El recuerdo que dejan los muertos

Autor: Jairo Alarcón Rodas

A los que algún día les haremos compañía.

pero quizás los muertos se necesitan unos a otros. En realidad, quizás necesitan todo lo que nosotros necesitamos y necesitamos tanto. Si solo supiéramos qué es.

Charles Bukowski

Los recuerdos son, quizás, la breve historia de las personas, por medio de ellos se guardan instantes vividos, experiencias adquiridas, sentimientos profundos que corresponden a la data personal de cada individuo, la que registran en su memoria. De tal modo que cada uno es, en parte, la suma de los recuerdos adquiridos, de ahí que se diga que es un ser histórico que a la vez es hacedor de historias.

Desde el inicio de la vida comienza a anotarse lo que cada persona es, su existencia, es un registro propio, pero también los es en los otros. En los primeros años los recuerdos son difusos, la memoria en cada uno recién se está desarrollando, quizás por ello las alusiones en esa etapa de la vida no vuelven, son mudas y ciegas, permanecen en la oscuridad, no obstante, están ahí, cimentando lo que seremos.

Más tarde, cuando se es consciente de uno mismo y también de los demás, la memoria de los hechos se despierta y se registra todo aquello que le da sentido a lo que se es y será en la vida. Guardar imágenes, experiencias, información, es imprescindible para los seres humanos, qué sería de estos si no se poseyera la facultad de memorizar, de retener medianamente lo vivido, de guardar las experiencias adquiridas.

El aprendizaje es en gran parte memoria, pero no solo eso, por ejemplo, las relaciones afectivas se establecen y consolidan a través de la suma de momentos placenteros, emociones y deseos compartidos, que se registran como algo valioso. Volver constantemente a conocer, a construir ideas, sentimientos a partir de la nada, no es posible para un ser histórico que ha acumulado experiencias. De ahí que se ama cuando se logra una conexión afectiva con otra persona y eso es posible a partir de la retención de experiencias previas, de coincidir afectivamente con alguien.

Pero, qué sucede cuando un sentimiento no es correspondido, cuando se profesa un afecto especial por alguien y no se obtiene respuesta, tal particularidad fue plasmada por Charles Dickens en su Historia entre dos ciudades, en el que Sidney Carton sacrifica su vida por el amor de Lucie Manette, o como el que se detalla en Las penas del joven Werther de Goethe, a través del susidio de este por el amor de Charlotte. En ambas historias, el resultado fue dejarse morir ante la imposibilidad de ser correspondidos. Por lo que ¿pueden llamarse a tal sentimiento, amor? O ¿debe haber correspondencia para que sea declarado de esa forma?

El amor es un sentimiento que se logra cuando se tejen emociones conjuntas, en el momento que existe un reconocimiento mutuo y hay correspondencia emocional. De ahí que Fromm dijera: No hay amor sin dar, y no hay verdadero amor sin aceptar. No obstante, profesar un sentimiento hacia alguien, al igual que admiración, también deja huella, queda un recuerdo que se inscribe en la historia personal.

La memoria es eso, permanencia de lo vivido mientras dure la vida, por ello para Bergson, es duración, ya que contiene en sí misma la presencia del pasado en el presente, volcado a su vez en el futuro. De ahí que los recuerdos sean parte esencial de cada persona, son lo que es, ya que, un ser sin recuerdos es como un muerto en vida. Terribles males, enfermedades hay que borran los recuerdos, que causan desdicha al que los padece, como también en aquellos que son víctimas de su olvido, los más cercanos, los seres queridos.

Pero hay memoria selectiva, en la que solo unos datos se retienen y se devuelven a placer, a conveniencia de la persona que los posee, los demás, las experiencias vividas, que permanecen inadvertidas, quedan sepultadas en la profundidad de su conciencia, quizás sea el resultado de las mentes prácticas, que solo se acuerdan de aquello que les sirve y beneficia. Al respecto, decía John Dewey, nosotros recordamos, naturalmente, lo que nos interesa y porque nos interesa.

Otras, en cambio, no olvidan y con agudez asombrosa retienen cada momento vivido, cada curso de sus vidas. Pero como dijo Gabriel García Márquez: Recordar es fácil para el que tiene memoria. Olvidar es difícil para quien tiene corazón, no recordar aquello que hace daño, los momentos desagradables, todo lo que con su recuerdo cause dolor, también forma parte de las habilidades humanas.

Poco a poco, los seres con los cuales se ha compartido las etapas iniciales de la existencia, se van para nunca más volver, dejando nostalgia tras su ausencia. Sin embargo, su presencia queda registrada, es ya parte de cada uno de los que se quedan. Su recuerdo vive mientras dure la existencia de aquellos que lo han atesorado y ya forman parte importante de su ser.

Dijo Juan Rulfo: Cada suspiro es como un sorbo de vida del que uno se deshace y ocurre lo mismo con cada halito de vida que no vuelve, cada experiencia que se adquiere, cada instante, minuto, segundo que acontece, ya que vivir es también adentrarse en la muerte, volver al inicio, retornar a la nada.

La muerte está siempre presente, es ineludible para todo ser vivo, imposible evadirla. De modo que algún día todo ser humano ya no será, por lo que el dolor no es para los que se han ido, estos ya no son, sino para los que se quedan, pues son ellos los que viven la nostalgia y tristeza del ausente y solo les quedan los recuerdos.

Así, los vivos llevan en su memoria los recuerdos de las personas que se han ido, que partieron para siempre, los fallecidos. Hay muertos queridos, amados, valorados, también los hay aquellos que fueron despreciados, cuya ausencia significa muy poco para la memoria de los vivos, pero que la historia recuerda a pesar de ser los olvidados.

Pese a ello, en la mente de aquellos que compartieron sentimientos, que coincidieron en la vida, los más cercanos de los que ya no están, recordarlos tiene un valor especial, aunque para el resto del mundo no tengan significado alguno. Y es que, hasta los criminales más odiados, tuvieron en su momento a alguien que los recuerda gratamente.

Se recuerda a los muertos porque en vida fueron parte importante de los vivos, con los que se tejieron sentimientos que se inscriben en cada historia personal. Sin ellos, el ser se torna vacío, seco de emociones, de contenido, ausente de todo. El recuerdo que dejan los muertos es esencial, pues ellos, con su ausencia, claman sobre lo importante que es la presencia de los vivos.  

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