La necesaria cultura política

Autor: Jairo Alarcón Rodas

Aquello que no es raro, encontradlo extraño. Lo que es habitual, halladlo inexplicable. Que lo común os asombre. Que la regla os parezca un abuso. Y allí donde deis con el abuso, ponedle remedio. Bertolt Brecht

Darse cuenta sobre la condición humana, de su incuestionable naturaleza social, es deber de todo individuo que, al tomarse un tiempo, al reflexionar sobre lo que es y percatarse de lo improbable que representa vivir al margen de los demás y de la importancia que representan los otros en su formación, en su desarrollo y pervivencia, no elude la importancia del conocimiento de las relaciones de poder como la forma de conjunción de la sociedad, en la búsqueda del bien común. Tal grado de conciencia significa salir de la mismidad a la otredad y volver de esta renovado con las experiencias adquiridas, a partir del encuentro con los otros.

Sin embargo, pensar socráticamente sobre lo que uno es, intentar conocerse para darse cuenta de las potencialidades y las debilidades, falencias y limitaciones, no obstante que pareciera ser poco problemático, resulta ser una tarea difícil y complicada para los seres humanos. El conocimiento de lo propio es más difícil que el de lo ajeno. Lo que está más cerca en cuanto al ser es lo que está más lejano en cuanto al conocimiento dice Landmann, es más fácil juzgar lo otro que lo propio ya que es lo más visible.

Es esa la razón por la que la filosofía comienza con reflexiones sobre la realidad, buscando el principio generador de todas las cosas, su arjé, de ahí que no fue sino más tarde, con los sofistas y Sócrates, que las inquietudes filosóficas se dirigieron al ser humano como punto de partida de toda inquietud racional. En consecuencia, la teoría de la realidad precede a la gnoseología, a la antropología filosófica y a la teoría política.

El conocerse a uno mismo y, a partir de ahí, saber que se es ignorante de muchas cosas, obliga a buscar y aprender lo que no se sabe y, en este caso, conocer la importancia de la formación política que debe tener todo ser humano dada su condición social. Aristóteles resalta lo valioso que es para los seres humanos, su tendencia a vivir reunidos aun cuando no precisen ayuda de sus semejantes; además, si se agrupan, recalca elfilósofo, es porque sus intereses son comunes, logrando mejor el bienestar general colectiva que individualmente, lo que hace necesario el establecimiento de las sociedades y, dentro de estas, el surgimiento de las relaciones de poder.

Qué representa el ser humano en sociedad, cómo se establecen las relaciones de poder, qué responsabilidad conlleva el vivir con otros seres humanos, cuál es la función del Estado, por qué es necesario el establecimiento de un Estado de Derecho en el que impere la justicia, cómo se establecen las formas de gobierno, qué papel representa la ética en toda sociedad y, quizás lo más importante, por qué es necesaria la participación deliberativa de los integrantes en sociedad en la consolidación de un Estado de Derecho, son interrogantes que ameritan una respuesta crítico-reflexiva para asumir congruentemente las acciones correspondientes.

El ser humano es un ser histórico y social, un ser que ha evolucionado, que se ha transformado a lo largo del tiempo y se sitúa en un presente que se alimenta del pasado de cara al futuro. En tal sentido, puede aprender de sus errores, pero para ello no solo tiene que examinar lo que ha sucedido, sino, también, reflexionar juiciosamente para no cometer los mismos errores y, así, enfrentar el futuro en forma crítica.

En todo desarrollo de entendimiento y de asimilación de la realidad, existe un denominador común que constituye el proceso de enseñanza-aprendizaje, es decir, un componente formativo que dote de herramientas teóricas y prácticas que les permita a los seres humanos no solo orientarse debidamente en el mundo, sino construir críticamente su futuro en sociedad para el bien personal y desde luego el común.

Así, dentro de un regimen social, las inquietudes y deseos particulares no deben ir en contra de los intereses de los demás pues, de lo contrario, generaría crisis, discordia, conflicto. De ahí que se distingan los deseos genuinos y los que no lo son, ya que toda inquietud individual debe estar enmarcada dentro de un ámbito social, cosa contraria amerita los correctivos correspondientes y, desde luego, las sanciones. Al respecto John Holloway indica, Nuestra capacidad de hacer siempre es el resultado del hacer de los otros. El poder-hacer, por lo tanto, nunca es individual: siempre es social. No se trata de ejercer el poder-sobre que es la ruptura del flujo social del hacer, recalca Holloway.

Está claro que no se convive en sociedad para vivir en discordia sino, por el contrario, lo que se busca es la armonía, la cordialidad y esta se logra desvaneciendo las contradicciones antagónicas e impulsando la justicia para el bien común. Vivir en sociedad conlleva, por lo tanto, la responsabilidad de lo que eso representa y para ello hay que asumir la ineludible condición humana que acompaña a toda persona a partir de su aprendizaje. Saber lo que uno es y su responsabilidad dentro de la sociedad es parte de ese aprendizaje.

Pero el ejercicio de la política se pervierte cuando los excesos y las arbitrariedades de los que gobiernan se hacen presentes, cuando la indiferencia de los que se ven sometidos al poder crea un ambiente de impunidad, cuando no existe la participación de estos en los asuntos del Estado, que no consiste exclusivamente en el ejercicio de poder, sino sobre el conocimiento de los distintos aspectos que tienen cabida en ese ejercicio, como el cumplimiento de las normas, la responsabilidad de los actos, la búsqueda de justicia para el bienestar común; aspectos que afectan a todos los miembros de la sociedad, que ameritan su cumplimiento y vigilancia por parte de todos.

Una cultura política no significa, necesariamente, militancia partidista, sino asumir y desempeñar la función social que toda persona debe tener dentro del espectro de papeles jerárquicos que a cada uno le corresponda, en la búsqueda de su satisfacción personal y el de su bienestar, que ineludiblemente está vinculado al de los demás dentro de un marco de honestidad. Con claridad Zygmunt Bauman señala que: El arte de la política, cuando se trata de política democrática se ocupa de desmontar los límites de la libertad de los ciudadanos, pero también de la autolimitación: hace libres a los ciudadanos para permitirles establecer, individual y colectivamente, sus propios límites, individuales y colectivos. De tal modo que la cultura política, es hacer comprender lo que constituye el verdadero ejercicio de la libertad y el de la justicia.

Cornelius Castoriadis señala que el poder explícito que concierne a lo político, y al que generalmente nos referimos cuando hablamos de poder, no reposa esencialmente en la coerción -evidentemente siempre hay más o menos coerción, que, como es sabido, puede alcanzar formas monstruosas-, sino en la interiorización, por parte de los individuos fabricados socialmente, de las significaciones instituidas por la sociedad. De tal modo que el involucramiento político de cada miembro de la sociedad lo hace tomar conciencia participativa de los asuntos del Estado, en la búsqueda del bienestar para todos.

Luchar para que el ejercicio de la política pase de la perversión en la que la han sumido personajes inescrupulosos, al arte de gobernar a través del cumplimiento ético de los que ejercen el poder, es responsabilidad de todos aquellos que comprenden la responsabilidad que ostenta el vivir en sociedad, pues, como dijo Arnold Toynbee: El mayor castigo para quienes no se interesan por la política es que serán gobernados por personas que sí se interesan. Y los intereses de estas personas muchas veces no son genuinos, más bien ilegítimos, siniestros, perversos, no obstante, estarán sometidos a su poder y no harán nada por liberarse de esas cadenas.

Jairo Alarcón

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