cosas pero que estas no necesariamente poseen. Es claro que cada individuo construye su modelo de realidad pero no debe hacerlo en forma arbitraria pues de lo contrario crearía toda una serie de realidades ajenas a la de los demás.
Es la estructura común tanto en la realidad como en la forma de su aprehensión la que permite el encuentro y la posibilidad de intercambiar ideas, preceptos, criterios para tener una lectura más certera sobre las cosas. Es en ese punto de convergencia con el que trabaja la ciencia que constituye el aspecto objetivo de la realidad. Y a tal estructura común de la realidad le corresponde, como lo considera Noam Chomsky, una base biológica que define la naturaleza psíquica del organismo humano, aspectos que se empalman para establecer el conocimiento de las cosas y la comprensión entre los seres humanos.
El relativismo cultural, en el que se le da primicia a la cultura frente a los aspectos objetivos de la realidad humana. conduce a una explosión de opiniones inciertas, en el que las emociones se mezclan con la racionalidad no solo para entender la realidad sino también para explicarla, es lo que se le ha denominado el sentipensar, que es la fusión de dos formas de percibir e interpretar la realidad a partir de la reflexión y el impacto emocional, hasta converger en un mismo acto de conocimiento y acción que sin duda tiene implicaciones epistemológicas.
Pero, podrá tal planteamiento lograr resultados efectivos, dado que el sentimiento es un estado emocional propio de cada individuo que, aunque tenga raíces familiares y socioculturales obedece a criterios personales, propios de la individualidad irrepetible de los seres humanos. De tal modo que juzgar la realidad de esa forma conduce a un universo de realidades artificiosas que impedirían la comprensión entre las personas y harían imposible el avance de la ciencia.
Sobreponerle a la realidad aspectos que culturalmente han sido aceptados por tradición o costumbre, o los aspectos que se quieren ver, a partir del criterio personal, es falsearla. En consecuencia, entablar un diálogo con aquellos que ven en la realidad lo que quieren ver en función de sus intereses o ignorancia, si no se logra una apertura en ambas vías, a criterios distintos, es perder el tiempo, lo cual favorece a los que controlan la situación.
Así, era inimaginable que se entablara un diálogo constructivo y pacífico entre los nazis y los aliados, durante la Segunda Guerra Mundial, pues los intereses de ambos eran sustancialmente distintos; lo mismo puede decirse de las diferencias entre la izquierda y la derecha, creyentes y ateos y, actualmente, rusos y ucranianos, respaldados por Estados Unidos y la OTAN, a no ser que hayan puntos de convergencia que favorezcan a ambos bandos y se esté dispuesto a ceder ante los argumentos racionales del otro.
En Guatemala, dialogar con el Pacto de Corruptos, esos que han demostrado hasta la saciedad que su interés reside en cooptar todas las instancias de poder para sus oscuros intereses y, en consecuencia, su objetivo consiste en eliminar a la oposición por cualquier vía para continuar con su funesto plan, resulta ser un error. Y qué decir de pretender entablar un diálogo franco y honesto con las oscuras fuerzas que tienen a la universidad de San Carlos como su reducto, en donde realizan las más despreciables transacciones en detrimento de la academia y de la proyección social que la universidad, desde su autonomía, está dignamente comprometida a realizar.
Pero si el diálogo no es la solución para resolver los problemas, para evitar conflictos mayores, para lograr acuerdos, ¿cómo alcanzarlos? En sociedades en donde los fraudes, el autoritarismo, la corrupción, la diatriba, hacen mella en la sociedad, debido a la actitud inescrupulosa de políticos perversos, únicamente la participación y el convencimiento de aquellos que aspiran a una sociedad justa y democrática puede lograr que los que ostentan y ejercen el poder tiránica y arbitrariamente, sucumban ante el imperio de la razón, ya que con tiranos y corruptos no se dialoga.
Empoderar a la población, resaltando lo importante que es su participación en los asuntos que le atañen de la sociedad y del Estado, constituye una imperiosa necesidad, que incluye aspectos previos sobre reflexiones críticas de la realidad y del ser humano. La identificación de lo humano en lo propio y lo ajeno establecerá el vínculo inicial para un verdadero diálogo.