Primero de Mayo de 2025

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Marco Fonseca

El Primero de Mayo, históricamente la celebración mundial de la dignidad y la lucha del trabajo, se erige en 2025 como un eco y una provocación a la vez. Antaño arraigado en el poder organizado de la clase trabajadora industrial, los ejércitos de trabajadores del carbón, el acero y las fábricas, regresa cada año en un mundo donde esa clase, al menos en su forma clásica en el Norte Global, ya no existe. André Gorz ya previó esta transformación en la década de 1960, al diagnosticar a la clase trabajadora de la época de Marx y Gramsci como una formación histórica ligada a modos de producción específicos: la acumulación primitiva del capitalismo temprano y la organización fordista del trabajo en el siglo XX. Lo que queda hoy no es el trabajador en masa, sino el sujeto fragmentado y precario de la era neoliberal.

En el Norte Global, especialmente, la desindustrialización ha vaciado la base material del antiguo movimiento obrero. La fábrica ha sido reemplazada por el almacén, la mina por el algoritmo, la central sindical por el panel algorítmico de las aplicaciones de trabajo por encargo. Como argumentó David Graeber en su provocadora crítica de la economía laboral contemporánea, gran parte del trabajo actual es una “mierda” o “de mierda”, inútil desde un punto de vista humano o explotador en términos materiales y emocionales. Esta fuerza laboral postindustrial no se moviliza colectivamente, sino que se agota individualmente, sujeta a lo que Byung-Chul Han ha llamado una “sociedad del agotamiento”, donde la explotación ya no la impone un jefe visible, sino que se internaliza como autooptimización, autopromoción y autovigilancia.

Lo que ha desaparecido junto con el trabajador clásico es la coherencia del movimiento obrero. Bajo el fordismo, la relación trabajo-capital se estabilizó, aunque temporalmente, mediante pactos keynesianos, representación sindical y proyectos nacionales de desarrollo. La clase trabajadora tenía un enemigo visible (el capital), una voz reconocida (el sindicato) y un horizonte programático (pleno empleo, bienestar, soberanía nacional). Pero el neoliberalismo destrozó ese horizonte. La destrucción de los sindicatos, la deslocalización de empleos industriales (en el Norte Global) y el desmantelamiento de las redes de seguridad social fragmentaron la identidad colectiva de los trabajadores. En lugar de solidaridad, fomentaron la competencia. En lugar de educación política, crearon deuda y gestión algorítmica. En lugar de lucha de clases, generaron una cultura del ajetreo.

Esta fragmentación no es solo material, sino también afectiva e ideológica. El neoliberalismo instauró una nueva economía libidinal que no reprimía el deseo, sino que lo sobrecodificaba, orientándolo hacia el consumo, la competitividad y la automercantilización. Por eso, el Primero de Mayo de hoy es menos un grito de guerra que un lugar de duelo. Se erige como un vestigio de una fuerza laboral organizada que ya no existe en su forma histórica clásica, y un recordatorio de las capacidades colectivas que han sido reprimidas bajo la economía moral de la precariedad y lo que Wendy Brown llama “las ruinas del capitalismo” y “el neoliberalismo desde abajo”.

La precariedad ya no es la excepción; es la regla. La logística flexible y puntual del capitalismo global requiere mano de obra flexible y puntual. Este régimen, perfeccionado tras las crisis de la década de 1970, produce una clase de trabajadores sin garantías: a tiempo parcial, con contrato, autónomos, trabajadores de plataformas, informales y, en definitiva, precarios. Se trata de una fuerza laboral que no se mantiene unida por convenios colectivos, sino por las plataformas digitales y el miedo económico.

Además, la precariedad no es simplemente económica. Es existencial y psicológica. Los trabajadores de hoy viven con la ansiedad constante de ser reemplazables, desprotegidos e invisibles. Su tiempo está fragmentado, sus cuerpos vigilados y su futuro incierto. En este mundo, la solidaridad que una vez fundó el Primero de Mayo se vuelve más difícil de mantener. El trabajo está individualizado, atomizado y geográficamente disperso. El lugar de trabajo es el hogar, el Uber, el almacén de Amazon, el chat de WhatsApp. La “clase trabajadora” ahora atraviesa un terreno mucho más heterogéneo de economías informales, racializadas y de género que escapan a las categorías analíticas y políticas del marxismo clásico. Nuevas nociones como el “interseccionalismo” difícilmente pueden recomponer el mundo fragmentado de una gran variedad de grupos subalternos.

Si el neoliberalismo atomizó el trabajo y transformó al trabajador en un autoemprendedor, la actual deriva global hacia el tecnofascismo pretende instrumentalizar esa atomización. El auge del nacionalismo autoritario, los regímenes de vigilancia digital y el extractivismo neocolonial debe entenderse como una solución política a las contradicciones de la sobreacumulación y el propio neoliberalismo. Donde el mercado global no logró desaturarse ni brindar seguridad, el dictador autoritario promete protección, restauración y una nueva grandeza. Donde el cosmopolitismo flaqueó, la identidad nacionalista entra en escena. Donde los trabajadores precarios buscan dignidad, el tecnofascismo ofrece chivos expiatorios, espectáculo y sacrificio.

En Estados Unidos, esta mutación se materializa con mayor claridad en el trumpismo, entendido no solo como un movimiento político reaccionario, sino también como un proyecto neoimperial. La resurrección de los aranceles proteccionistas por parte de Trump, el desmantelamiento de los acuerdos multilaterales y su retórica de “Estados Unidos Primero” señalan una reconfiguración reaccionaria de la globalización capitalista y la hegemonía global. Pero no se trata de un regreso a la economía del New Deal. Es la renovación de la imagen de la acumulación militarizada de capital para un público nacional fragmentado. En lugar de la solidaridad de clase internacional, el trumpismo enfrenta a los trabajadores estadounidenses con sus homólogos de México, Canadá, China y otros países. Los sindicatos, durante mucho tiempo cooptados por el economicismo y a menudo desconectados de los movimientos sociales, se dejan seducir por la promesa economicista de una reactivación industrial, incluso cuando dichas promesas se basan en el racismo, la militarización de las fronteras y la destrucción ecológica.

El Primero de Mayo de 2025 se celebra, por lo tanto, en un terreno radicalmente transformado por la crisis de la revolución neoliberal global. En una economía mundial moldeada fundamentalmente por cadenas de suministro justo a tiempo, ¿qué queda del poder laboral? Curiosamente, es a menudo en los puntos críticos de esta economía globalizada, en la logística de las cadenas globales de valor y suministro, donde nuevas formas de militancia laboral pueden gestarse y tener su mayor impacto: huelgas espontáneas en almacenes de Amazon, cierres de puertos, huelgas de trabajadores eventuales. Estas no son las clásicas huelgas de fábrica, sino insurgencias laborales contra la gestión algorítmica y la precariedad de las cadenas de suministro. Son temporales, dispersas, a menudo espontáneas, pero revelan un creciente antagonismo y contrahegemonía en el corazón de la nueva economía.

Si la clase trabajadora ha sido desmembrada, sus órganos y partes aún laten y luchan. En esta condición fragmentada, el trabajo debe forjar nuevas articulaciones y solidaridades más allá de las fronteras de nación, sector y situación laboral. Debe reconectarse con los movimientos sociales que enfrentan el racismo, el patriarcado, el colapso climático y el colonialismo de asentamiento, no como luchas «extraeconómicas», sino como parte constitutiva de la resistencia anticapitalista actual.

¿Qué podemos decir, entonces, del Primero de Mayo de 2025?

Primero, que no puede ser nostálgico. La resurrección de la clase trabajadora industrial del siglo XX no es posible ni deseable. En cambio, el Primero de Mayo debe convertirse en un espacio para articular un nuevo tipo de política de clase, una que denomine la explotación en sus formas actuales: control algorítmico, servidumbre por deudas, desplazamiento climático y extracción de datos.

Segundo, el Primero de Mayo debe rechazar la falsa disyuntiva entre la globalización neoliberal y el proteccionismo de derecha. El neoimperialismo trumpista no restaura la dignidad laboral, sino que la utiliza como arma contra otros. La tarea no es regresar a la soberanía capitalista nacional, sino construir un proyecto transnacional de justicia económica y ecológica. Esto implica defender el comercio justo por encima del libre comercio, el decrecimiento por encima del industrialismo y el extractivismo, la solidaridad por encima de la competencia y la autoexplotación.

En tercer lugar, el Primero de Mayo debe reimaginar la clase no solo como una identidad sociológica, sino como una composición política. El conductor de Amazon, el trabajador agrícola indocumentado, el diseñador independiente, el inmigrante criminalizado, el refugiado climático y el maestro de escuela pública no comparten un mismo uniforme. Pero pueden compartir un enemigo: un sistema capitalista global que depende de su fragmentación y precariedad, un sistema que extrae su excedente y disciplina sus deseos.

Esta reimaginación debe ir más allá de la relación valor/salario/precio. Debe incluir el trabajo de cuidados, el trabajo reproductivo y la gestión ecológica, actividades esenciales para la vida pero excluidas del valor capitalista. En este sentido, el Primero de Mayo debe articularse con las huelgas feministas del 8 de marzo, las luchas por la justicia ambiental y ecológica del 22 de abril, las movilizaciones indígenas del 9 de agosto, las luchas de las minorías inmigrantes y racializadas del 13 de octubre y los levantamientos contra el capitalismo carcelario en todo el mundo. Debe convertirse en un punto de inflexión en una ecología más amplia de resistencia, un nuevo ensamblaje que pueda generar una nueva forma de internacionalismo.

El Primero de Mayo de 2025 es a la vez un réquiem y un llamado. Marca la desintegración del pacto laboral fordista, pero también el surgimiento de nuevas formas de lucha. El desafío no es revivir a la vieja clase trabajadora, sino inventar nuevos modos de articulación y poder colectivos en un mundo desmembrado. Contra el tecnofascismo, contra el agotamiento neoliberal y contra las falsas promesas del nacionalismo neoimperial, el Primero de Mayo debe erigirse como un ritual de rechazo y un ensayo para la solidaridad venidera.

Fuente Blog  #RefundaciónYa

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