Construir dignidad humana
Autor: Jairo Alarcón Rodas
Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una única libertad: la libertad ilimitada de comerciar.
Karl Marx
El ser humano construye lo que es a partir de la otredad, es en su relación dialéctica con el exterior, con su circunstancia, con los demás miembros de su especie, en ese dar y tomar a partir del intercambio con otros seres humanos, lo que configura su naturaleza, es eso lo que potencialmente lo humaniza. Pero su esencialidad primariamente tiene un componente cuantitativo y cualitativo, lo accidentalmente visible y la serie de cualidades inteligibles que lo distinguen de los demás que, para Emanuel Kant, constituye lo esencial y lo fenoménico.
Es lo común, que fenoménica y esencialmente poseen, lo que distingue a una especie de la otra y en el caso particular de la humana, lo que los caracteriza, al igual que los demás, es lo que los diferencia tanto física como cualitativamente lo que los hace ser lo que son y no otra cosa. Definir la esencialidad humana es sumamente complejo, sin embargo, el trayecto que ha recorrido por los rieles de la racionalidad le permite un universo de potencialidades, construir lo que son con base a ese criterio.
Así, una parte humana se sitúa en lo biológico-heredado y la otra en lo que asimila, aprendizaje que va desde la perspectiva de lo ontológico y gnoseológico a lo antropológico, axiológico y ético. El aprender a ser lo que se es distingue a lo humano, es eso lo que establece que no sean consolidados sino abiertos, con un sinfín de capacidades y aptitudes. Pero, en la ruta de lo que se quiere ser, las personas pueden enaltecerse o envilecerse, de ahí que haya un modelo ideal que personifica a lo humano y que lo distingue de las bestias.
Si lo racional distingue al homo sapiens, cuál es el ideal de lo humano que debe marca la pauta para su pervivencia y desarrollo, de lo cual depende su permanencia en el planeta, su no extinción. Existiendo un nivel superior de las posibilidades humanas, que representa el modelo a seguir y que se inspira en el deber ser, lo humano no es lo que rebaja su condición. De ahí que hablar de humanidad no constituye la perversidad en la que estos pueden caer y rebajarse. Así, aunque alguno hombres y mujeres lo sean, el ideal humano constituye todo lo contrario, en donde la razón está presente.
A partir de la experiencia y los razonamientos, de la reflexión sobre lo propio y lo ajeno, fue posible considerar, por ejemplo, los derechos inalienables de los seres humanos, los preceptos de justicia, de equidad y, desde luego, la dignidad. Pero, qué es la dignidad, básicamente es la cualidad del que se hace valer como persona, se comporta con responsabilidad, seriedad y con respeto hacia sí mismo y hacia los demás y no deja que lo humillen ni degraden. Por lo que, si un individuo es irresponsable, irrespetuoso para consigo mismo y los demás, es indigno.
¿Cómo se llega a tal condición de dignidad, si ello no solo depende del criterio y de la voluntad de las personas sino también de la circunstancia en la que se encuentren? La axiología es la disciplina filosófica que trata con lo digno de ser escogido por los seres humanos, sus valores. Son los valores humanos, descritos por su racionalidad, los que marcan la pauta de tal escogencia. No obstante, hay criterios distintos sobre la naturaleza humana que van desde la postura de Nicolas Maquiavelo y Thomas Hobbes a la que sustenta Juan Jacobo Rousseau, que van desde que el hombre es malo por naturaleza a la que es bueno y es la sociedad la que lo corrompe.
Pero dado que los seres humanos están en un continuo aprendizaje son lo que se les enseña y aprenden a ser, su apertura a lo nuevo por descubrir les permite, hasta cierto punto, ser artífices de lo que son y, con ello, decidir corromperse o ascender en la escala evolutiva de su comportamiento. Lo cual solamente puede lograrse a través de su ejercicio racional, de tomar en cuenta a los otros en su proceso de su desarrollo y bienestar.
Aprendiendo a construir su dignidad, el individuo se da cuenta que existen personas que puedan obstaculizar, conculcar tal aspiración y, por lo tanto, es necesario, para ese proceso, tomarlo en cuenta. En el capitalismo, la dignidad pierde sentido, no tiene valor alguno, aunque se diga lo contrario, ya que el sistema le adjudica a cada individuo un precio que lo etiqueta como una mercancía, en la que su potencial dignidad es disuelta por sujetos deshonestos que ven en el tener la razón esencial de su comportamiento.
Y así, como estima Joseph Fouché, Todo hombre tiene su precio, lo que hace falta es saber cuál es. Es en esa cuantificación a la que se reduce el valor de las personas con las que el capitalismo se siente confiado y hunde sus dientes. Como bien lo señala Galeano, en la civilización del capitalismo salvaje, el derecho de propiedad es más importante que el derecho a la vida. Y así, al prevalecer la propiedad, pretenden convertir a las personas en objetos de su pertenencia y, con ello, quitarles su dignidad.
La dignificación de las personas, aparte de requerir un esfuerzo individual por construirla, a partir de quererse uno mismo, amerita también de una lucha incansable por desterrar al sistema que reduce lo humano a una sola dimensión, a lo cuantificable. Ser digno es no permitir que la alienación permee el ideal humano, que consiste en buscar y desarrollar sus más altas posibilidades dentro de la sociedad.
Muchos pierden la dignidad al sucumbir en la trampa que implanta el capitalismo salvaje, al priorizar el tener, el aparentar sobre el ser. Se deslumbran ante el embrujo de las cosas, pervirtiendo su condición humana, su accionar por la apariencia y el éxito. Construir la dignidad humana significa mirar al otro como parte de esa construcción, el impacto de las decisiones y la responsabilidad que eso conlleva.