Memorias teológicas
Marco Fonseca
Gustavo Gutiérrez (8 de junio de 1928 – 22 de octubre de 2024) fue un teólogo y sacerdote dominico peruano ampliamente considerado el padre de la Teología de la Liberación, un movimiento que surgió en las décadas de 1960 y 1970 en América Latina. Su obra, profundamente contextualizada dentro de las luchas sociales, políticas y económicas de América Latina, particularmente Perú, ofrece una relectura radical de la teología cristiana a través de la lente de los pobres y oprimidos. La teología de Gutiérrez se desarrolló en respuesta a la pobreza generalizada, la injusticia social y la violencia política que afligían a América Latina, y su pensamiento fue fundamental para dar forma a una perspectiva teológica que priorizaba la liberación de las comunidades marginadas como expresión fundamental de la fe cristiana.
Gutiérrez vivió un periodo de intensa agitación social y política en América Latina, marcado por dictaduras militares, movimientos revolucionarios y profundas desigualdades socioeconómicas. El Concilio Vaticano Segundo (1962-1965) y la Conferencia Episcopal Latinoamericana de Medellín en 1968 proporcionaron un importante respaldo eclesiástico para abordar estas cuestiones, pidiendo una “opción preferencial por los pobres”. La obra de Gutiérrez, en particular su libro fundamental “Una teología de la liberación” (1971), fue a la vez un producto y una contribución significativa a este medio, articulando una metodología teológica que subrayaba la importancia de la praxis (acción-reflexión) en la lucha por la justicia.
La teología de la liberación de Gutiérrez marcó un alejamiento distinto de los enfoques teológicos tradicionales al centrar la experiencia y la perspectiva de los oprimidos. A diferencia de las preocupaciones más abstractas y metafísicas de teólogos europeos como Karl Barth o Hans Küng, Gutiérrez se centró en las realidades concretas de la injusticia y la pobreza. Su enfoque también difería de los elementos más conservadores dentro de la Iglesia católica que tendían a espiritualizar la pobreza o ver el activismo social con sospecha. Si bien compartía algunos puntos en común con el movimiento del evangelio social al enfatizar la justicia social, la teología de la liberación integró una crítica más radical del capitalismo y el colonialismo, basándose en el análisis marxista para comprender las estructuras de opresión.
En el centro de la teología de Gutiérrez está la afirmación de que Dios tiene una opción preferencial por los pobres, lo que significa que la preocupación de Dios por los marginados exige un compromiso cristiano con la justicia social y el cambio estructural. Gutiérrez redefinió la salvación como liberación de toda forma de opresión, integrando la salvación espiritual con la liberación social, económica y política. Esta comprensión holística de la salvación desafía a los cristianos a participar en una acción transformadora en el mundo. Gutiérrez enfatizó la praxis sobre la doctrina, abogando por un proceso dinámico de acción y reflexión arraigado en las experiencias de los pobres y oprimidos. Este enfoque busca realizar el Reino de Dios no como una promesa escatológica lejana sino como una realidad presente a través de la lucha por la justicia.
La obra de Gutiérrez ha tenido un profundo impacto en el pensamiento teológico, especialmente en América Latina. Sus ideas han inspirado a una generación de teólogos y activistas de todo el mundo a abordar más profundamente las cuestiones de la pobreza y la injusticia desde una perspectiva de fe. La teología de la liberación ha influido en varios movimientos emancipadores, incluida la teología feminista, la teología negra y la ecoteología, cada uno adaptando los principios básicos de la teología de la liberación a sus contextos específicos de opresión. Si bien la teología de la liberación ha enfrentado críticas y sospechas por parte de algunos sectores conservadores dentro de la Iglesia Católica, su compromiso con los pobres y marginados sigue siendo un aspecto vital y desafiante del discurso teológico contemporáneo.
Gustavo Gutiérrez es una figura fundamental en la teología del siglo XX, cuya vida y obra desafían a la iglesia a vivir su compromiso con los pobres y oprimidos como un reflejo del mensaje del evangelio. Su teología continúa inspirando a quienes buscan alinear su fe con la búsqueda de la justicia social y la liberación de todas las personas.
La teología de la liberación marcó un punto de inflexión en mi travesía intelectual, situando la dialéctica de la historia y la lucha de clases como ejes centrales de mi atención. Hasta finales de 1984, con algunas excepciones notables, mis estudios teológicos habían cimentado mi formación, pero fue entonces cuando comenzaron a ser el puente hacia un universo intelectual de mayor envergadura crítica. Me adentré en lecturas de filosofía y política, sumergiéndome especialmente en la tradición del marxismo y la Teoría Crítica.
La teología de la liberación, que surgió en las décadas de 1960 y 1970 al mismo tiempo que la teoría de la dependencia, pronto se convirtió en una fuerza histórica vital, un suplemento ético y moral dentro de varios movimientos de liberación nacional y muchas formas de comunidades eclesiales de base, y que hoy sigue siendo una fuerza potente en la teología latinoamericana. Enfatiza la opción preferencial por los pobres, una forma radicalmente histórica y comprometida de comprender tanto la creación del mundo como la liberación de la humanidad, argumentando que la fe cristiana debe vivirse a través de un compromiso activo en la lucha por la justicia, los derechos humanos y la liberación social y económica.
El Dios de la teología de la liberación es un Dios que interviene en la historia y que se compromete con los más pobres y excluidos. Figuras como Gustavo Gutiérrez (sacerdote y teólogo de la orden dominicana peruano), Leonardo Boff (exsacerdote católico, teólogo y filósofo brasileño), Hélder Câmara (teólogo y arzobispo católico brasileño), Jon Sobrino (sacerdote y teólogo jesuita), Juan Luis Segundo (sacerdote jesuita y teólogo uruguayo), José Míguez Bonino (teólogo metodista argentino), Elsa Támez (erudita bíblica y teóloga mexicana), Ignacio Ellacuría (sacerdote jesuita, teólogo y filósofo español-salvadoreño), Carmelo Álvarez (misionero y profesor de la historia del cristianismo, ministro de la iglesia protestante Discípulos de Cristo de Estados Unidos), Ernesto Cardenal (sacerdote católico nicaragüense, teólogo y poeta de la liberación), Franz Hinkelammert (economista y teólogo alemán y costarricense), han sido fundamentales en su desarrollo.
Siendo una teología desde abajo, desde un compromiso emancipatorio, es natural que la teología de la liberación ha enfrentado críticas, incluso del Vaticano y particularmente bajo los papados de Juan Pablo Segundo (Karol Józef Wojtyła) y Benedicto XVI (Joseph Aloisius Ratzinger). El blanco más común de las críticas se dirige en contra del uso del análisis marxista, el compromiso con los pobres y el llamado a la justicia, algo que desde el Vaticano ha sido relajado un poco solamente bajo el papado de Francisco (Jorge Mario Bergoglio). El teólogo protestante argentino José Míguez Bonino solía destacar la toma de postura del gran teólogo Karl Barth citando una de sus frases más famosas: “Dios se coloca siempre incondicional y apasionadamente de un lado y sólo de uno: contra los encumbrados y a favor de los humillados.” (“Teología de la liberación”, 2024)
Ya en 1983 había empezado a desentrañar Las armas ideológicas de la muerte de Franz Hinkelammaert, y para abril de 1984 me encontraba absorto en la Crítica de la razón dialéctica de Jean-Paul Sartre y El Capital de Karl Marx. Profesores de la Universidad de San Carlos, el economista Franklin Valdez Cruz y el historiador Edeliberto Cifuentes Medina, empezaban a convertirse en mis mentores intelectuales y fue gracias a ellos que tuve acceso y pude empezar a leer a los clásicos del marxismo leninismo. Nuevas amistades en el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales (IIES) empezaban a convertirse en compañeros de lectura y política estudiantil. Ese mismo año, mi formación teológica también se profundizó, enriqueciendo mis lecturas del Antiguo y Nuevo Testamento gracias al meticuloso trabajo exegético de eruditos como Gerhard von Rad y Rudolf Bultmann. Gracias a Franklin también pude hacer mi primera lectura de un trabajo inesperado, pero fructífero: Los orígenes y fundamentos del cristianismo de Karl Kautsky.
Abril de 1985, mi segundo año en la Escuela de Historia de la USAC, fue un periodo de intensa reflexión y duda intelectual. Mientras me debatía sobre el rumbo futuro de mi vida y me involucraba más en la política estudiantil, revisité esas obras que ya me habían formado una base teórica, gracias a los múltiples textos teológicos e históricos que había explorado previamente. Esta confluencia de teología y crítica social me llevó a cuestionar y redimensionar mis perspectivas, tejiendo un tapiz intelectual donde cada hilo era una pregunta o una certeza desafiada. Mi llamado a que la Iglesia Príncipe de Paz empezara a dedicar su ministerio a la solidaridad con la gente pobre del basurero de la zona 3 de la Ciudad de Guatemala empezaba a crear fricciones con el liderazgo de la iglesia.
* Este ensayo es un extracto de un trabajo mayor sobre mi formación intelectual que actualmente se encuentra en desarrollo.
https://marcofonseca.substack.com