Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo, mas no de la realidad
Autor: Jairo Alarcón Rodas
Nuestro conocimiento es necesariamente finito, mientras que nuestra ignorancia es necesariamente infinita.
Karl Popper
Lo que podemos expresar por medio del lenguaje, decía Wittgenstein, es lo que constituye nuestro mundo. No obstante, es claro que cada individuo amplía su lenguaje en función de lo que aprende cotidianamente y de lo que conoce de la realidad. Por lo tanto, algo que no puede mencionar no existe para él ya que, al no estar dentro de su acervo cognitivo, no hay palabras que lo representen y que pueda comunicar. De ahí que es importante tener presente que la realidad es más de lo que un sujeto tiene en su conciencia y lo que pueda expresar.
Consecuentemente, el mundo no se limita a los datos de conciencia que posea cada sujeto y que exprese a través de las palabras, más aún, que lo que se diga sea lo real. Que la realidad sea únicamente lo que se puede expresar y hablar sobre ella establece los límites cognitivos de las personas, aspecto que es similar a las limitantes, a las que conduce el empirismo al señalar que solo los contenidos de conciencia, producto de la experiencia sensible, son conocimiento. Ya que, únicamente la “experiencia actual privada”, lo que está en la mente de un sujeto producto del contacto sensible, es relevante. Criterio que no corresponde al campo ontológico sino al gnoseológico, pese a ello, la realidad continúa.
Así, alguien puede hablar incongruencias, locuras, tonterías y todo eso pueda constituir parte de su mundo, lo que es muy distinto a lo que realmente se puede conocer, compartir y transformar, eso tiene que ser producto de algo común a todo ser humano, la realidad, que es fuente inagotable de conocimiento.
Para un ateo, por ejemplo, Dios no existe, a pesar de que se le pueda mencionar, que exista una palabra que lo designe, que muchos crean en él. Entonces, de dónde surgió en la conciencia de las personas esa expresión lingüística. Tanto el filósofo empirista David Hume, como el materialista Ludwig Feuerbach, dan respuesta a tal interrogante. El primero indicando que dios no es más que una creación humana, en tanto idea, producto de sus propias limitaciones llevadas a la perfección, el segundo dice, Dios no es más que el espíritu humano proyectado al infinito. Ambos casos, el ser humano sirve de modelo para originar tal idea.
De ahí que Dios, no es más que una creación humana, sin el correspondiente sustrato ontológico ni el existenciario que permita su verificación, únicamente es una idea. La mente humana contiene supuestos y en el caso de los dioses, Feuerbach aclara, son criaturas de la imaginación, pero de una imaginación encendida por la sensación del hombre a su dependencia, de sus aflicciones y de su egoísmo; son criaturas no solamente de la imaginación sino también de la emoción, especialmente de las emociones de la esperanza y del miedo.
La realidad es y al ser independiente de toda conciencia que la pueda aprehender, conocer, sus límites lo establecen su desarrollo dialéctico. Y dado que está en constante cambio, manifestándose en un sinfín de formas materiales y energéticas, como fenómenos y epifenómenos, objetos, sucesos y acontecimientos, develados u ocultos al ojo, a la percepción e interpretación humana, presupone un universo inagotable de posibilidades manifiestas, que establecen, para el sujeto, lo conocido y lo cognoscible.
Por tal motivo, el universo pensado varía entre un individuo y otro, difieren en función del conocimiento que posea cada sujeto, del caudal de experiencias cognitivas y conjeturas que cada persona pueda establecer, lo que constituye y define para ellos sus particulares límites. Así, lo pensado, para un sujeto, sea real o fantasioso, está unido a un lenguaje, a una particular forma de expresión lingüística que establece los límites de su mundo.
Al tener en claro que una cosa es la realidad en la conciencia de un sujeto y otra lo que es la realidad en sí, las reflexiones que se susciten en torno a estos temas, se aclaran. De ahí que exista una rama de la filosofía que estudie la naturaleza esencial de la realidad y es la ontología y otra, la gnoseología o teoría del conocimiento, que se encarga sobre lo referente a la aprehensión de la realidad por parte de un sujeto, es decir, el conocimiento y los problemas que de ahí se deriven.
La ciencia estima que hace aproximadamente 13, 800 millones de años surgió el universo, pero no fue sino alrededor de 120 mil años que el homo sapiens, con pensamientos rudimentarios, comenzó a dar cuenta sobre su entorno, a pretender una idea precisa sobre lo que es la realidad, sobre su mundo; pensamiento que fue evolucionando con criterios más certeros que le permitieron elaborar una imagen veraz sobre el cosmos y que continúa perfeccionando.
Consecuentemente, en el plano ontológico, el proceso evolutivo de la materia, que dio por resultado la consolidación de un ser capaz de reflexionar, de especular y sacar conjeturas sobre lo que es y ocurre en la naturaleza, no fue producto de la construcción arbitraria de este, de la elaboración de ideas a partir de la nada, al margen de un sustrato independiente de su presencia sino de algo que captaron sus sentidos e interpretó su intelecto y que le permitió, luego del asombro, especular, reflexionar sobre las cosas.
Realismo, idealismo y fenomenalismo son corrientes de pensamiento que establecen criterios sobre la esencia del conocimiento. Pero, será que la realidad es solo ideas en la mente de una persona, creaciones subjetivas, contenidos de conciencia o, por el contrario, como lo indica el realismo, más allá de las ideas, en la mente de un sujeto, existe algo independiente, la realidad.
A pesar de ello, la ciencia certifica que lo real existe, pero como lo señalara Emanuel Kant, es incognoscible, los seres humanos no pueden conocer las cosas en sí mismas, están condenados a solo saber lo que se les parece o aparece, lo sensorialmente perceptible, los fenómenos. Saber que las cosas son, pero no lo que son. Que están más allá del horizonte perceptivo de un sujeto, pero que escapan a su entendimiento, por el simple hecho de ser objeto de entendimiento.
Así, en La crítica de la razón pura, Kant dice: Aunque fuéramos capaces de aclarar al máximo esa nuestra intuición, no por ello estaríamos más cerca del carácter de los objetos en sí mismos. Pues, en cualquier caso, sólo llegaríamos a conocer perfectamente nuestro modo de intuir, esto es, nuestra sensibilidad, pero sometida ésta siempre a las condiciones de espacio y tiempo, originariamente inherentes al sujeto. Por ello, más tarde, los intuicionistas proponen una nueva forma de conocer las cosas, el método intuitivo, que parte de la epojé griega o suspensión de juicio, en el que se vivencian las cosas en un acto inmediato de simpatía.
Así, el intercambio de saberes, que permite el entendimiento entre las personas, puede basarse en supuestos mínimos, que van desde la aceptación persuasiva de criterios o en función de criterios de verdad, que puede ser el de correspondencia, el de coherencia, el de evidencia, el de utilidad o el de consenso.
Se puede entablar un dialogo a través de opiniones, en donde se mezclen criterios de razón y de valor, pero cuando se persigue un fin determinado, un objetivo común y se quiere obtener resultados satisfactorios, se debe realizar, con cierto orden, atendiendo a reglas del juego, que no necesariamente es la misma en los distintos ámbitos y comunidades que puedan conformar los seres humanos.
La comunidad científica, por ejemplo, requeriría de un método más riguroso, en el que la información extraída de la realidad corresponda adecuadamente a la obtenida a partir de la experimentación e interpretada por el intelecto. Distinto a ello ocurre con los acuerdos políticos, en donde los consensos establecen el criterio de verdad.
Pero, cómo es que surgen las palabras, cómo es que se nombran a las cosas, cuál es su origen. Conocer no solo es descubrir aspectos de la realidad que no se sabían sino, también, es poder comunicarlos, socializarlos a través de las palabras. El conocimiento sin su socialización no tiene sentido. De ahí la importancia de un lenguaje, del mecanismo exterior del pensamiento, de las palabras.
El universo pensado, por consiguiente, es la suma de lo que corresponde a la realidad reflejado por la conciencia de un sujeto y las elucubraciones fantasiosas que pueda elaborar cada individuo, atendiendo a factores muy particulares como lo son la ignorancia, el temor y el interés. El tamiz, por lo tanto, que determina lo que es el universo real, en expansión, rico en aspectos por conocer, lo constituye la objetividad con la que el sujeto pueda recoger la información sobre este, a partir de su conocimiento.
Los límites de mi mundo no necesariamente lo son del mundo y el no distinguirlo, el presuponer lo contrario, puede dar origen a innumerables y lamentables consecuencias.