El derecho a morir
Autor: Jairo Alarcón Rodas
Lo terrible no es la muerte, sino las vidas que la gente vive o no vive hasta su muerte.
Charles Bukowski
La muerte es un tema inquietante para los seres humanos, de tal modo que el estar y desaparecer les causó asombro e inquietud en su momento. El presenciar la muerte de un ser con el que se ha compartido la existencia o encontrarse con el fallecimiento de otro ser humano, de un ser vivo con el que se ha establecido una relación empática, inquieta a los que se quedan, por lo que ha sido tema de reflexión para científicos y filósofos y, también, objeto de inspiración para poetas y literatos.
En los albores de la humanidad, en sus inicios, tal fenómeno causó desconcierto, fue inquietante e inentendible para el homo sapiens encarar a la muerte. Cómo es que un ser pasa de tener vida a ya no poseerla, qué determina que del ser se llegue al no ser. Y en la búsqueda de explicaciones, fueron los mitos y la religión los que no solo vertieron en su momento las primeras respuestas, sino que les fueron satisfactorias.
Pero ¿en qué momento el homo sapiens tuvo conciencia de la muerte? Es preciso aclarar que la conciencia es lo que distingue sustancialmente a los seres humanos del resto de animales del planeta. Ser tanto sujeto como objeto de conocimiento, que no solo permite interpretar la realidad, conocerla, sino también darse cuenta de ese proceso, es lo que constituye la conciencia. De ahí que ser conscientes de la muerte es también meditar sobre el trayecto de la vida.
Darse uno cuenta de lo que sucede dentro de su circunstancia, dentro de la esfera privada y pública y, por consiguiente, que cualquier aspecto que sucede en ambas esferas afecta tanto al individuo como a la sociedad, forma parte de la conciencia de las personas y, por consiguiente, les demanda respuestas que incluye lo racional y lo emocional, que solo es posible a través de un proceso de abstracción que relaciona a un antes y a un después de los fenómenos en el presente.
Qué deriva en los seres humanos el hecho de la muerte, cómo surge el respeto a los muertos, por qué se han creado rituales sobre ese hecho incuestionable. El temor por morir ha creado toda una serie de creencias para rescatar la vida, los mitos y religiones en diversas culturas así lo muestran. Trascender a la muerte, como un deseo ferviente de la inmortalidad, es quizás una respuesta al subyugante encuentro con la nada tras el breve paso de la vida.
Existen vestigios arqueológicos, en diferentes lugares de este planeta, de que hace aproximadamente 100.000 años el hombre de Neanderthal realizó los primeros ritos funerarios haciendo uso de una sencilla ceremonia de inhumación. El respeto a los despojos humanos es, quizás, el resultado de honrar la trayectoria por la vida de aquellos con los que se compartió un sentimiento, por lo que el afecto que se les profesa y la esperanza del inicio de una nueva vida después de la vida, para un reencuentro, constituye el rechazo de la muerte.
Desde los sumerios, los egipcios, los chinos, hasta los griegos, los romanos, los mayas y los incas, las grandes civilizaciones de la antigüedad, han interpretado la muerte como la posibilidad de un paso hacia otro estado superior. En el cristianismo, por ejemplo, el hecho de morir ha sido utilizado para normar la conducta de hombres y mujeres a partir de los mandatos de su Dios, a partir de premios y castigos. Así es que, desde esa concepción, se pueda tener el derecho a una vida eterna, si se cumple con las prescripciones descritas en las Escrituras.
En tal sentido, el tema de la vida eterna ha estado presente desde hace muchos años en el imaginario colectivo de la humanidad, más bien en todos aquellos que temen a la muerte, a la ausencia total de la vida, al no ser; ya que la nada, anonada, según palabras de Martin Heidegger. De ahí que es el miedo al no ser lo que confiere el deseo de insistir en la trascendencia de la vida sobre la muerte. No obstante, para algunos, ese temor desaparece con los infortunios que encuentran durante su existencia.
La conciencia de la vida para los seres humanos también lo es de la muerte, es eso lo que provoca la angustia existencial, el incuestionable encuentro con lo fatal. Pero, curiosamente, toda esa reflexión es posible cuando hay vida, estado en el que un universo de posibilidades se abre para aquellos que la poseen. Sin embargo, se nace sin solicitarlo, ya que desde la perspectiva de un óvulo y de un esperma que lo fecunda no es posible que tal petición suceda.
La existencia, que en las personas se configura de forma peculiar pero entendible, desborda toda una serie de creencias y suposiciones sobre la muerte pues en los seres humanos únicamente se existe si hay vida y ésta trae consigo la muerte. Quizás el hecho biológico del fin de la vida no cause problema de comprensión, es en el proceso existencial, consciente, que lleva ineludiblemente a la nada, lo que motiva toda una serie de especulaciones, angustias y temores.
Biológicamente el surgimiento de la vida es entendible ya que, en cada una de sus manifestaciones es condición de todo ser vivo reproducirse, tienden a perpetuarse y, aunque agentes externos lo puedan impedir, la vida continúa. Sin embargo, únicamente en la especie humana, el reproducirse es objeto de cuestionamiento y decisión, por lo que la concepción de un nuevo ser puede ser producto de la intencionalidad o del infortunio.
Así, vivir, en la existencia humana, representa encarar circunstancias diversas, con oportunidades, obstáculos y resistencias, en el que las amenazas, la vulnerabilidad y el riesgo continuamente están presentes, dentro de una secuencia de posibilidades. Así, en el proceso fatal de nacer y morir, la juventud se difumina en la vejez dentro de una constante temporal. Paulatinamente se envejece y con ese proceso de tal transformación biológica y anímicamente, el organismo se deteriora, las enfermedades aparecen, en algunos mucho antes de lo previsible, lo cual causa cierto desenamoramiento con la vida.
Vivir no solo causa alegría, gozo, placer, también ocasiona angustia, sufrimiento y dolor, por lo que es al tomar conciencia de ello que el gusto por la existencia puede terminar y aceptar con complacencia la muerte, como solución a una vida sin sentido o al sentir que con el paso del tiempo y las aflicciones que ello implica, no le representa agrado alguno.
No obstante que ningún ser humano pidió venir al mundo, algunos exigen el derecho de poder morir. En el momento que la vida ya no les representa ninguna alegría, la muerte se convierte en la solución. Cuando la vida es un martirio, decía Vargas Vila, el suicidio es un deber. Un enfermo terminal, por ejemplo, que padece sufrimiento constante, dolores y para quien el tener un minuto más de vida representa un tormento, probablemente desee poner fin a su sufrimiento a través de la muerte.
Lo mismo ocurre con aquellos que caen en estado de depresión y el seguir viviendo agudiza su desesperación o por algún hecho traumático quedan psicológicamente afectados, traumatizados al extremo de desear poner fin a sus vidas. Situaciones de este tipo solo patentizan que la sociedad ha fallado, el sistema no les ha proporcionado un ambiente en donde se ponga atención no solo a la seguridad material de las personas sino a su salud mental como medida anticipatoria.
Suiza es el país que desde 1940 ha despenalizado la muerte asistida, es decir que permite el suicidio a las personas a los que la vida les resulta ser un martirio, tal medida ha ocasionado que, actualmente, a los encantos del país alpino se le sume el turismo de la muerte, en el que muchas personas de diversos lugares acuden para morir con dignidad.
Pero, tienen el derecho las personas a decidir cuándo terminar con sus vidas, al margen de creencias religiosas y culturales. En el caso de que la decisión de una persona de poner fin a su existencia sea motivada a causa del desasosiego existencial, debe constituir una alerta pues algo está fallando en el sistema. En el caso de que la existencia se convierta en un martirio a causa de una enfermedad terminal, el deseo de una muerte digna tendría que ser respetado.
Quiero morir con mi dignidad de ser humano, dijo Yoshi, paciente de una enfermedad terminal, momentos antes de recibir la dosis letal de pentobarbital en la clínica en Basilea, Suiza. Respirar, comer, ir al baño y comunicarme. Esa es la base de la vida. Ahora que ya no puedo hacerlo, creo que la decisión correcta es ponerle fin. Determinadas personas no buscan cantidad de vida sino calidad, ese es el dilema que los hace poner fin a sus vidas, cuando su cuerpo y mente ya no responden.
La vida debe ser disfrutada, sin embargo, cuando ya no existe la posibilidad de lograr momentos de gozo, de alegría y bienestar es perfectamente entendible que se quiera recurrir a la muerte, lo cual no significa que sea la única solución para todo estado de desesperación.