Sentirse vivo es más que transitar por la vida
Autor: Jairo Alarcón Rodas
La finalidad de la vida es vivir, y vivir significa estar consciente, gozosa, ebria, serena, divinamente consciente.
Henry Miller
Sentirse vivo, para una persona, no debería limitarse a nacer, crecer y reproducirse; ya que, dada la naturaleza y potencialidades humanas, le correspondería mucho más que eso. Con el ejercicio de la razón, se pueden obtener imágenes del mundo que lo muestren con objetividad y esplendor, comprenderlo o, por el contrario, a partir de su deformación, crear un mundo ficticio de añadiduras subjetivas y arbitrarias, que den por resultado una configuración fantasiosa, quimérica, falsa del mundo.
De ahí que muchos prisioneros de su circunstancia y de sus limitaciones, dentro del capitalismo, agotan el tiempo de su existencia en resolver cómo sobrevivir en un mundo que les es adverso, lo que les impide reflexionar más allá de lo inmediato y sustraerse a su limitado horizonte cognitivo.
Decía Karel Kosik: El pensamiento común es la forma ideológica del obrar humano de cada día. Siendo fijado en la conciencia de las personas a través de la supraestructura, es decir, los órganos e instituciones de una sociedad que, con ciertas ideologías y políticas, marcan las ideas que sigue una sociedad, que en el sistema imperante se concreta por medio de la difusión de criterios superfluos y acríticos sobre la realidad, sobre el mundo y las cosas.
Desde la perspectiva humana, sentirse vivo representa mucho más de lo que significa para las demás formas de vida en el planeta. Tal apreciación se debe a que las personas, medianamente, son conscientes de su situación. El solo saber que se está en el mundo, el estar percibiéndolo, el tener un contacto con la realidad, que va desde la primigenia intencionalidad pragmática al asombro, al inquietante y sorprendente genuino deseo de búsqueda, es suficiente para marcar la diferencia.
Es el ser sujeto y objeto de conocimiento, sujeto que al mismo tiempo puede reflejar y proyectar la realidad a partir de que está vivo, lo que al ser humano le da un giro trascendental a su existencia y una connotación más compleja a su vida. Tener la posibilidad de ver su interior, viéndose, participando con un todo, ensancha el criterio de sentirse vivo. Sin embargo, volver a uno mismo resulta ser lo más difícil, lo más lejano al conocimiento, sobre todo para aquellos que la cotidianidad, con sus exigencias básicas, los mantiene cautivos.
Dada la condición que tienen las demás manifestaciones de vida en el planeta, desde los seres unicelulares hasta los mamíferos más complejos, exceptuando a los humanos, el resto de los seres vivos reaccionan a partir de sus cualidades inherentes, restringidas por su escala evolutiva y su circunstancia. De tal forma que no poseen conciencia, no elaboran pensamientos, por lo tanto, se ven limitados en su desarrollo cognitivo y, con ello, a no hablar, a no expresarse por medio de un lenguaje articulado, limitándose a otros medios menos complejos para hacerlo.
Siendo en los demás animales, la manera de comunicarse a partir manifestaciones instintivas, que se muestran por medio de alteraciones somáticas, expresiones sonoras y cambios en el comportamiento, como respuesta a su medio cuya procedencia, por lo general, obedece a una programación genéticamente en el sistema nervioso, innata, que dan por resultado, una conducta que oscila entre el ímpetu y el abatimiento. En los animales más complejos, su desarrollo se muestra a través del comportamiento instintivo, el social y, en algunos, a partir de una conducta producto de lo aprendido.
Al encuentro nupcial entre dos animales de una misma especie, como el que ocurre entre los pavos reales, le precede un ritual, en el que el macho despliega todo su esplendor, a través de una serie de movimientos corporales, en donde su plumaje se expande vivazmente con toda su plenitud para lograr cautivar a la hembra. En él, no hay labor de convencimiento a partir de elocuentes discursos afectivos, a través del lenguaje articulado, el cortejo se limita a un tipo de educción corporal, en donde se cuenta también los olores, sonidos y regalos.
Caso similar ocurre cuando en un nido de ratas entra una que no es de la misma especie, lo que motiva una reacción de virulenta agresividad por parte de las que se sienten invadidas en su territorio por un espécimen extraño. En ambos casos, los animales muestran su vitalidad a partir de manifestaciones físico-biológicas, que van desde la agitación, la agresión, el miedo y la satisfacción. En cambio, los seres humanos, a partir de su pensamiento, tiene la posibilidad de reflexionar sobre su temperamento y estados de ánimo y no solo sentirse bien, mal, angustiados, desesperados sino también buscar remedio para su males y poderlos contar.
Saber que se está vivo es el comienzo de toda inquietud existencial que debería comenzar con la reflexión planteada por Martin Heidegger al decir ¿Por qué hay algo y no, más bien, nada? Ese saber que hay algo, que irrumpe sobre la nada, su importancia y que, en algunos casos, en las manifestaciones más complejas, puede dar cuenta de lo propio y lo ajeno en aquellos que tiene la posibilidad de reflexionar sobre la presencia del ser en la nada y de preguntarse a sí mismos, por qué existo y cómo hacerlo mejor, es lo que le da el distinto y complejo valor a sus vidas, que lamentablemente no es permitido para todos.
El sentido de la vida adquiere un significado profundo en los que, preocupados por el conocimiento, reflexionan sobre las cosas que observan y se ven a sí mismos como objetos de discernimiento y reflexión, consecuentemente, se examinan y especulan sobre su existencia, sobre sus vidas.
Es en el conocerse o intentar hacerlo, en donde el pensar se libera de la sólida e inmediata realidad. No obstante, como lo señalara Albert Camus: Adquirimos la costumbre de vivir antes que la de pensar. En la carrera que nos precipita cada día un poco más hacia la muerte, el cuerpo conserva una delantera irreparable. De tal modo que el preservar el cuerpo tiene preminencia sobre las demás potencialidades humanas y es razonable, pues cómo puede pensar y reflexionar aquel que no alimenta su cuerpo.
Así surgen las añoranzas, los deseos, las inquietudes, las alegrías, pero, igualmente, las frustraciones, el pesar, el desasosiego, las angustias, el dolor, pues los estados de ánimo no dependen solamente de uno, sino también de la circunstancia que los afecta, de la influencia que ejerce lo otro, de todo aquello que exteriormente enriquece o irrita, favorece o perturba.
Se busca la quietud, la ausencia de perturbación, la ataraxia epicureana, el bienestar, pero todo eso escapa, es huidizo, requiere del esfuerzo y el control del sujeto, por una parte, y de las oportunidades que se le presenten para lograrlo. De tal modo que un individuo puede ser condenado a no ver más allá de lo inmediato, a juzgar la realidad únicamente desde la dimensión de lo aparente y pensar o declararse partidario de que toda búsqueda e inquietud humana se subordina a su utilidad.
Pueda que la vida humana no tenga ningún sentido, como lo señalan los nihilistas, o que su valor se encierra en la existencia, no obstante, mientras se esté vivo, la posibilidad de afirmación o de negación de la importancia de su significado es factible y eso es mejor que estar ausentes de uno mismo, ser prisioneros de sus necesidades y solo transitar por la vida.
