A pesar de todo, Arévalo es el nuevo presidente

JAIRO3

Autor: Jairo Alarcón Rodas

Sancho, dejad que los perros ladren, es señal de que cabalgamos.

Miguel de Cervantes Saavedra

La grave situación en la que se encuentra el país como consecuencia de las acciones emprendidas por el Pacto de Corruptos, los cuales han extendido su perverso dominio en todas las esferas del Estado de Guatemala, deja a la red de corrupción instaurada durante el gobierno de Otto Pérez Molina como simples aprendices comparada con los gobiernos de Jimmy Morales y de Alejandro Giammattei. Ingenuamente se pensó que no podría haber un gobierno que superara en corrupción al legado de Roxana Baldetti y Otto Pérez, lejos estaba tal suposición de la verdad, después de ver la magnitud de los robos y actos de corrupción e impunidad de tales gobiernos.

Sin duda, para lograr tal grado de cooptación de las instituciones del Estado, contaron con el reclutamiento y complicidad de vasallos inescrupulosos, personajes siniestros que, como lo dijo Voltaire, creen que el dinero lo hace todo y, por ello,  terminan haciéndolo todo por dinero, aquellos que se venden a cambio de riqueza y no les importa perder su dignidad con tal de lograr su objetivo. Individuos que hacen lo que se les pida, peones de un sistema perverso y decadente.

Personajes que, en este caso, representan a los operarios del nefasto plan de una oligarquía que se niega a reconsiderar su papel en el país y que ilegítimamente, en la clandestinidad, ejerce el poder a través del control de las instituciones del Estado. Pero que ahora se enfrenta con una sociedad guatemalteca que comienza a despertar y, con los votos emitidos, ha reafirmado que aspira a la construcción de una democracia y al establecimiento de un verdadero Estado de Derecho.

Sin embargo, la soberanía de todo país recae en el pueblo y que hayan sido electos jefes de gobierno, diputados, alcaldes, no significa que ostentan un poder absoluto, no quiere decir que se les deba soportar un actuar anómalo o crímenes. Como mandatarios que son de la sociedad, se les puede hacer ver sus errores y revocar su mandato, las sociedades no le firman un cheque en blanco a sus autoridades. Máxime si la forma en la que han sido electos no corresponde a los ideales democráticos que debe sustentar a todo país y, en el caso de Guatemala, la ley electoral y de partidos políticos adolece de muchas fallas las cuales impiden que el sistema electoral sea genuino.

Con estos antecedentes, El Pacto de Corruptos urdió un plan para continuar en el poder y perpetuarse en el mismo y, en contubernio con el Tribunal Supremo Electoral, imposibilitaron la inscripción de los candidatos que les podían estropear su objetivo. Ahora bien, no contaron que el Movimiento Semilla pudiera dar la sorpresa y que Bernardo Arévalo de León llegara a la segunda vuelta, pues a sus estrategas le fallaron los cálculos.

Pese a la campaña de desinformación y de mentiras desplegada, por todos los medios, desde la esfera gubernamental y sus aliados en la corrupción, a pesar de la complicidad de los negociantes de la fe, Cash Luna, Jorge López, Sergio Enríquez, entre otros, los que literalmente satanizaron al Movimiento Semilla y a su candidato presidencial, conminando a votar por Sandra Torres, los guatemaltecos reafirmaron su deseo de cambio y con toda claridad eligieron como su binomio presidencial a Karin Herrera y Bernardo Arévalo. Pudo más la razón que las perversas motivaciones de los enemigos de la democracia y el Estado de Derecho.

Solo con ver a los detractores de Arévalo, cuál ha sido sus acciones en la problemática del país, cómo ha sido su proceder y desempeño en la búsqueda y consolidación de una sociedad justa y democrática, libre de la corrupción,  para saber quiénes son los enemigos del país, quiénes son los que han obstaculizado a la justicia y se han beneficiado con el estado de corrupción que se vive en Guatemala.

Pese a la serie de artimañas, la contundente victoria de Bernardo Arévalo ha evidenciado que los guatemaltecos quieren un cambio, salir de la corrupción, del fango en el que los tiene agobiados el gobierno de Alejandro Giammattei y el Pacto de Corruptos. La persecución no ha cesado, es más, se presagia que los delincuentes, enquistados en los poderes del Estado, no le entregarán el poder, el 14 de enero, al binomio ganador, pretendiendo así consolidar un golpe de Estado y, con ello, perpetuarse en el poder.

Ya desde la primera vuelta, con el sorpresivo despunte de la candidatura de Arévalo, el ministerio público de Consuelo Porras y su servil lacayo, Rafael Curruchiche, con la complicidad del juez corrupto Freddy Martínez, comenzaron el hostigamiento y persecución a dicho partido con una investigación espuria, denominada “corrupción semilla”, pretendiendo con ello su no participación en la segunda vuelta electoral, lo cual no lograron. No obstante, el acoso continuó con la complicidad de jueces corruptos, de la junta directiva del congreso de la República e instancias pertenecientes al Pacto de Corruptos.

Bernardo Arévalo y Karin Herrera ya ganaron la presidencia de Guatemala, el país ya decidió quiénes serán sus gobernantes, lo que es irreversible, y a pesar de las truculentas acciones de los delincuenciales, de los que detentan el poder y que ahora pretenden gestar un golpe de Estado para continuar con sus robos y hartazgos, el pueblo tiene la última palabra y, volcándose masivamente a defender el triunfo obtenido el 20 de agosto, demostrará en dónde radica la soberanía de un país.

A no dudar, el Pacto de Corruptos tienen mucho que perder, pues no se habían concretado las condiciones como las que hoy se presentan tras el evento electoral, no se había producido una situación como esta desde hace mucho tiempo, que pone en peligro la serie de privilegios e impunidad de los delincuentes en el poder. La oportunidad se ha presentado y se debe aprovechar apoyando al nuevo gobierno de Bernardo Arévalo, siendo partícipes directos del cambio.

Libres de óptimos desmesurados y de triunfalismos desbocados, la idea debe ser comenzar a reconstruir el país y su reconstrucción debe partir de un cambio de actitud en cada uno de los guatemaltecos, una reeducación que nos aleje de la inercia de la corrupción asfixiante de este país y que toda sociedad civilizada está obligada a desterrar. Sin duda, habrá resistencias, las cuales deberá que ponerlas en su lugar con vistas a la fundación de una nueva sociedad.  Un país en el que sus habitantes ignoran las reglas de convivencia, que consiste en la civilidad, está condenado a vivir en la barbarie.

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