Día de la Tierra 2025

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Marco Fonseca

Este 22 de abril de 2025 se conmemora la 55ª edición del Día de la Tierra, una fecha que nació en 1970 como expresión de la conciencia ambiental emergente en los Estados Unidos, en un contexto de crisis ecológica visible (mar de incendios en el río Cuyahoga, smog tóxico en las ciudades industriales, pesticidas desenfrenados como el DDT) y de insurgencia social marcada por los movimientos por los derechos civiles, contra la guerra de Vietnam, y por una nueva sensibilidad política y ambiental. Hoy, más de medio siglo después, el Día de la Tierra corre el riesgo de convertirse en una fecha de conmemoración vacía, capturada por el capitalismo verde y despojada de su potencial crítico y transformador.

Desde una perspectiva de insurgencia ecológica, debemos interrogar el significado mismo de esta efeméride en un contexto global marcado por la sexta gran extinción de especies, el colapso climático en curso, la financiarización de la naturaleza y el avance del tecnofascismo y neoimperialismo extractivista, legitimado en algunos casos por el discurso de la “transición verde” o, en otros, el nacionalismo. Estamos pasando, así, por una crisis multifacética del Capitaloceno.

El concepto de Capitaloceno, propuesto por Jason W. Moore, desplaza la narrativa dominante del “Antropoceno” que atribuye la crisis ecológica a la humanidad en abstracto y la redefine como una ecología-mundo del capital, es decir, como un sistema histórico específico de organización de la naturaleza, el trabajo y la vida al servicio de la acumulación. Para Moore, el Capitaloceno nombra la manera en que el capitalismo ha transformado la naturaleza en una mercancía, subordinando ecosistemas enteros a la lógica del valor, y configurando formas de explotación ambiental con relaciones de clase, raza y género. No se trata solo de contaminación o extractivismo, sino de un régimen planetario que convierte la vida misma, humana y no humana, en insumo barato para el mercado, a través de lo que él llama “las Cuatro Baraturas”: trabajo, naturaleza, energía y cuidados. El Capitaloceno, entonces, no es una era geológica, sino una geopolítica histórica de devastación que exige, como respuesta, una insurgencia ecológica que no se limite a mitigar los síntomas, sino que enfrente las estructuras mismas del capital que han convertido la Tierra en zona de sacrificio.

¿Qué sentido tiene celebrar el Día de la Tierra cuando las soluciones dominantes al cambio climático, desde los mercados de carbono hasta la minería “sostenible” para tecnologías limpias, reproducen las lógicas coloniales, racistas y patriarcales que históricamente han devastado territorios y comunidades del Sur Global?

A nivel global, gobiernos, corporaciones y organismos multilaterales promueven campañas por el “cuidado del planeta” al mismo tiempo que autorizan megaproyectos hidroeléctricos, concesiones mineras, zonas francas verdes y corredores energéticos que destruyen ecosistemas y desplazan comunidades. En América Latina, el modelo extractivista persiste, incluso bajo gobiernos progresistas, como única vía para “financiar” políticas públicas, y el Día de la Tierra se convierte en una coartada para anunciar nuevas áreas protegidas mientras se reprime a pueblos indígenas que defienden sus territorios. La “protección” ambiental se desvincula así de la justicia social y se convierte en un espectáculo de greenwashing (lavado verde).

Frente a esta captura institucional y corporativa del ambientalismo, la insurgencia ecológica se erige como una respuesta desde abajo, desde los pueblos en resistencia, los saberes ancestrales, la agroecología y los feminismos territoriales. La insurgencia ecológica no celebra el Día de la Tierra como una fecha ritual, sino que lo convierte en un acto de denuncia radical y de articulación política. Es el grito de alerta que conecta la crisis ecológica con la crisis de civilización, que denuncia que la catástrofe no es natural ni inevitable, sino el resultado histórico de un sistema capitalista, patriarcal y colonial que ha hecho de la Tierra una mercancía.

Desde los Andes hasta Mesoamérica, desde Chiapas hasta el Cauca, surgen voces que plantean otro modo de habitar la Tierra: el Buen Vivir, entendido no como una versión local del desarrollo sostenible, sino como una ruptura epistémica con la lógica de acumulación. La insurgencia ecológica retoma estas propuestas no para folklorizarlas, sino para construir alianzas entre los saberes indígenas, la crítica ecológica radical y la lucha anticapitalista global. Se trata de descolonizar no solo los territorios sino también el pensamiento, la subjetividad, el reconocimiento mutuo, y de rearticular una política de la Tierra basada en la reciprocidad, la interdependencia y la justicia intergeneracional.

La insurgencia ecológica nos recuerda que el Día de la Tierra no es una fecha, sino una trinchera en una guerra de posiciones a nivel planetario. Que la Tierra no es un recurso a administrar, sino un ente viviente, respirante y actuante con su propio derecho. Que no basta con reducir emisiones si no se desmantelan las estructuras de propiedad, producción, poder y placer (PPPP) que producen la devastación. Que la defensa del clima no puede separarse de la defensa del agua, del cuerpo, del territorio, de la democracia y de la dignidad.

La 55ª edición del Día de la Tierra debe ser observada como una interpelación al silencio cómplice del ambientalismo oficial y empresarial, y una reivindicación de la insurgencia ecológica como horizonte de transformación radical. No estamos simplemente ante una crisis ambiental, sino ante una crisis civilizatoria, la crisis del Capitaloceno. La respuesta no vendrá de más cumbres ni de promesas tecnológicas, sino de la articulación de las resistencias que en cada rincón del mundo están diciendo “¡Basta!” a nombre de la vida.


Tomado del blog RefundaciónYa

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