La vida continúa
Autor: Jairo Alarcón Rodas
Sólo vale la pena vivir para vivir. Y hacer tuyo el camino, que tuyas son las botas. Que una sonrisa pueda dar a luz tu boca. Abrázate a los vientos y cabalga los montes.
Joan Manuel Serrat
A los seres que amamos, que se han ido para siempre y nos han dejado un legado de vida.
La vida está repleta de sorpresas, muchas de esas gratificantes, otras, por el contrario, dolorosas, no obstante, es la existencia la que determina, en cada persona, sus alegrías y tristezas, dolores aflicciones, triunfos, derrotas, gozos, y no la vida. De ahí que una existencia miserable, por ejemplo, quizás determine que se pierda el gusto por la vida, lo contrario ocurre si ha sido generosa. La vida sencillamente es una oportunidad para existir y no el contenido de lo que se es o será.
Se dice que lo que se logra es producto de lo que se merece y que el destino es el resultado de lo que se es, en donde el logos y el pathos se entrelazan en el crisol de una particular existencia para establecer el ethos. Pero en el ser inacabado, que es lo que caracteriza al humano, lo que aprende determina lo que es, es por lo que puede encaminarse al bien o al mal.
Siguiendo tal supuesto, de ser artífices de lo que son, dueños de su futuro, los seres humanos serían responsables absolutos de sus triunfos y derrotas, de sus alegrías o desventuras, de su condición como tales. Sin embargo, al reflexionar sobre tantos seres marcados por la desgracia, que han tenido una existencia miserable, pareciera que, en estos, pesa la irresponsabilidad y el escaso criterio, o bien, influye otro factor que determina su situación, siendo este, su circunstancia, que para Ortega y Gasset es, lo que está a mi alrededor, “circum-stancia”, lo que me circunda y en ello están presentes los otros.
La vida hace posible la existencia de los seres humanos y, con esta en algunos el ejercicio de la conciencia. Así, paulatinamente, se dan cuenta que poseen vida, que están, que son, mas no advierten de su inmenso valor. Vivir, por consiguiente, es una posibilidad, es duración, contrariamente a la nada. Durante la existencia, a través de sus experiencias, los humanos se dan cuenta que también hay muerte, que todo tiene un ciclo de permanencia, un comienzo y un final y es ahí en donde comienza la angustia. El resto de los animales no cuenta con esa posibilidad, el saber que vivir también es adentrarse en la muerte.
Por qué vivir si el desenlace fatal será morir, resulta ser la pregunta existencial que se presenta. Sin embargo, encarar la existencia con creatividad e hidalguía, con seriedad, que consiste, según Kierkegaard, en vivir cada día como si fuera el último y, además, el primero de una larga vida; y en elegir esa obra que no depende de si se le concede a uno la edad de un hombre para completarla debidamente, o sólo un tiempo breve para haberla comenzado debidamente. O lo que es lo mismo, no prestarle atención al ineludible final, simple y sencillamente vivir la vida, disfrutar los momentos placenteros, construir espacios para el bienestar y cuando llegue el momento de partir, hacerlo con sobriedad, sin reclamos.
La vida es más fuerte que la muerte, dice Kundera en su libro La fiesta de las insignificancias, y lo es, porque se alimenta de la muerte. Pero, qué entraña esta metáfora, pues lo evidente es que la muerte se alimenta de la vida, ya que todo ser viviente tiene por destino inevitable, la muerte. A pesar de eso, mientras la vida sea, mientras perdure, la muerte estará presente, de ahí que la muerte dependa de la vida.
Pese a todo, persiste la vida, se estima que cada día nacen en el mundo, según información de Worldmeter, 270.000 personas, mientras que a diario fallecen 115.000. Siendo una proporción de poco más del doble de nacimientos sobre las muertes. A pesar del irrespeto a la vida, a los asesinatos, a las enfermedades, a las guerras, esta se resiste a desaparecer, causando en la especie humana, existencialmente, alegrías, angustias y tristezas.
Sin embargo, no es el fenómeno natural de nacer y morir el que resulta ser incomprensible, es la muerte existencial, desde la conciencia viva del existente, lo que abruma. El comienzo y el fin de la existencia a partir de la vida, permite entender que todo tiene un ciclo de permanencia. Así, cuando se es joven, la vida sonríe de lozanía, mientras que con el correr del tiempo, todo se marchita a la sombra de la muerte. El tiempo, la vejez, anuncian que se acerca el final, pero cuánto dolor y aflicción encierra ese proceso. Razón tenía Joaquín Salvador Lavado, Quino, cuando dijo que se debería empezar muriendo y al final… ¡Abandonar este mundo en un orgasmo!
Mientras que en la vida hay tanto, en la muerte nada, son esas posibilidades que se terminan y que ya no son, en un ser de posibilidades, lo que, ante la cercanía de la muerte, perturba. Y así, la vida continúa, se multiplica, dándole oportunidad a unos que, en la existencia, la valoren en su justa dimensión y proclamen lo extraordinaria que es, lo asombrosa e inquietante que resulta.
Dígales que mi vida ha sido maravillosa, palabras que, en su lecho de muerte, el filósofo Ludwig Wittgenstein dijo, que encierran un profundo agradecimiento a la posibilidad de existir como consecuencia de la vida. Vivo y tengo la oportunidad de sonreír, de compartir, de ser solidario a pesar de que haya también dolores y tristezas, miserias, injusticias y desigualdades.
Agradecer a la vida la existencia de tan relevantes personajes, mujeres y hombres que han sentado las bases del pensamiento humano, de todos aquellos que han luchado por transformar el mundo, agradecer la existencia de los seres que se aman, los propositivos, de aquellos que están presentes y los que se han ido para siempre. Agradecer también la presencia de los seres despreciables, pues es a través de ellos que se resalta el valor de aquellos que aman la vida.