El sueño de migrar para el norte

agroc

Por Marco Fonseca

Ah, el sueño de viajar al Norte. Porque allí, supuestamente, hay trabajo, hay posibilidades, hay futuro para todo mundo. Desde hace años que muchos connacionales se han estado yendo para el Norte y mucha gente lo ha logrado. Se han quedado, han hecho vida y hasta tienen ciudadanía Americana. Además de la televisión y las películas es también lo que cuenta la gente, de lo que dicen que tienen, de lo que dicen que compran, de allí sale la idea poderosa y tentadora de que el Norte es la tierra de leche y miel. Es mas, la gente que va y viene de Guatemala en la época navideña o en Semana Santa como si fuera a viajar al mercado o la tienda de la esquina, con papeles legales, boletos de avión, los últimos zapatos de Nike y los vestidos de American Apparel, la gente que trae unos regalos, televisiones y las últimas tabletas de Apple son la gente que también traen la imagen de un Norte rico y abundante lleno de promesa y posibilidad. El espejismo del consumismo y de la abundancia de los migrantes que la han hecho también se refuerza con cada remesa mensual que llega al bolsillo de familias incontables desde Zacapa hasta Quetzaltenango y que hasta mantiene la economía entera de Guatemala a flote. ¡Ya la hicieron! Pero entre la imagen y la realidad del Norte hay un abismo enorme que hay que mencionar para la gente que quiere arriesgarlo todo por lo que creen que van ganar cuando lleguen a la última terminal de La Bestia piensen un poco antes de hacerlo.

Es cierto. Una minoría de gente inmigrante de toda Latinoamérica ha logrado hacer su vida en el Norte. Hay algunas historias de aventura y éxito que tienen un buen final. Se trata sobre todo de la gente de Latinoamérica que mas tiene en común con las etnias que predominan en la sociedad del Norte. Estoy hablando de gente con raíces étnicas en Europa. Pero la gente que viene de los países mas indígenas y mas pobres de Latinoamérica como Guatemala tienen en su mayoría un futuro ya escrito en la pared: les va a tocar lavar platos, limpiar habitaciones de hoteles, hacer limpieza en edificios de apartamentos o en supermercados de la clase media, hacer trabajo doméstico en suburbios metropolitanos, cuidar niñez de gente que paga ilegalmente y por debajo del salario mínimo y, en el mejor de los casos, hacer trabajo manual, en la construcción o en la agricultura de frutas. Todo bajo de agua, con salario aun mas bajo que el mínimo, sin acceso al seguro social, sin acceso fácil a los servicios públicos, sin capacidad de vivir a flote y sin dignidad. Aquí no se puede hacer lucha social como en el país propio. Si tienen suerte, si aguantan la cosa, si la hacen y, sobre todo, si emigran jóvenes y hacen familia en la tierra prometida, quizás sus hijos/as, la segunda generación migrante de la familia, tengan un futuro mejor con derechos y privilegios además de obligaciones propias a toda gente que vive en su propio país. Quizás. Pero el precio que hay que pagar es altísimo y no está descrito en ninguna parte antes de viajar para el Norte. El mapa de esta ruta migratoria hacia el éxito es mas bien un mapa de rutas entrecruzadas que, en la mayoría de los casos, solo lo llevan a uno a un laberinto de pura desolación, desamparo e ilegalidad.

Si en Guatemala la gente no tiene ninguna noción activa o consciente de su diferencia étnica, de su ser de “raza”, de su origen social inferior, de su condición socio-económica de clase o de su exclusión social, el Norte se va a encargar de poner a la gente en su sitio. En el Norte la pesadilla de la raza y la realidad de clase social siempre llega mas rápido que el sueño americano. Y aun cuando el sueño americano es una promesa de riqueza y prosperidad, también es una realidad oscura de racismo profundo, de discriminación institucionalizada, de explotación económica espeluznante, de persecución y acoso constante de la policía y de posibilidades prohibidas. Y la policía en las ciudades del Norte parecen, incluso, disfrutar la sensación de poder que les provoca parar y registrar indiscriminada y abusivamente a toda gente que tenga aspecto mexicano, guatemalteco o salvadoreño porque, como ven las cosas, la gente migrante es siempre culpable y criminal hasta que no demuestre lo contrario. La deportación es el pan de cada día para miles de gentes que, incluso después de años de haber vivido bajo el agua, sin haber sido notados, quizás en un condado remoto de Kentucky, en un suburbio de New Jersey, como miembros en una iglesia en Dallas y con hijos/as en la escuela e incluso nacidos en el Norte, todavía no tienen papeles y no tienen derechos ni privilegios. Después de años de contribuir a construir los sueños de otra gente pero no los propios lo que la gente encuentra son las rejas de prisión y un nutrido grupo de burócratas predicando los males de la ilegalidad.

Hay migrantes ilegales, organizaciones de migrantes, humanitarias e iglesias que luchan por una reforma migratoria en Estados Unidos, una nueva amnistía para ilegales, como salvación para la humillación constante y la exclusión social del/la migrante. Pero estas son posibilidades que dependen de los vaivenes electorales y las negociaciones en el Congreso en esa nación y que, de llegar a pasar, llegan con cacha y con obstáculos enormes que la gente inmigrante tiene que aceptar si quieren lograr la residencia y la famosa “green card.” El camino a la legalidad es largo, puede tomar muchos años de sometimiento total a las autoridades y vivir en ciudades o pueblos en los que, después de todo, mucha gente mantiene firmemente la sospecha total de que el inmigrante es un usurpador y robador de trabajos que le pertenecen a los nacidos en la tierra de Washington y Jefferson y no a los venidos ilegalmente de la tierra de Tecún Umán.

Claro, dice mucha gente, prefiero que me exploten trabajando en McDonald’s de Houston o New York o que me discriminen en las calles de Seattle o San Francisco a que yo o mis hijos/as muramos de hambre por falta de tierra, trabajo u oportunidades en los caseríos, en las aldeas o en los pueblos del interior rural de Guatemala. Porque en Guatemala no hay oportunidades, no hay empleos suficientes, no hay escuelas para todos/as, no hay tierra ni vivienda. ¡No hay nada! Y lo que hay está prohibido o es muy lejano para el pueblo. Todo mundo es pobre, todo lugar está contaminado, todos los bosques están desapareciendo, los ríos y los lagos están todos contaminandos y el agua en los posos está desapareciendo, toda la mejor tierra está bajo cultivos para la exportación y el empleo en las fincas es de tipo colonial con sueldos de esclavitud. Como que no hay Código de trabajo, controles ambientales, responsabilidad empresarial o gobierno alguno al que todo esto le importe. El gobierno promete pero no cumple. Y todo lo que hace que realmente significa algo lo hace para aquellos que ya tienen mucho. Mejor me voy al carajo, dice la gente, y si me muero me muero porque en Guatemala de todos modos ya me estoy muriendo de hambre o depresión lentamente y sin que nadie se de cuenta o le importe un comino.

¿Y para qué quedarse en Guatemala – dicen mucha gente pensando en la migración – si en cuestión de minutos ya en la camioneta, en la parada del bus, en el mercado o en la casa misma lo pueden matar a uno rápidamente y sin escrúpulo alguno? Tal es el hambre, la pobreza, la alienación y la indolencia de mucha gente joven metida en el crimen común u organizado que ya no mira rostro humano en sus víctimas, en sus vecinos, sino solo una cartera, una billetera, un reloj, una pieza de joya o un teléfono celular. Es mas caro comprar balas en el mercado negro que quitarle la vida a una pareja de esposos que se reúsan a entregar así no mas sus posesiones. Con tanto crimen e inseguridad en las zonas mas violentas de la Capital y la incapacidad total de la policía para lidear con el crimen común u organizado, ya no digamos el avance del narcotráfico y la corrupción total de las organizaciones del gobierno y el Estado, más vale el riesgo en la frontera con México o con Estados Unidos que quedarse esperando el turno para ser asaltado o asesinado impunemente por las maras o las bandas del narcotráfico. Y si en la vida cotidiana ya de todos modos sin significado aun logra la gente sobrevivir al crimen de forma milagrosa de todos modos no puede conseguir nada porque no tiene trabajo, los conectes políticos o económicos para conseguir uno, no es parte de las “roscas” sociales y políticas que realmente controlan los recursos que van desde la ayuda internacional hasta la chamba de cocinero en Pollo Campero y todo lo que hay de por medio y en el Estado. Cuando los/as hijos/as salen de la escuela para no encontrar trabajo sobre todo sin son de origen indígena, ¿Qué les pueden decir sus padres o madres? Para conseguir trabajo, de cualquier cosa, de conserje o albañil, ya no digamos de secretaria, guardián o mensajero, de analista o vendedor de seguros, hay que meterse en deudas sociales, económicas o políticas que pueden resultar peores que los peligros del desierto o el cruce de ríos en ruta a Los Angeles o New York. El estudio, el merito, la experiencia y la honestidad son medios de vida que en Guatemala no pueden ni siquiera comprar dulcitos en la tienda de la esquina. La confianza social de Guatemala está totalmente muerta. Para miles de gente, a diario, solo hay esperanza en la migración.

Lo que la que gente olvida, sin embargo, es que la ruta a la esperanza en el Norte es, para un número creciente de gente, ruta segura hacia el valle de la muerte, el infierno del desierto, el hambre y la sed en vagones de trenes que parecen hornos, la amenaza constante de extorsión de coyotes y policías corruptos mexicanos, el crimen y la inseguridad al atravesar todo el territorio mexicano y ya no digamos cuando la gente llega a ciudades como Tijuana o Ciudad Juárez donde ya no impera la Constitución de México sino la ley de los carteles, las pandillas y los coyotes más violentos y agresivos. Y, si la gente tiene suerte de llegar a la frontera y pasar unos cuantos metros, en el mejor de los casos lo que va a encontrar es una zona militarizada, kilómetros de barreras de seguridad con alambres de púas, torres de control, cameras de video, perros policías, helicópteros y drones silenciosos y milicianos civiles – ultraderechistas – patrullando cielos y fronteras, con visores nocturnos, haciendo el trabajo del Estado y en constante vigilancia y, eventualmente, el arresto en manos de la migra gringa con todo lo que ello implica incluyendo, seguro, la deportación. Según datos de Prensa Libre “más de 25 mil guatemaltecos han sido deportados de Estados Unidos y México en lo que va del 2023.” La tendencia es solo al incremento tanto de migrantes que van para el Norte como de deportados/as que retornan, sin esperanza, al Sur.

Fuente: marcofonseca.substack.com

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