Viviendo en estado de alarma infinita
Por Mario Rodríguez Acosta
Tres años en el cargo de presidente a Giammattei le han bastado para convertirse en el centro de gravedad del sistema político guatemalteco, algo que no logró durante 20 años estando de eterno candidato. Esto se ha logrado porque él encarna como nadie, la reestructura del sistema mafioso y clientelar que se ha ido construyendo a lo largo de los años y que la CICIG intento desarticular sin éxito. Con el apoyo del sector empresarial, el respaldo de los caudillos políticos conservadores y el sostenimiento de la cúpula militar, Giammattei ha logrado amalgamar todos los intereses posibles entorno de tres objetivos básicos; legalizar la corrupción propia y la de aliados y conocidos, consolidar la cooptación del estado basado en el sistema de justicia y cohabitar con el crimen organizado garantizando un sistema ad hoc a sus necesidades de expansión y desarrollo. Visto así, guste o no, el balance del Gobierno de Alejandro Giammattei han sido exitosos, tanto por lo alcanzado en el tema de cooptación del estado, como por el crecimiento económico logrado en plena pandemia que ha beneficiado al gran empresario y oxigenando un modelo económico en bancarrota con un costo social altísimo, pero sin poner en peligro la continuidad y profundización del régimen.
En lo social, la clase media urbana sostiene el rumbo conservador del país a pesar de su deterioro en términos de bienestar. La precariedad del empleo, la reducción de los espacios formales de trabajo hace que este sector viva al límite de la pobreza, pero siguen aferrados a los privilegios que el sistema les ha dado, por lo tanto, el reclamo por una justicia social no forma parte de sus reivindicaciones. Es más, los reclamos sociales que provienen del campo, del sector campesino rural, por las condiciones de pobreza y exclusión en que se encuentra, son duramente criticados por esa clase media que asume a los movimientos sociales, campesinos e indígenas como un peligro a su propia subsistencia.
En el plano político no existe una oposición como tal. Hay un conglomerado de partidos funcionales al sistema y una izquierda otrora revolucionaria que evolución hasta convertirse en expresión de la nada, con dirigentes acomodados al escaño y un discurso difuso, sin sustancia y sin apelo con la población. Desde luego que no están a la altura de la crisis sistémica del país y solo son una herramienta más para subsidiar la miseria existente en la vieja política.
Toda la maquinaria del pacto de corruptos jugo un papel activo en relativizar los “malos manejos” de los asuntos del estado. Los asuntos de corrupción propios, se tapan felizmente con aparato de justicia al servicio del sistema, teniendo operadores políticos incrustados en cada una de las instancias judiciales y administrativas del estado para preservar el sistema. Por eso, la no inscripción del binomio presidencia presentado por el Movimiento de Liberación de los Pueblos se rechazó. Y no es cierto que lo hacen por miedo a lo que las encuestas dicen sobre Thelma Cabrera, más bien, lo hacen por que tienen el poder de hacerlo y pueden implementar esa y otras medidas, con un costo relativamente bajo, sin que ese poder se vea cuestionado.
La alianza de conveniencia que se dio entre los sectores dominantes del empresariado y el crimen organizado al inició de la crisis del gobierno del Patriota se consumó y con el tiempo se convirtió en una alianza de clase estratégica y fundamental para apartar toda oposición al régimen. Al empresario no le importa si mucho de los candidatos que se están presentando tenga vínculos explícitos con el crimen organizado, si la candidata estrella de ese gremio tiene impedimento constitucional, pero aun así participará.
Estás elecciones muestran que esa unidad de acción se consolido y se transformó en una alianza funcional y operativa para mantener la hegemonía del régimen. Es a todas luces la culminación perfecta para la guerra contra el comunismo, pues con ese relato se logra una derrota política del espectro popular, frente al atrevimiento que aún existía de convertir al país en una democracia funcional y se propina una marginación, ya sea por la vía judicial – penal, o por la represión dura y directa contra todo aquel que se oponga al narco estado capitalista neoliberal.
La prueba de esto es la conducción económica que continúa funcionando como siempre, con estabilidad macroeconómica que dan la impresión que todo funciona a la maravilla y genera un espejismo de prosperidad que no existe en la realidad. El discurso neoliberal imperante se reproduce, incluso en las esferas del espectro político de izquierda, mientras el crimen y el narcotráfico cooptan los espacios políticos de elección y se posicionan, ya no como parte del financiamiento ilícito, más bien, como candidatos con derecho a ganar y mantener el poder local, regional y legislativo – judicial.
En esa coyuntura al mandatario que va de salida, con o sin enfermedad de por medio, solo le queda garantizar que esto continue funcionando como hasta ahora y luego velar porque sus principales allegados puedan gozar con impunidad e inmunidad, de lo ganado en estos años de servicio público.
