El subjetivismo y la diversidad

Autor: Jairo Alarcón Rodas

La belleza del universo no es sólo la unidad de la variedad, sino también la diversidad en la unidad.

Umberto Eco

El mundo está plagado de opiniones y es porque las personas las construyen con base a lo que
creen, como resultado del criterio personal o por influencia cultural. De ahí que cada individuo
juzga la realidad según el cristal con que la mire, o bien lo hagan por su circunstancia histórica o
por la influencia cultural en la que se ven sometidos, lo que determina y origina la visión
subjetivista o relativista sobre la realidad y, como consecuencia, según tal planteamiento, no hay
una verdad objetiva, pues cada individuo tiene su particular criterio de verdad sobre las cosas.
Pero ¿será que no hay una realidad objetiva que derive una lectura correcta sobre esta y con ello
la correspondiente verdad? Dadas las implicaciones gnoseológicas que resultan de admitir como
válidas la diversidad de criterios sobre las cosas, para entender el mundo, para lograr acuerdos,
para accionar dentro del mundo, resulta muy difícil aceptarlo. Enriquecer las apreciaciones de la
realidad con opiniones, no necesariamente conducen a lo que es. He ahí la importancia de
diferenciar lo que es el conocimiento de la creencia. Mientras la creencia es particular, el
conocimiento debe ser público, Platón hace la distinción claramente entre lo que es doxa y
episteme.
Es conocido el breve poema de Antonio Machado que dice: ¿Tú verdad? no, la verdad; y ven
conmigo a buscarla. La tuya guárdatela, en donde el poeta español presenta una reflexión
filosófica en la que resalta la importancia de la verdad, que sirve de guía para la convergencia
entre los seres humanos. No es que cada persona tenga su verdad, sino más bien cree tenerla,
pero entre creer y ser existe mucha diferencia, al menos epistemológica.
Mucho tiempo atrás, Heráclito indicaba que, no escuchándome a mí, sino a la razón, sabio es
reconocer que todas las cosas son una. En este caso, aceptar la multiplicidad de la realidad,
propiciaría un caos que haría imposible el proceso de conocimiento y, desde luego, el accionar
humano. El subjetivismo tiene en sí mismo su contradicción lógica pues permite el criterio que
designe la objetividad sobre el juicio de las cosas. Y, por otra parte, una verdad que no es
universalmente válida no es verdad, es simplemente una opinión.
Pensar diferente es una de las particularidades de lo humano en su búsqueda de la verdad, la
condición específica a la que se somete, su circunstancia, hace que las personas tengan una
lectura distinta hasta de un mismo objeto de conocimiento, interpretación que se ve refleja en sus
actos, gustos y apetencias. Lo que da por resultado un atomismo en cuanto al conocimiento de la
realidad, que puede ser visto como una riqueza sobre la apreciación que se tenga sobre esta, pero
también, desvía la posibilidad del encuentro cognitivo con las cosas.
Los seres humanos son una especie definida de primates bípedos, con un potencial desarrollo
racional, esencialmente se les puede definir y, de igual forma, caracterizar según su aspecto
morfológico. Caminar erguidos, poseer dos brazos, dos piernas, dos ojos, dos orejas, una nariz, una
boca, dos manos con pulgar oponible son algunas de sus características físicas que los distinguen
entre los demás animales.

Tener el concepto de un ser humano significa abstraer las características esenciales que lo
diferencian de los demás, de modo que sería sumamente extraño identificarlo como un ser de seis
extremidades, cuatro ojos, que se arrastra y posea escamas. Por otra parte, negar como condición
humana la racionalidad sería desnaturalizarlo y convertirlo en otra cosa.
Sin embargo, la racionalidad, su emotividad, sus apetencias pueden hacerlo escoger el estilo de
vida que más considere adecuado, que más le plazca, siendo eso lo que se llama la libre
autodeterminación. Pero ¿hasta cuándo una persona puede ser libre de escoger lo que quiere ser,
si su existencia está ligada a la de otros, a la sociedad? El concepto de libertad no debe ser
entendido como el hacer lo que uno quiera sino, más bien, hacer todo aquello que no irrumpa,
vede, impida los deseos y aspiraciones de los demás. Identificar qué es lo que afecta a los demás y
lo que no lo es sería lo procedente dentro de un actuar ético, necesario para convivir socialmente.
Un mundo en donde impere la diversidad es entendible, pero uno en donde la diversidad humana
prevalezca sería peligroso si las diferencias alteran aspectos esenciales de su propia naturaleza. Lo
accidental humano es variable y modificable pero lo esencial no, eso permanece para darle la
calidad de humano a quien lo es. Modificar lo esencialmente humano consistiría en dejar de serlo,
lo diverso aceptable debe estar circunscrito en lo que constituye un ser humano.
Hay personas que no se consideran, ni se sienten identificados con la especie humana, por
ejemplo, los miembros de la comunidad otherkin creen que poseen una identidad mitológica e
incluso extraterrestre y, al sentirse diferentes, se relacionan entre ellos y con los demás de manera
distinta al común de los seres humanos, pues estiman ser otra cosa y la realidad para ellos
también los es. Lo mismo ocurre con aquellos que padecen de zoantropía y se comportan como
perros, lobos, etc., dejando de ser lo que originalmente eran. Las diferencias en este caso tocan
aspectos de la esencialidad humana.
Por aparte, la condición social que caracteriza a todo ser humano limita su libertad a lo
socialmente permisible, lo que no significa que se deba restringir el derecho de expresarse, de
actuar y escoger todo aquello que no vulnere los derechos y apetencias de otros. Es eso, coincidir
en aspiraciones fundamentales, lo que constituye el marco de acción de todo sujeto debe tener
garantizado.
Qué pasaría si cada individuo empezara a reivindicar deseos particulares dentro de un contexto
subjetivo. La validez de esos deseos tendría que ser evaluada de modo que no afecte la cohesión y
armonía social. Por consiguiente, los deseos y aspiraciones individuales o de cada grupo social
deben ser honestas, entendido esto como el comportamiento genuinamente humano, en donde la
decencia, el respeto, la dignidad y la justicia estén resguardadas para cada uno de sus miembros.
Sintiéndose diferentes, los seres humanos buscan conformar grupos con los cuales se identifiquen,
con los que compartan gustos, inquietudes, apetencias. Tales afinidades, en algunos casos, los
convierten en sociedades cerradas, siendo en este caso el sentimiento exacerbado de pertenencia,
el comienzo del etnocentrismo, de la discriminación y la exclusión de los diferentes. En las
minorías, tal sentimiento no es notorio, pero cuando se convierten en mayorías se hace más claro
y evidente.
La exaltación del sentimiento narcisista es lo que propicia sobrevalorar lo propio y el desprecio de
lo ajeno, sentimiento que puede ser superado a través del razonamiento objetivo. Con relación a

eso, Fromm señala que la persona normal, madura, es aquella cuyo narcisismo se ha reducido al
mínimo socialmente aceptado, sin que desaparezca por completo. Reducirlo al mínimo al valorar
la importancia que representa la presencia de los otros en la propia existencia.
Al sistema capitalista le interesa la segmentación de las sociedades ya que, por una parte, pueden
identificar las necesidades de estos grupos y crearles nuevas a modo que se conviertan en
potenciales compradores y consumidores. Por otra, impide que se logren conjuntar y organizar los
distintos grupos de la sociedad, debido a que prevalecen sus diferencias, con el objetivo de exigir
al Estado y gobierno la solución a los problemas comunes que los agobian, dentro de un sistema
en donde las oportunidades para desarrollarse están limitadas a unos pocos y las diferencias
sociales las establece la miseria para unos y la opulencia para unos pocos.
Pero si se comprende que lo accidental es lo secundario y que dentro de las diferencias subyace lo
humano, las diferencias que marcan el límite de las relaciones entre los distintos grupos que se
traducen en hostilidad, discriminación y marginación, pueden desvanecerse y, con ello, la
posibilidad de incurrir en el etnocentrismo. Pese a las diferencias, prevalece lo humano.

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