Una generación distraída
Autor: Jairo Alarcón Rodas
Llénalos de noticias incombustibles. Sentirán que la información los ahoga, pero se creerán inteligentes. Les parecerá que están pensando, tendrán una sensación de movimiento sin moverse. Y serán felices.
Ray Bradbury
Los distractores son parte de la cotidianidad de la existencia humana, ya que no solo de trabajo y de obligaciones constituye la vida de cada persona; si así fuera, el tedio, el estrés, la ansiedad y la desesperación invadirían su ser. La distracción es importante, entendida como sosegar la mente y relajar el cuerpo, romper con la rutina del trabajo, del estudio, de las tareas cotidianas, de las obligaciones. ¿Qué sería de las vidas de los seres humanos sin la música, sin la poesía o el teatro?
Sin embargo, los distractores también pueden ser factores de manipulación y de alienación y los que manejan los hilos del poder, en las sociedades, lo saben y es por lo que utilizan, perfeccionan y sofistican, cada vez más esas técnicas. Es por ese motivo que, en la antigua Roma, por ejemplo, el pan y el circo estaban presentes, a disposición del pueblo, ya que constituía la estrategia idónea para mantener el poder sobre los habitantes y su control.
El arte de la manipulación tiene raíces antiguas; los sofistas, por ejemplo, hicieron de la persuasión una técnica. Lo importante es mantener al pueblo al margen de la realidad y, dentro de la sociedad, qué mejor mantener al pueblo ajeno a lo que constituye el poder, la gobernanza, la justicia y la libertad. Ante eso, Maquiavelo decía: El vulgo se deja seducir siempre por la apariencia y el éxito y eso es lo que el sistema les da como placebo.
Una mente ágil busca, se informa, reflexiona, trasciende, pero aquellos que acostumbrados a la pasividad, a la imitación, como resultado de una educación domesticadora, son presa fácil de la alienación, ya que los distractores se convierten en factores esenciales en sus vidas y resultan viviendo una realidad paralela, ajena a lo que sucede dentro del contexto social, son neutralizados.
Y así, la emotividad se desborda y, con ello, las pasiones se reafirman y la racionalidad pierde su lucidez. Mientras la población general sea pasiva, apática y desviada hacia el consumismo o el odio de los vulnerables, señala Noam Chomsky, los poderosos podrán hacer lo que quieran, y los que sobrevivan se quedarán a contemplar el resultado. Lamentablemente, eso es lo que sucede en la actualidad y la mayoría no es consciente de ello.
Para el común de las personas, las imágenes son más relevantes que los discursos, las formas más importantes que los contenidos, por lo que resulta más significativo lo superficial que lo profundo. Y, desde luego, cualquier argumentación se convierte en irrelevante ante el peso de las ilustraciones, las representaciones, ya que, paulatinamente, se ha perdido el sentido crítico, de los argumentos lógicos, el hábito por la lectura. Ya no existe un esfuerzo por trascender lo aparente, por analizar las situaciones.
Y en el actual momento, en donde la comunicación ha explosionado grandemente y se vive la era que Byung-Chul Han llama Infocracia, entendida como una prisión digital en donde los medios de comunicación son como una iglesia: el like es el amén y el consumo la redención. Una generación que, progresivamente, es absorbida por el interés en lo inmediato, en lo práctico y lo superficial y con falta de criterio es cautivada dentro de una nueva caverna, el de las redes sociales y sus distractores adictivos.
Con ello, el teléfono pasó a ser una herramienta esencial, una extensión de sus sentidos, de su intelecto y a convertirse en una temeraria adicción. Toda herramienta tecnológica debe ser considerada como lo que es, un auxiliar que facilita las tareas, que resuelve problemas, etc., pero su buen empleo dependerá del criterio con el que sea utilizada. Consecuentemente, si no hay criterio, la tecnología, en este caso los teléfonos celulares, se apropiarán de la voluntad del usuario.
Consecuentemente, los teléfonos inteligentes, los “smartphones y iphones”, dada su capacidad, que cada vez resulta ser más sofisticada, con toda una serie de funciones y aplicaciones, en las que no solo constituye un medio para comunicarse sino para informarse y distraerse, las nuevas generaciones encuentran lo necesario para resolver sus problemas y no solo ellos, también la población en general, hace uso de tales dispositivos electrónicos.
De ahí que los teléfonos celulares se convierten en el distractor eficiente y, aunque facilitan la comunicación, por el efecto inmediato, se convierten en un obstáculo, no solo para la comunicación sino, también, en el momento actual, para los procesos de aprendizaje y enseñanza, ya que no permite la concentración de los estudiantes. Desde luego, no es que el recurso electrónico sea el problemático, sino el uso que hacen de él los usuarios, por falta de criterio.
Al despersonalizarse la acción comunicativa, mediante los dispositivos electrónicos, al hacer de los encuentros cara a cara cada vez más irrelevantes, al convertirse en un compendio de distracción, en un popurrí de diversión, el teléfono móvil se constituye en un recurso tecnológico que deshumaniza las relaciones interpersonales e hipnotiza al indefenso usuario. Pudiendo ser una herramienta eficiente, se convierte en un peligro en manos inexpertas y carentes de discernimiento.
Nuevamente es la deformación que sufren las personas, en el seno de la familia y a través de una educación errática, la que no les permite actuar con criterio y lo que es más preocupante en esas personas es que consideran que están haciendo las cosas bien, pues se sienten seguras en la forma que actúan, seguras de lo que son y como efecto Dunning-Kruger no atienden consejos ni sugerencias pues simplemente creen estar en lo correcto.
El efecto Dunning-Kruger es un fenómeno psicológico donde las personas incompetentes tienden a sobreestimar sus propias habilidades y son incapaces de reconocer su propia ignorancia o la competencia de otros. Bajo esas circunstancias, en las que prevalece la incompetencia, existen dos caminos: sumarse a los desvalidos o continuar bregando en función de la verdad y del buen juicio, aunque los resultados sean mínimos.
El problema del mundo es que los tontos y los fanáticos siempre están tan seguros de sí mismos, y la gente más sabia está tan llena de dudas, decía Bertrand Russell. Dudar permite buscar respuestas constantes a las inquietudes que surgen, no permanecer pasivos, inactivos, cautivos en las nuevas zonas de confort que les impone, silenciosamente, el sistema.
Toda construcción de nuevos proyectos, para una transformación positiva de una sociedad, requiere de sujetos activos, de pensamientos lúcidos, de ideas innovadoras y, con una generación distraída, prisionera de la virtualidad, es muy difícil, por no decir imposible, que se pueda lograr.
Y siendo Guatemala un país que lejos está de resolver los problemas de desnutrición en la niñez, en el que más de la mitad de su población, sobre todo en el área rural, vive en la pobreza, que padece significativos índices de violencia y de corrupción, en la que, por un lado, las asimetrías económicas se acentúan, convirtiendo cada vez más a los ricos más ricos y a los pobres aún más pobres y, por otra parte, la alienación que desde los medios de comunicación, al servicio del sistema, se encargan de promover y de difundir, convierte cualquier intento de democratización y búsqueda de desarrollo en una utopía.
La distracción constante en la que permanece los jóvenes se extiende a la educación superior. Paradójicamente, se estimaría que en esos recintos se fortalecería el pensamiento crítico, que sus aulas se constituyeran en tribunas para el debate de ideas. Pero, lamentablemente, no es así, ya que las universidades, muchas veces, constituyen un reflejo de lo que acontece en la sociedad y, en este caso, de la alienación que sufren los países.
Hacer ver a esas personas que están en la vía equivocada, que adaptarse al momento actual no significa ser absorbido por la nueva circunstancia, seguir sus reglas sin reflexionar sino, por el contrario, que lo procedente es tomar el control de la situación, preparándose para los cambios y que eso únicamente se logra a través del fortalecimiento del buen juicio, del criterio, que se traduce en el aprovechamiento de los recursos que se les presenten, a partir de la sensatez y la responsabilidad, resulta ser una labor encomiable, cuando no existe disponibilidad de escuchar, cuando se está, como diría José Ortega y Gasset, en un estado de atontamiento.
Pese a todo, la lucha por la prevalencia del pensamiento crítico persiste pues, como diría Karl Marx, no hay peor lucha que la que no se hace.
