La agenda política de los sectores hegemónicos
Autor: Jairo Alarcón Rodas
Nadie puede escapar a la influencia de una ideología dominante.
Ludwig H Von Mises
La lucha por la supremacía no solo se desarrolla en el campo de batalla sino, también, en las mentes de las personas al tomar su control. Es claro que, en los conflictos militares, el pez grande se come el chico, las grandes potencias armamentistas invaden, usurpan, aniquilan a su sabor y antojo y, actualmente, Estado Unidos es un claro ejemplo de ello. Basta revisar lo ocurrido en el escenario geopolítico más reciente para contar con las evidencias del caso y señalar a los responsables.
Las invasiones en Irak, en Afganistán, en Libia, en Siria, por mencionar las más recientes, la intervención y destrucción de esos países tiene con claridad a los directos responsables y lo repudiable del caso es el silencio que guarda la comunidad internacional, el mutismo del resto de los países del llamado mundo occidental es igualmente despreciable, convirtiéndolos en cómplices de tales arbitrariedades, hechos criminales y horrores.
De ahí que, lo que para Washington solo fue leves errores estratégicos, necesarios para preservar la paz en el mundo, para llevar la democracia a países ante dictaduras tiránicas que afectan a muchas naciones en el mundo, significó cientos de miles de muertos, la destrucción de sus territorios y traumas psicológicos para sus habitantes.
Tales incursiones han hecho del mundo un lugar cada vez más inseguro y miserable. Según publicación del periódico inglés The Guardian del 16 de septiembre de 2007, refiriéndose a la invasión de Irak, a partir de la operación conjunta de Estados Unidos, Gran Bretaña y España, situaba el número total de muertos en 1 200 000, cifra que da credibilidad al estudio publicado por The Lancet un año antes.
¿Qué hubiera pasado si tales “errores” los hubieran cometido países como Rusia o China? La respuesta es clara y se evidencia con el doble rasero con el que actúa la comunidad internacional, en el que se penaliza a Rusia con más de 18,772 sanciones por la guerra con Ucrania, pero no se dice nada sobre las acciones perpetradas por Estados Unidos en distintos países del mundo ni sobre los indiscriminados bombardeos en contra de la población civil, la matanza de niños en Palestina por parte de Israel.
Por lo anterior, cabe resaltar que existe también la lucha ideológica, que se libra a gran escala, la que en determinado momento prepara el camino para la intervención, la destrucción y el aniquilamiento militar de los regímenes enemigos y, por otra parte, sirve para del adormecimiento de las conciencias, con el propósito de dominar, alienar, someter y robar, extraer riquezas, así como explotar. La lucha que se da a través del control de los medios de comunicación sirve para mantener sumisos y en el engaño a los que considera sus tontos útiles.
Convertir a los adversarios en aliados, a través de la mentira, la diatriba, la calumnia, la seducción, es lo que busca y pretende la lucha ideológica y, desde luego, son las agendas que los sectores hegemónicos emprenden, cuyo interés esencial no es la democracia ni el bienestar de los pueblos, sino su control, con fines estrictamente económicos en el mundo. En donde, por cierto, para ellos, lo humano no tiene importancia.
Y así, teniendo los recursos económicos y militares para el sometimiento de los pueblos y, por aparte, el control de los medios comunicación y el poder sobre muchos gobiernos títeres que dependen de su respaldo económico para continuar gobernando, la hegemonía ideológica resulta ser imprescindible pues, para ellos, la justicia es el poder que ejerce el más fuerte sobre los débiles.
Consecuentemente, con el cinismo del caso, imponen una agenda, un discurso, en el que se desprestigia, se criminaliza a todos aquellos que los contradigan y lo hacen a través del emporio de la mentira, del engaño y de la alienación a gran escala. Presente está lo dicho por el Secretario de Estado de Estados Unidos, Anthony Blinken, al referirse al actuar de su país, “o haces lo que queremos o trataremos de comerte”. Eso efectivamente han hecho con todos aquellos que han osado revelarse, comérselos, destruirlos, eliminarlos de la faz de la tierra.
Hay un deseo aspiracional que, aunque no se logre concretar, aunque sea un espejismo, mueve a cierto tipo de personas a identificarse con la idea de éxito, la que el capitalismo promueve y difunde, que se resume en la comodidad, suntuosidad, en lujos y el prestigio que se obtienen con el tener.
La ilusión de que eso es posible los hace defender las acciones de sus explotadores y lo que ellos promueven. No alcanzan a pensar ni comprender que no se puede basar lo que uno es en lo que posee, pues, como lo dijo Erich Fromm, si yo soy lo que tengo y si pierdo lo que tengo, ¿entonces quién soy? De acuerdo con ese planteamiento, en nada. El Considerar que lo que se es se basa en las posesiones es una pobre visión del ser humano que lo relega a la condición de cosa, en el más burdo sentido de la palabra.
La suntuosidad, el oropel, todo aquello que con el dinero se puede pagar y obtener, se resalta como el máximo ideal al que toda persona puede y debe anhelar y aspirar. En el mundo, en el que prevalecen las transacciones económicas, las mercancías sobre las personas, consumir, comprar, gastar constituye la finalidad humana.
De tal modo, que valores como el individualismo, el egoísmo, la propiedad privada, el emprendimiento, la prosperidad, la libertad se anteponen a los esenciales requerimientos naturales, es decir, al cómo lograr satisfacer las necesidades básicas de subsistencia. Cómo desarrollar la mente, cómo disfrutar y ejercer la libertad si no se tiene algo en el estómago. No es de esperar que los opresores promuevan la libertad sobre las exigencias materiales de las personas.
En el mundo capitalista, en donde la riqueza es más importante que los aspectos humanos y se le considera un fin en sí misma y no un medio para lograr el bienestar, lo humano pierde su valor. Bien decía Karl Marx, La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas y eso persigue, plantea y fomenta el capitalismo como su fórmula del éxito.
Qué persiguen los países hegemónicos, cómo identificarlos. La hegemonía en la actualidad es el equivalente al neocolonialismo y se patentiza en todos aquellos países que tienen intereses económicos en otras naciones y a través de su potencial económico, militar o político, ejercen supremacía sobre las demás poblaciones, aunque encuentren resistencia.
Al considerarse ellos mismos modelos de democracia, asumen que cuentan con el derecho de imponerla a los demás, de dictar el camino que debe seguir el resto de los países del mundo y, lo hacen, a partir de difundir mentiras, de la intimidación, de la coerción y la fuerza. Y es que como lo indicaba Henry Kissinger, no se trata de lo que es verdad sea lo que cuenta, sino lo que se percibe como verdadero. El engaño se convierte en la estrategia para el dominio de las conciencias.
De modo que, amparados en lo que creen debe ser la democracia, la justicia y la libertad, interpretaciones que sin duda están diseñadas para defender y preservar sus intereses, demonizan, criminalizan, a todos aquellos que pretendan construir su propio destino, independizándose de sus designios.
Y así, los criminalizan, señalándolos de tiranos, de enemigos de la democracia pues, como lo afirmaba Noam Chomsky, para los poderosos, los crímenes son los que otros cometen y, en este caso, el solo hecho de desobedecer constituye un crimen, ya que su visión de la realidad es notoriamente etnocéntrica, pues son ellos los que deben dictar las reglas del juego, el diseño de lo que es un gobierno democrático, lo que es bueno o malo pues les asiste ese derecho.
Los argumentos que utilizan las grandes potencias hegemónicas, el sustrato ideológico, para denostar a aquellos líderes de las naciones que buscan la emancipación de sus pueblos es un claro ejemplo de su comportamiento al margen de toda ética. Y lo lamentable es que para eso siempre encuentran personas que se prestan para criticar y traicionar a sus propios países.
Cuba, Venezuela, Nicaragua son un claro ejemplo de los países que han sido criminalizados a través de los medios de comunicación, como parte de la agenda política de los sectores hegemónicos. No obstante, basta atender a los indicadores en salud, en educación, en nutrición y compararlos con los que tiene Guatemala, por ejemplo, para conocer con más claridad sobre esa situación y saber, realmente, quiénes son los países que están en crisis.
En consecuencia, porqué insisten algunos en decir que, si se continúa dentro de la crisis de gobernanza a la que ha llevado el Pacto de Corruptos al país, se puede llegar a ser otra Cuba, otra Venezuela, otra Nicaragua, como lo señalan funcionarios del actual gobierno. Lo curioso del caso es que esos mismos señalamientos los reafirma el Pacto de Corruptos al indicar que el país se convertirá en una dictadura que empobrecerá aún más a los guatemaltecos, como está ocurriendo con los habitantes de los países mencionados. En este caso, se nota ligereza en los criterios de unos por ignorancia y, en otros, por maldad.
Claro está que desde la perspectiva de los sectores que lo han tenido todo, que derrochan dinero, que han gozado de privilegios y de excesos, si se suscitara un cambio en Guatemala, desde luego saldrían perdiendo. Pero qué sucede con aquellos que no han tenido nada, que apenas tiene para sobrevivir, los olvidados. Qué sucede con los niños desnutridos de este país, que vergonzosamente ocupa el primer lugar de ese flagelo en Latinoamérica, ¿no les beneficiaría a ellos, en este caso, salir de esa situación a través de un cambio de condiciones materiales, en donde prevalezca la justicia y la equidad?
Por aparte, si esos países están tan mal como lo señalan, por qué tienen mejores indicadores y expectativas de vida para su población, sobre otros que viven en una supuesta “democracia”. Informes del banco mundial sitúan a Guatemala, con un 59.3 %, en el primer lugar de pobreza de Latinoamérica, muy por encima de Venezuela, que tiene 33.1, de Nicaragua con 24.9 y de Cuba con 36.8%, a pesar del cerco económico.
La lucha por fortalecer las conciencias, por brindarles las herramientas que les permitan ver más allá de la opinión que difunden los sectores hegemónicos, constituye una labor imprescindible por solventar. Sin embargo, el estómago es antes que el cerebro y de pueblos hambrientos, sumidos en la miseria, sería infame pedirles, mucho menos exigirles, una revolución del intelecto.
Mientras tanto, el analfabetismo funcional corroe a las capas medias, los continúa sumiendo dentro de un marasmo de ilusiones que les ofrece el capitalismo y, así, sueñan algún día con probar las migajas de los placeres que las élites gozan. Por lo que opinan sin criterio, defienden lo indefendible, siguen el discurso que difunde la comunidad internacional, se niegan aceptar las evidencias.
Y no solo eso, hablan sobre los gobiernos estigmatizados por el discurso hegemónico, como dictaduras, como sumidos en la miseria, faltos de libertad y empobrecidos, sin tener idea de lo que eso significa, mucho menos de cuáles son sus causas ni de lo que significa la opresión, la explotación y el discurso hegemónico. Bien decía Marx, la ideología es el sistema de creencias que legitima la dominación y eso le queda a los imperios, como anillo al dedo.