Panamá tuvo la pelota, pero Guatemala puso el Corazón

Mario

Mario Rodríguez

No fue el partido de ensueño… pero sí el empujón que necesitábamos para seguir soñando.

No hubo fuegos artificiales, ni goles de antología, ni dominio aplastante. Pero sí hubo corazón, entrega y una resistencia que, en momentos como este, valen más que cualquier espectáculo. El encuentro no fue perfecto, pero fue suficiente. Suficiente para reavivar la llama. Suficiente para recordarnos que, aunque el camino es estrecho, todavía está abierto.

Ahora toca dar el salto. No el paso, sino el salto de calidad. Porque octubre no es una fecha más en el calendario, es la última oportunidad, la encrucijada definitiva que debemos resolver con mayor determinación.

Es ahí donde debe nacer ese partido excepcional, ese partido épico que todos llevamos grabado en la piel desde que éramos niños. El partido que nos lleve, por primera vez en la historia, a una Copa del Mundo.

La pregunta no admite rodeos: ¿Podemos vencer a Surinam? La respuesta es aún más contundente: No queda otra. Ganar a Surinam y a nuestro siguiente rival no es una opción, es una obligación. Porque si lo logramos, el primer lugar del grupo no será un sueño lejano, será una posibilidad tangible. Y con ella, la gloria de pisar un Mundial dejará de ser anhelo para convertirse en destino.

Volviendo al partido es justo reconocer que Panamá fue más. Tuvo la pelota, impuso el ritmo, presionó y bombardeó nuestra área con centros, sabiendo que por ahí late una debilidad en la defensa bicolor. Pero falló donde más duele, en la definición. Y ahí, precisamente, radica la grandeza de esta selección guatemalteca, no en lo que hizo en el campo, sino en lo que sintió. En lo que vivió.

Lo dijo con crudeza y admiración Thomas Christiansen, técnico panameño: “Guatemala lo vivió más que nosotros”. Y no hay elogio más sincero en el fútbol, cuando el entrenador del equipo contrario reconoce que el equipo nacional puso el corazón en este partido. Porque cuando el talento no alcanza, entra en juego el alma. Y esta vez, el alma bicolor se impuso.

Y si de almas se trata, Luis Fernando Tena también lo supo leer: “Fue el partido que habíamos visualizado”, afirmó en conferencia. Y tenía razón. Fue orden, fue sacrificio, fue identidad. Un espejo opuesto al desastre que fuimos frente a El Salvador. Ese es el mérito más grande: la capacidad de reaccionar, de reencontrarse, de volver a creer, incluso cuando todo el mundo dudaba.

Octubre está a la vuelta de la esquina. El sueño, más cerca que nunca. Pero los sueños no se cumplen solos. Se conquistan. Con garra, con coraje, con un partido que aún no hemos jugado, pero que ya estamos disfrutando en cada pase, en cada minuto de lucha.

El camino al Mundial no se construye con discursos, sino con hechos. Con sudor que seca las dudas, con gritos que callan el miedo, con jugadas que borran el pasado. Octubre no espera. No perdona. Pero tampoco es imposible. Porque detrás de cada jugador bicolor hay millones de corazones que laten al unísono, una nación que respira fútbol y un sueño colectivo que ya no se puede callar. Esta selección ya demostró que tiene alma. Ahora le toca demostrar que tiene destino y fútbol. Y ese fútbol se escribe en el campo, porque el destino es el mundial.

¡Vamos por todo! La pelota está en nuestro campo. Y esta vez, no podemos fallar.

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