Oídos sordos
Autor: Jairo Alarcón Rodas
Por lo tanto, debemos reclamar, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes.
Karl Popper
Tener una lectura de los hechos requiere, si se desea aprehenderlos de forma objetiva, separar lo que son las inquietudes emotivas de las racionales, distinguir los juicios de razón de los de valor. Pero, qué tanta objetividad puede haber en los criterios de las personas si éstas son formadas dentro de una determinada cultura y, en consecuencia, interpretan los hechos de conformidad con lo que han asimilado, creencias, tradiciones, incluso intereses particulares, cuando emiten un juicio sobre las cosas.
Para un individuo, cuyas enseñanzas han sido formadas dentro determinados patrones de crianza, lo correcto y lo incorrecto están íntimamente relacionados con el criterio de sus padres, mismos que obedecen a formas de pensar, asimilado dentro de su contexto familiar, que responde a su vez, a una circunstancia y cultura determinada. Sin embargo, existen inquietudes personales que pueda que los alejen de los patrones originales de crianza. Surgen de ahí las inclinaciones, los gustos y las apetencias que revalorizan las formas de pensar y de actuar originarias de cada individuo.
Pero ¿qué tanto responde ese cambio a la toma de conciencia de su situación personal, con respecto a su circunstancia? ¿Existirá el grado de reflexión que permita dilucidar cual deberá ser el accionar correcto dentro de un marco de convivencia social que indudablemente deberías ser ético? Muchos de esos impulsos responden a acciones de carácter emotivo y, quizás, pragmático, en donde el hedonismo y el funcionalismo están presentes. Es decir, se escoge aquello que haga sentir bien, que brinde comodidad, que se ajuste al criterio personal, pero eso necesariamente debería de contemplar al otro.
De un atavismo cultural se pasa a otro y muchas veces el ejercicio racional, en la toma de esa decisión, permanece ausente. Como resultado de ello, no se cuenta con las herramientas pertinentes para defender determinados criterios, a modo que exista la posibilidad de consensuar con otra persona o grupo que posea una afinidad distinta o criterio diferente de ver las cosas. No se escucha al otro, mucho menos se acepta el planteamiento que pueda esgrimir, lo que se traduce en intolerancia.
El etnocentrismo surge cuando se considera que el modelo cultural al que se pertenece es el mejor y, por lo tanto, el de los demás es el equivocado. Al no contar con el criterio y las herramientas que permitan comprender que existen distintas interpretaciones sobre la realidad, las cuales pueden ser superadas, se crean grupos cerrados que ven todo aquello que es distinto a la apreciación aprendida como algo erróneo. No obstante que la diversidad de criterio existe, es parte de la dialéctica del pensamiento, esa misma dialéctica exige, para su desarrollo, el empleo de la racionalidad en sus argumentos.
Temas como el aborto, la pena de muerte, la diversidad sexual, constituyen un tabú o son abordados por muchas personas sin el debido criterio en países como Guatemala. De ahí que se defienden causas y consignas de forma emotiva, a través de juicios de valor y, con ello, se pierde la objetividad necesaria para lograr los consensos. Sin embargo, el modelo de sociedad que se quiera construir amerita que tales temas, entre otros que le antecedan, requieran ser discutidos ampliamente y resueltos en un ámbito de justicia y dignidad.
Los guatemaltecos deberían preguntarse si están conformes con la sociedad en la que viven, ¿es esta una sociedad justa, inclusiva, en donde se respetan los derechos fundamentales de sus habitantes o, por el contrario, existe marginación, falta de oportunidades, discriminación, violencia y corrupción? Si existe inconformidad, es el momento de pensar qué modelo de sociedad es la que se pretende construir; lo cual indudablemente requiere involucrarse en la política, entendida como la composición o cohesión de la colectividad, como lo plantea Norberto Bobbio, siguiendo la lectura de los clásicos.
Las relaciones de poder, en las que se da la correspondencia entre el mandato y la obediencia, deben estar reguladas por el establecimiento de normas, leyes de convivencia; tal contrato social que se establece debe fundamentarse en un marco jurídico, un cuerpo de leyes, tendentes al establecimiento de un Estado de Derecho.
De ahí que el poder sin derecho es ciego y el derecho sin el poder queda vacío, señala Bobbio, por lo que no debe ejercerse arbitrariamente y, con ello, derivar a un Estado tiránico en donde impere la ley del más fuerte. Como consecuencia, el hacer política no consistiría en aprovecharse del ejercicio del poder, como un instrumento de corrupción del Estado, con la finalidad de lograr beneficios ilegítimos. Bastiat decía que cuando el saqueo se convierte en el modo de vida de un grupo de hombres en una sociedad, no tardarán en crear un sistema legal que lo autorice y un código moral que lo glorifique. Ejemplo claro de ello es lo que sucede en Guatemala y los que luchan en contra de la corrupción se les considera de ideologías extrañas, izquierdistas, “comunistas”.
La política no debería estar al margen de lo que representa un accionar ético, de lo contrario se estaría pervirtiendo la cohesión necesaria que debe existir en toda sociedad, en la que necesariamente se establecen relaciones de poder, con el objetivo del bien común. La política ejercida por los corruptos, al margen del componente ético, se convierte en herramienta de dominación y sojuzgamiento por parte de los sectores hegemónicos para resguardar sus privilegios.
Así, en las sociedades en donde prevalece un regimen de clases sociales, el poder político es ejercido perversamente. El poder político es simplemente el poder organizado de una clase para oprimir a otra sentenciaba Karl Marx, lo que se traduce en injusticia e impunidad. Con ello, la política se pervierte y quizás sea eso lo que probablemente inhibe la participación de los sujetos sociales, de la población en general, a parte de la ignorancia y los distractores que les impone el sistema. Como consecuencia, la política es vista como sinónimo de corrupción. No es que el poder corrompa, sino que esta evidencia las intenciones perversas de quien lo ejerce.
Alejados de lo que es la política y su importancia, ajenos a lo que ocurre en los cimientos de la sociedad, las pocas acciones que emprende la población se hacen más inciertas, aunque el ímpetu que los impulse reivindique causas genuinas. La lucha por una sociedad justa requiere de la participación de aquellos que se levanten por encima de reivindicaciones personales, gremiales y sectoriales, para con ello lograr el establecimiento y el respeto a los derechos inalienables de los seres humanos, esa es la bandera común que debería izarse.
Cuando las acciones que se realizan obedecen a impulsos emotivos, creencias particulares o se siguen por costumbres o tradiciones ancestrales, es poco probable que se establezcan diálogos constructivos, pues se cree lo que se quiere creer y se defienden esas creencias sin aceptar cualquier otro criterio. La argumentación y la refutación quedan al margen y el fanatismo toma su lugar y con este, posturas inflexibles e intransigentes. La sectarización es siempre castradora por el fanatismo que la nutre, afirma Paulo Freire, por lo que liberar el pensamiento a modo que lo deje atrás, es tarea fundamental de una educación inclusiva.
Todos tienen el derecho de opinar, pero son pocos los que pueden argumentar coherentemente para lograr claridad y buscar consenso. El ejercicio racional otorga la posibilidad de lograr acuerdos y es aquí donde el conocimiento adquiere notoriedad y, con ello, el modelo educativo que lo permita, ya que no es lo mismo seguir ciegamente el pensamiento de otros que ejercitar el propio. Freire llamaba a eso la transitividad del pensamiento ingenuo al pensamiento crítico a través de una educación como práctica de la libertad.
Y así como hay una estructura común que posibilita el conocimiento de las cosas, también tiene que haber un punto de encuentro entre la diversidad que, no obstante, es resaltada en los actuales momentos, no es lo esencial pues, de serlo, no sería posible lograr acuerdo alguno. El respeto a las diferencias no debe rebasar el límite de lo humanamente permisible.
Oídos sordos a todo aquello que disguste, que no esté de acuerdo con lo que se piensa, es lo que imposibilita la búsqueda de puntos de convergencia como resultado de la falta de criterio. Y así, es propio de hombres de cabezas medianas embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza, palabras sabias del poeta Antonio Machado que ilustra la actitud de todos aquellos que ante la falta de argumentos comienzan con los ataques.