Los Académicos y Profesionales

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Fernando Cajas

Los grupos indígenas han defendido con todo a la democracia frágil nuestra. Pero la democracia, si existe, es nuestra, no solamente de los grupos indígenas. Es de todos. Si bien el liderazgo de la resistencia, de la real resistencia, es indígena, los guatemaltecos todos, si queremos vivir en democracia debemos expresarnos, defenderla o decir que no, que no queremos democracia. El silencio más profundo, a favor o en contra de la democracia, o en su defecto, del golpe de estado, lo percibo yo de los académicos y los profesionales. Trato de entender, de comprender, por qué mis colegas universitarios, particularmente los y las de la Universidad Nacional, la de San Carlos, USAC, políticamente participan poco. Ya sea los que están en la academia o los que ejercen como profesionales, en el estado, en la iniciativa privada, en su práctica privada.

En general, a los académicos y a los profesionales, hombres y mujeres, los percibo en silencio y quisiera pensar que no están silenciados. No es una reflexión para enjuiciar, para acusar, no. Trato de no utilizar adjetivos calificativos sino mi ánimo real es entender el porqué, qué ha pasado con los y las académicas y profesionales que no se pronuncian sobre el golpe de estado en particular, pero no se pronunciaron tampoco sobre la imposición de rector, esto contrasta con la academia de los años 70 y 80 del siglo pasado. ¿Qué pasó?

                Creo yo que el profesorado de la Universidad Nacional, USAC, y otras universidades, particularmente la Landívar, vivieron de cerca la guerra cruenta que dejó 200,000 muertos, doscientas mil esperanzas perdidas. Esta vivencia de un grupo de jóvenes que vivió la contra revolución y los primeros años de guerra, muchos de ellos involucrados en la guerrilla, urbana o en la montaña, formados con un currículo estructurado alrededor del marxismo marcó un tipo de conciencia social que explica la participación de entonces. Para Marx la sociedad se podía explicar en término de lucha de clases.  Estas eran principalmente, la burguesía por un lado y el proletariado, por el otro. Creo que quienes fuimos estudiantes de la San Carlos en los años 70 y también de la Landívar de los 80, fuimos guiados por una Utopía, la de una sociedad más justa.

                Entonces, década de los 70 e inicios de los 80, los cursos de social humanística en todas las carreras universitarias de San Carlos tenían por objetivo construir conciencia social, conciencia de clase. Nos percibimos como proletarios y muchos de nuestros profesores y compañeros eran guerrilleros. La universidad nacional, USAC, como un todo, era un espacio de la guerrilla urbana a tal extremo que a inicios de 1980 fue invadida por los militares. Con otra dinámica y otra base teórica, la teología de la liberación, la Universidad Rafael Landívar, una universidad jesuita guatemalteca, también fue centro de activismo político pro la izquierda rebelde.

Día y noche vivimos el terror de la guerra. Día tras día la reflexión sociológica sobre una nueva sociedad permeaba nuestras mentes estudiantiles. Entonces, de a poco nos graduamos y sucedieron varios fenómenos internacionales, unos, y nacionales, otros, que influenciaron la vida estudiantil y docente de entonces, mediados de 1980, inicios de 1990.  A nivel internacional fue la caída del muro de Berlín. En los años 80 las universidades guatemaltecas estaban claramente delimitadas. La San Carlos era popular, realmente. La Landívar, aunque privada, tenían funciones sociales y era el territorio de la utopía religiosa por una sociedad más justa. Recién había nacido la Universidad Francisco Marroquín, la universidad anti comunista que al darse cuenta de que no había comunistas en el mundo decidió ser neoliberal.

Así llegamos al siglo XXI con universidades que se transformaron de ser centros educativos para el pensamiento crítico a ser centros de reproducción escolar para la formación de profesionales con una visión empresarial, neoliberal. Los exámenes de admisión cambiaron la demografía de los nuevos estudiantes de la universidad nacional. La clase media se restructuró tanto ideológicamente como demográficamente. Hubo un breve ensanchamiento de la clase media para luego iniciar una nueva contracción. La pobreza se incrementó. En la segunda década del Siglo XXI tenemos una pirámide social que, a pesar de la discusión entre especialistas, tiene aproximadamente un 10% de clase alta, un 30% de clase media y un 60% de clase baja. Insisto, aquí clase social es un indicador de ingresos.

Un país con un 60% de pobreza es un fracaso. Un país que tiene un 10% de personas a las que les pertenece la mayoría de los medios de producción, también es un fracaso, es un país desigual. El 30% de la población, donde se encuentran los académicos y los profesionales, no tienen ingresos realmente altos, pero suficientes para haberse acomodado en un país desigual, injusto, no tanto porque no les toca, sino porque no les toca tanto. Aquí los académicos y profesionales formados en la Universidad Nacional forman un segmento importante de la población silenciosa, por diferentes razones.

A ese grupo quiero apelar, a los profesionales y académicos, en este momento clave de nuestra historia democrática. La clase media tiene un papel histórico en la lucha por la democracia. A estos empleados estatales que pueden percibir cierta estabilidad en empleos burocráticos que se perderán si se pierde la democracia, a esos profesionales, que ejercen ahora que hay cierta libertad, pero cuyos trabajos se pondrán en peligro si se pierde la democracia. A esos profesores universitarios que aún pueden hacer de su cátedra un espacio de reflexión y de lucha por una sociedad más justa, a ellos. Quiero apelar a la clase media, la cual ha logrado tener una vida relativamente decente en este país donde el autoritarismo y la corrupción cada vez más les arrancará esa estabilidad. La tendencia es que la clase media se reduce y la pobreza aumenta.

El escenario a corto plazo es obscuro, luego de la ridícula presentación de las investigaciones del ministerio público del 8 de diciembre, ahora sigue enviar el expediente de la anulación de las elecciones al tribunal electoral. Luego, ya sea que el tribunal supremo electoral diga que no, que no hay evidencia de fraude electoral o que diga que sí, que, si hay evidencia de fraude, el expediente finalmente llegará la corte de constitucionalidad. En este momento crucial de la vida democrática guatemalteca, los y las académicas guatemaltecas, los y las profesionales de este país nuestro aún tenemos una oportunidad para defender nuestra democracia, para unirnos a los movimientos indígenas, a los 48 Cantones, a los grupos de Sololá, quienes han sostenido el movimiento de resistencia. O es ahora o no será nunca Guatemala.

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