Cautivos de una nueva caverna

JAIRO3

Autor: Jairo Alarcón Rodas

He aquí una parábola sobre nuestra naturaleza y su condición específica, afectada por la educación y la incultura. Contempla unos hombres que habitan en una caverna subterránea a donde penetra la luz por una enorme entrada a lo largo del antro. Allí adentro viven desde niños seres humanos atados por las piernas y por el cuello de manera que permanecen de por sí con la mirada en dirección solamente hacia el fondo, siéndoles imposible, a causa de las ataduras, volver la cabeza por el contorno.

Platón

La envolvente tecnología atrapa y cada vez más impone su presencia en los seres humanos que sucumben en sus redes, los seduce, haciéndolos dependientes de ella. El acelerado desarrollo que han tenido las corporaciones industriales, en donde los superconductores, la cibernética, nano procesadores y la inteligencia artificial compiten con vistas al desarrollo, representa una caja de pandora de insospechables consecuencias y derivaciones para la humanidad.

Todo cambia incesantemente y, así, unas cosas lo hacen con lentitud, a veces de forma imperceptible y otras, en cambio, como la tecnología, lo hacen con rapidez, irrumpen con su presencia marcando, quizás, toda una época. De tal suerte que esos avances llevan el sello impreso de la modernidad, que a su vez inducen, en la sociedad, la insaciable sed de comodidad, estatus, prestigio y desenfreno consumista, que pone a las máquinas en el centro de toda “sociedad civilizada”.

La tecnología ha evidenciado el desarrollo humano, fue con la construcción y empleo de herramientas, un aspecto distintivo de la especie, que le sirvió para superar su endeble condición física y mejorar sus condiciones de vida, sin la cuales no hubieran subsistido en un mundo hostil. A partir de su inventiva, la que se fue cambiando y sofisticado con el paso del tiempo, los seres humanos pasaron de vivir en las cavernas a reconfortables recintos y más.

El descubrimiento del fuego, de las herramientas de pernil, de las lanzas, flechas y hachas, fue el comienzo a toda una gama de avances tecnológicos, en donde la imaginación, la inteligencia y la destreza se conjugaron para la preservación de la vida y su desarrollo, marcando desde ahí, los designios de cada época. Pero es en la Revolución Industrial, con la invención y sistematización de nuevas máquinas, que la tecnología manifiesta su sello y lo que determinó, hasta cierto punto, el rumbo de la humanidad, bajo el cobijo que le imprimió el incipiente capitalismo.  

Así, lo que en un momento sirvió para la pervivencia y el bienestar de la humanidad, durante los distintos modos de producción, con el desarrollo del capitalismo,  significó el medio para ensanchar las brechas sociales. Ahora se produce más, pues la competencia entre las grandes corporaciones industriales es mayor y estas, estrictamente, se disputan el control del mercado, no les importa el impacto que tendrá lo que producen ni si la población del mundo está preparada para ello, pues estos simplemente representan potenciales consumidores, medios para producir y acumular riqueza.

Las máquinas están ocupando el lugar de las personas, lo que determinará que en un futuro cercano se produzca el paro estructural, lo que pondrá en un mayor peligro la estabilidad existencial de la humanidad; la inteligencia artificial, por su parte, sin duda alguna traerá consigo diversas implicaciones éticas. Dos informes internacionales alertan sobre riesgos de uso inadecuado de la inteligencia artificial. La Oficina ONU de DDHH recomienda moratoria hasta que se regule y salvaguarde los derechos de las personas. Otro estudio advierte que el avance de esta tecnología llegó a su “punto de inflexión.” El temor es latente y no se ha hecho nada por contrarrestar el inminente peligro de esos avances lo cuales son imparables.

El mismo Geoffrey Hinton, pionero de la inteligencia artificial, alerta sobre la amenaza que representa esta, para la humanidad. En el futuro, las máquinas serán más inteligentes que los humanos en todos los ámbitos en donde los humanos son inteligentes. Y siendo más inteligentes, tendrán el control de nuestras vidas.

Qué le depara al mundo en el futuro inmediato, cuál es el escenario que se presagia ante tales avances; está la humanidad preparada para ello. Son interrogantes que deberán ser temas de conversación y debate ante el insospechado panorama. En un mundo en donde el capitalismo prevalece, los valores humanos se rezagan, por lo que es tiempo de reflexionar sobre ello y buscar una solución consensuada.

Así como se desarrolla y avanza la tecnología, de igual forma se adormece el espíritu crítico de las personas actualmente, pues al sistema capitalista no le interesa que haya sujetos reflexivos, le importa que las personas consuman para con ello obtener mayores dividendos y consolidar su poder y control del mercado. El problema no es que la ciencia avance y, con esta la tecnología, el inconveniente es en qué manos se encuentra su desarrollo, cuál es el interés que tienen y los valores que poseen, que dentro de este sistema es claro que no es el bienestar de la humanidad.

Lo humano lo establece las calidades más elevadas que pueda tener una persona de cara a la pervivencia de la especie y el desarrollo integral de cada individuo. Un ser espiritual, como lo señalaba Max Scheler, es aquel en el que su independencia, libertad o autonomía existencial constituyen su característica fundamental, que se patentiza en sociedad. Libertad que se adquiere a través de la conciencia de ser y, como lo afirma Erich Fromm, no es otra cosa que la capacidad de seguir la voz de la razón, de la salud, del bienestar, de la conciencia, en contra de las voces de las pasiones irracionales. Consecuentemente no se puede ser libre sin la razón y esta sin sociedad.

Espiritualidad que no consiste en un legado de un ser trascendente, de abstractas e inentendibles suposiciones de fe, sino la manifestación inmanente, que surge y se fortalece a partir de la convivencia en socialidad, que es propia del homo sapiens y que los distingue de los demás. Aspecto, que esa especie no han logrado consolidar totalmente a causa de obstáculos históricos claramente identificados, pero que sin duda serán superados para beneficio de la humanidad.

Cualidades como la honestidad, la integridad, la solidaridad, la fraternidad, el amor, resultan ser epifenómenos de las relaciones materiales que se tejen en sociedad, en las que ineludiblemente se circunscribe todo ser humano y que forman parte de su ser consciente, que no se limita a una existencia aislada, sino también a la presencia de los otros y su relación recíproca.

En tal sentido, los valores inhumanos, aquellos que no ven en el otro más que un medio para satisfacer intereses particulares, en donde la mercancía y el lucro prevalecen, se ciernen sobre una humanidad despojada, distraída, aturdida, dividida,  ante tal mecanismo de alienación impuesto desde la esfera ideológica por ese sistema. La tecnología avanza y, con ella,  también un menor interés, por parte de la población, en comprender qué representa eso, cuáles son sus implicaciones en la sociedad, qué dilema ético representará para la seguridad y preservación de la humanidad.

Así, prisioneros de una nueva caverna, las personas desoyen la voz de la razón y, como autómatas, hacen uso de las “bondades” que las grandes corporaciones industriales le ponen a su alcance, se ven atrapados en sus redes, sin comprender qué les sucede. Teléfonos inteligentes, alimentos inteligentes, píldoras inteligentes, armas inteligentes, están marcando la pauta de la humanidad y, curiosamente, el denominador común de todos estos elementos está haciendo menos inteligente a los hombres y mujeres de este planeta.

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