Construyendo valores para una sociedad justa
Autor: Jairo Alarcón Rodas
Si asumes que no existe esperanza, entonces garantizas que no habrá esperanza. Si asumes que existe un instinto hacia la libertad, entonces existen oportunidades de cambiar las cosas.
Noam Chomsky
El comportamiento humano está ligado, hasta cierto punto, a las condiciones materiales de vida, ya que según sea su circunstancia, su horizonte próximo, de esa manera se conforma la individualidad del pensamiento. Así, son las apetencias, los deseos e inclinaciones de cada persona, los que se establecen a partir del crisol de lo heredado y lo asimilado, es lo que determina lo que son. No obstante, la especie humana tienen una peculiaridad y es que, con su racionalidad, puede revelarse ante cualquier circunstancia, tiene el poder de hacer resistencia a la situación en la que se encuentre, que le toca vivir dentro de la temporalidad del azar.
Por consiguiente, hombres y mujeres construyen historias y lo hacen consciente o inconscientemente, a partir de las decisiones que toman, con su accionar o de la inercia social en la que se vean implicados. Pensar diferente ha sido el motor que ha roto con lo establecido, es a partir de la dialéctica del pensamiento en donde las contradicciones de ideas se hacen presentes, en donde los nuevos criterios, los nuevos modelos de pensamientos y, también, los valores se cimentan. No se trata de limitar la individualidad, por lo que no se debe impedir, como lo afirma Alain Touraine, la libertad creadora que potencialmente posee todo individuo y que es beneficiosa para la sociedad.
El Tener una visión particular de la realidad es algo común en el comportamiento humano, de ahí que el planteamiento de Protágoras al señalar que cada individuo tiene una lectura e interpretación personal sobre las cosas, que se resume en que cada persona ve la realidad según como le parece, es evidente, lo que se muestra en la diversidad cultural e inclinaciones individuales. No obstante que así sea, no significa que la especie esté condenada a la atomización subjetivista sobre la comprensión de la realidad, su interpretación y consecuente control. Ya que criterios distintos sobre la base de la opinión propicia, en los seres humanos, un problema fundamental de entendimiento que haría imposible la convivencia.
De ahí que lo que es lo correcto para unos puede no serlo para otros, lo viable para algunos es inviable para otros y, sobre todo que, a una forma particular de pensamiento le sigue un comportamiento, un estilo de vida específico, que resulta ser inaceptado por aquellos que juzgan las cosas y actúan diferente, situación que da origen a determinados conflictos, derivados del nativismo, del etnocentrismo, de la exaltación de las peculiaridades de terminados grupos sociales.
Para el sistema capitalista y su apéndice, el liberalismo individualista, extendido en gran parte del mundo, producir riqueza constituye su médula central, consecuentemente el capital, su esencia; con tal visión, plasmada en la sociedad, los valores humanos como la solidaridad, la fraternidad, el cooperativismo dejan de tener importancia y son reemplazados por criterios pragmáticos de utilidad, propiedad y lucro. Producir, vender y obtener ingresos representa lo más importante, consecuentemente, la propiedad privada de los medios de producción, el libre mercado, la competencia y el consumo constituyen factores que hay que fomentar e imponer para que el sistema funciones y tenga vigencia.
Lejos está el ideal que dio origen al establecimiento de las sociedades, que consistió en lograr el bienestar para todos, pues dentro de la lógica capitalista, el que produce más riqueza tiene el derecho a mejores condiciones de vida, incluso a disfrutar de excesos. Efectivamente, acumular riqueza les da la posibilidad de mejorar su situación, pero no solo eso, les otorga poder sobre los demás. Al prevalecer, dentro de este sistema, la idea de que el fin justifica los medios, la ética pierde su valor y el obtener mayor ganancia, no importa que se logre a través de la explotación del hombre por el hombre, tiene validez.
La forma de pensar de los pueblos está determinada, hasta cierto punto, por las condiciones materiales de vida y, en el sistema imperante, eso se hace patente como resultado del control de los medios de comunicación, del sistema educativo, con el concurso de las religiones, por medio del adormecimiento de conciencias. De esa forma se impone la ideología dominante.
Es el proceso de domesticación, que utiliza el sistema capitalista imponiendo valores acordes a los intereses de una minoría privilegiada, el que aliena a la población para que sea parte de su engranaje e indudablemente responda a sus intereses, esclavizándola dentro de una forma de pensar, que impone criterios, acrecienta egoísmos, alimenta la sed del consumo, en el que el esclavo obedece y escoge obedecer como lo diría Simone de Beauvoir.
Para el sistema capitalista, tener constituye el valor primordial ya que la acumulación de riqueza y el insaciable apetito de lucro determinan que es más quien tiene más. Sin embargo, el hombre moderno tiene muchas cosas y usa muchas cosas, pero es muy poca cosa. Sus sentimientos y sus pensamientos están atrofiados, como músculos sin emplear, dice Erich Fromm. El ser muy poca cosa es producto de la sustitución del ser por el tener, de la pérdida de valores humanos en aras de pretender, cada vez más, posesiones, aunque sea a costa de la pérdida de la dignidad.
Valores que determinan que las personas sean indiferentes a la presencia de los demás, que alimenten su sed de consumo y que su individualidad se caracterice por egoísmo, en vez de la creatividad e inventiva, es propio de un sistema que ve la mercancía el objetivo de realización de la especie humana.
Construir valores para una convivencia humana, en la que la justicia prevalezca y la realización individual concuerde con la armonía social, en donde el conocimiento se convierta en el aspecto liberador de un sistema que cosifica, debería ser el objetivo. Y así, en el Hombre unidimensional, Herbert Marcuse nos dice, si el hombre ha aprendido a ver y saber lo que realmente es, actuará de acuerdo con la verdad. La epistemología es en sí misma ética, y la ética es epistemología. El conocimiento abre las puertas al entendimiento y este a una existencia más humana entre humanos e indudablemente más placentera.
No sin razón Aristóteles afirmaba que la búsqueda del bien es el objetivo esencial para los seres humanos, en donde la justicia constituye su condición necesaria. Sin embargo, no puede haber justicia, cuando las condiciones materiales establecen que un grupo minoritario lo tiene todo y la mayoría muy poco, por lo que tomar conciencia de ello es el primer paso para la construcción de valores para una sociedad justa.
