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Mario Rodríguez Acosta

Las recientes medidas proteccionistas adoptadas por Donald Trump están generando un impacto directo en la estabilidad del tipo de cambio y en la moneda estadounidense, que actualmente registra su mayor caída desde 1973.

Según datos disponibles, en los primeros seis meses del año, desde que Trump asumió la presidencia, el dólar ha perdido cerca del 10% frente a las principales monedas del mundo. Este descenso no ocurre en un vacío, tomando en cuenta que Estados Unidos enfrenta niveles sostenidos de endeudamiento público y un declive económico relativo que otros países no han dejado pasar inadvertido.

En este contexto, naciones dentro de la órbita de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) han comenzado a impulsar acuerdos bilaterales que utilizan sus propias monedas como medio de pago, buscando reducir la dependencia del sistema financiero global dominado por Estados Unidos, especialmente del mecanismo SWIFT.

Un hito significativo ocurrió recientemente cuando China y Emiratos Árabes Unidos firmaron un acuerdo estratégico para el suministro de petróleo y gas natural, ya que, en una cláusula inédita, se estableció que el yuan sería la moneda de pago en un contrato a largo plazo.

Esto resulta particularmente relevante porque Emiratos Árabes Unidos fue uno de los países que históricamente aceptó exclusivamente dólares por sus exportaciones petroleras y ayudó así a la supremacía del dólar.

Este hecho marca un punto de inflexión que, durante décadas, el mercado global de hidrocarburos ha operado bajo la hegemonía del dólar. Ahora, distintos actores intentan diversificar los mecanismos de pago e independizarse de la influencia estadounidense sobre la fijación de precios internacionales.

Entre los factores que están afectando al dólar destaca la controvertida reforma fiscal impulsada por Trump y aprobada ya como Ley, conocida como la “hermosa y gran ley”, que incluye importantes recortes impositivos y un aumento del gasto público. Esta política, sumada a las amenazas arancelarias lanzadas por la administración estadounidense tendrá efectos concretos en el comercio internacional y genera una transferencia neta de renta del resto del mundo, apostando por un recorte impositivo a las grandes fortunas, apuntando a qué estos magnates pueden impulsar la reconversión industrial de Estados Unidos.

Pero el asunto es más complejo, dado que un dólar débil tiene consecuencias múltiples. Por un lado, reduce la capacidad de Estados Unidos para mantener su hegemonía económica global. Por otro, encarece las importaciones al añadirse el diferencial cambiario y, en muchos casos, nuevos aranceles. Esto podría modificar patrones de consumo interno y potenciar sectores productivos locales.

Trump sostiene que un dólar fuerte dificulta la atracción de inversiones extranjeras y perjudica la competitividad industrial, clave para revitalizar el tejido manufacturero estadounidense. Para él, un dólar más barato estimularía las exportaciones y promovería la producción local de bienes hoy importados.

A pesar de todo, hoy por hoy, el dólar sigue siendo la principal moneda de reserva mundial, eso, le otorga a Estados Unidos una herramienta única a tener la posibilidad de intervenir directamente en los mercados para influir en su valor, dependiendo de sus intereses de política económica.

Aun así, la política económica debe atender las señales que emite el mercado financiero. La pérdida de confianza en el dólar puede interpretarse como una señal de debilidad en la propia economía estadounidense a nivel externo, pero a nivel interno, esto está impulsando el crecimiento de los valores bursátiles. Pero la volatilidad en los tipos de cambio genera incertidumbre, y esta incertidumbre tiene repercusiones inmediatas en los mercados financieros globales.

Mientras tanto, la política arancelaria impuesta por Trump está provocando una salida de capitales hacia Estados Unidos, en busca de refugio, pero también está incrementando costos para empresas y consumidores, tienen un efecto directo a los consumidores y la mayoría de empresas pequeñas y medianas, tendrá dificultades para adaptarse a las nuevas tendencias.

Por otro lado, la nueva ley presupuestaria eleva aún más los niveles de deuda pública y genera una incertidumbre adicional. Con un dólar débil, se puede reducir la presión, mientras que los ingresos derivados de los aranceles podrían servir para controlar la inflación y contener los mercados bursátiles, pero no necesariamente contribuyen a sanear la economía, ni a modernizar el parque industrial del país.

En fin, este proceso es lento y la desdolarización no llegará de inmediato. Lo único que se ve en la actualidad es que dicha dinámica si puede generar un proceso irreversible, pues el riesgo de un incremento de la deuda pública, solo puede llevar a un colapso del dólar.

Lo cierto es que el dólar enfrenta hoy desafíos sin precedentes. Si bien su posición global no está en peligro inminente, las decisiones políticas actuales y las estrategias emergentes de otros bloques económicos ponen en evidencia que el reinado del dólar no será eterno.

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