José Mujica

Autor: Jairo Alarcón Rodas
Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles. Bertolt Brecht
Los países latinoamericanos se han caracterizado por haber sufrido, dentro de su historia reciente, virulentas dictaduras militares, regímenes represivos, sanguinarios, perversos. Así, Rafael Trujillo, Fulgencio Batista, Porfirio Díaz, Efraín Ríos Montt, Anastasio Somoza, Alfredo Stroessner, Augusto Pinochet, Jorge Rafael Videla, Juan María Bordaberry, son algunos nombres del pasado de terror vivido.
Dentro de ese contexto de inestabilidad y de guerra, se inserta la figura de José Mujica Cordano, nacido en un país convulsionado como tantos del sur de América, Uruguay. Militante guerrillero, del Movimiento de Liberación Nacional, Tupamaros, sufriendo encarcelamiento y tortura, ha sido baleado, rehuyendo por mucho tiempo a la muerte.
Su vida ha sido toda una odisea entre luchas clandestinas y la cárcel, en la que ha sido agricultor, diputado, presidente de la república, senador, pero, sobre todo, hombre de bien, digno representante de la especie humana. Pepe Mujica, a través de su vida, se ha convertido en un ejemplo digno para las nuevas generaciones del mundo.
Los auténticos seres humanos son aquellos que se caracterizan por saber que no son perfectos ni infalibles, pero al saberlo, luchan por corregir sus defectos, por no volver a cometer sus errores y tienen un modelo de vida ejemplar. No hacen daño a los demás, contribuyen a un mundo mejor. Cómo sería el mundo si este tipo de personajes fuera más frecuente, indudablemente el mundo sería otro, libre de envidias, de egoísmos, un mundo más humano.
Señalado de ser el ex presidente “pobre de Uruguay”, él con sobria sabiduría responde: Pobres son los que tienen más, a los que no les alcanza nada. Ésos son los que son pobres, porque se meten en una carrera infinita, entonces no les va a dar el tiempo, ni la vida ni nada. Y en las sociedades de consumo, en donde se vive para trabajar, el valor de las personas no lo establece su ser, lo determina lo que posee. Luchar en contra de la pobreza no significa convertir al mundo en esclavos del consumismo, significa darle a todo ser humano una vida digna, dotarlos de lo necesario para crecer espiritualmente. Y es que dice Mujica: No se requiere de grandes riquezas, de mansiones para ser feliz.
Bien decía Senéca, no es pobre el que tiene poco, sino el que mucho desea. Los deseos llevan consigo los excesos y con estos surge también la perversión. Esa es una de las críticas que Mujica hace a todos aquellos que dejan de vivir pues, como muy bien lo dijo, el consumo persistente no solo se compra con dinero sino también con el valioso tiempo que, lamentablemente para los seres humanos, es muy corto.
Hablar sobre Pepe Mujica es hacer referencia de la abnegación y del amor por su patria Uruguay; y no solo eso, constituye un baluarte incansable de la lucha por la democratización de los pueblos latinoamericanos, de la dignificación de los sectores populares de la región y del mundo. En el caso mío, dice en entrevista concedida a la BBC, es el sueño de lucha por un mundo un poco mejor. Es una preocupación sociopolítica. Una incansable preocupación hasta el borde de su muerte.
Valorar a Mujica no por su paso por la presidencia, sino por su trayectoria como ser humano, como hombre, como compañero de lucha, como amante de la vida, como pensador de ideas nobles, como cultivador de flores. Pepe es, en palabras de Bertolt Brecht, un imprescindible, incansable luchador. Hoy, al lado de su compañera de gran parte de su vida, Lucía Topolansky, aquejado de un mal que se ha extendido por su cuerpo se despide porque sabe que su final está cerca.
La integridad de una persona se mide por el incuestionable valor que le asigna a su dignidad, la que no se vende ni tiene precio y, en un sistema en donde se le asigna un importe a todo, la entereza de mujeres y hombres se tasa por la honestidad en su comportamiento, por la grandeza de su espíritu.
Ahora a sus casi 90 años, aquejado de una enfermedad terminal, tiene derecho a usar su tiempo como él lo crea conveniente, reiterando su voluntad de ser sepultado en su chacra, junto a su perra, Manuela. El recorrido que ha tenido su vida ha sido vasto en experiencias, en donde los valores humanos se han hecho presentes y el deseo firme de hacer del mundo algo mejor.
Encarar la muerte cuando se ha amado tanto la vida es uno de los retos más grandes a los que se enfrenta un ser humano, no obstante, resignado, pues el valor de la vida lo da la muerte, Mujica dice sobre la vida y la muerte. “La muerte hace de la vida una aventura. El único milagro que hay en el mundo para cada uno de nosotros es haber nacido “continúa expresando. Tener el privilegio de haber nacido constituye la oportunidad de hacer algo por la vida, de vivirla plenamente y ser feliz.
Mujica, un ser humano sencillo, que dentro de su sencillez se ha constituido en un ser extraordinario, lleno de sabiduría, que valora la vida, ya que es la única posesión humana que no se puede comprar, pues es la única que se tiene, la tienes que vivir con la mayor intensidad posible.
«Yo me voy a morir acá. Ahí afuera hay una sequoia grande. Está Manuela enterrada ahí. Estoy haciendo los papeles para que ahí también me entierren a mí. Y ya está», expresa Mujica pues su fin está cerca, el otrora peleador de mil batallas, el izquierdista guerrillero, el hombre honesto, tiene derecho a expresar su última voluntad y es, que lo dejen en paz. La ternura que ahora refleja su rostro, dentro de su corpulenta figura, se apaga, entre lo que fue toda su vida, sueños, aspiraciones, desafíos, triunfos y derrotas.
José Mujica se irá, como todo mortal, como todo ser vivo, con un equipaje liviano como siempre le gustó viajar, no se llevará más que su noble presencia, pero se irá con la seguridad de que dejó, tras su paso por la vida, una existencia ejemplar, la de un ser imprescindible.
