Otro año más y las cosas poco han cambiado en el país y en el mundo
                Autor: Jairo Alarcón Rodas
No se puede nadar hacia nuevos horizontes hasta no tener el coraje de perder de vista la costa.
William Faulkner
365 días han pasado, otro año está por finalizar y el país, en cuanto a condiciones político-económicas, infraestructura, salud y educación, poco ha cambiado con respecto a lo que dejaron los nefastos gobiernos de Otto Pérez Molina, Jimmy Morales y Alejandro Giammattei. Claro es que largos años de pésima gestión gubernamental no se pueden cambiar en un año de gobierno de Bernardo Arévalo, pero sí, tomar la enérgica decisión para lograrlo. Se esperaba un liderazgo más activo, más firme y decidido por parte del presidente Arévalo para encarar a los complotistas del Pacto de Corruptos y no solo de él, también de su equipo de trabajo.
Inhabilidosos en audacia y sagacidad política, el gobierno de Semilla ha tenido un año poco fructífero e intrascendente en cuanto a mejoras en el funcionamiento del Estado, muchas de las personas designadas en los cargos más altos, como lo son los ministros de Estado, no han dado la talla. Y no es que no existan personas capaces en el país para una gestión digna, simplemente no les ha dado la oportunidad a esas personas para hacer gobierno.
El pacto de Corruptos no ha cedido terreno y con las acciones que continúa perpetrando Consuelo Porras al frente del Ministerio Público quien, cabe destacar, es la principal enemiga del actual gobierno, que en contubernio con jueces y magistrados corruptos, dentro de un endeble sistema de justicia, se presta a criminalizar, perseguir y encarcelar a los opositores del sistema corrupto y decadente del que ella forma parte; el cual, cínicamente, pasa por alto las acciones de los funcionarios que desfalcaron las arcas del Estado durante los gobiernos de Otto Pérez Molina, de Jimmy Morales y de Alejandro Giammattei. Con tal actitud, las cosas no se presagian mejor para el próximo año.
Falta de liderazgo, de energía y de fortaleza en las decisiones del Presidente de la República y un equipo de trabajo poco hábil y juicioso en cuanto al funcionamiento de un Estado, con planteamientos no acordes a las condiciones en las que se encuentra el país, son las principales causas de que no se avizore un cambio a corto o mediano plazo.
Así, los cuadros medios de esta administración se preocupan más por acciones cosméticas que resalten su imagen, en sus respectivos despachos, que les dé prestigio para optar a un cargo más relevante dentro de la administración pública de este país, que actuar acertadamente en su gestión de funcionarios públicos. De ahí que, sin el conocimiento técnico ni político del puesto en el que fueron nombrados, solo figurar en esos cargos pueden aspirar, lo que denota improvisación del actual gobierno y una mala decisión en las personas nombradas.
Todo ello produce letargo, aun más acentuado, en las instituciones públicas y, como corolario, una intrascendencia en su gestión, es decir, más de lo mismo, que redunda en la inoperancia del Estado. Cabe señalar que la institucionalidad la hacen los trabajadores que, con su labor eficiente, honesta y eficaz, cumplen acertadamente sus funciones, las que, dependiendo quien las ejecute, pueden ser beneficiosas como perjudiciales para la construcción de un Estado de Derecho.
Las intenciones de establecer un gobierno honesto se han quedado en eso, en puras promesas electorales, en demagogia, sin embargo, queda aún el beneficio de la duda, puede que con un accionar acertado tal opinión pueda cambiar durante el próximo año. Al parecer, sanear al Estado de Guatemala requiere mucho más que buenos propósitos y el actual gobierno no está dispuesto a que eso suceda, a que eso cambie.
Y así, por ejemplo, inmovilizado por la Casa Blanca, la política exterior del país que dirige el actual gobierno no puede optar por directrices independientes, por la autonomía en su gestión gubernamental. Por otra parte, en vez de crear vínculos económicos con otros países, dentro del nuevo orden mundial que se está gestando, se continúa con las relaciones diplomáticas y económicas con gobiernos como el de Taiwán, que suscribirlas con el gigante asiático, la República Popular de China.
El orden mundial está cambiando y un verdadero estadista debe tomarlo en cuenta, saber que no solo tiene que adaptarse a las nuevas condiciones que se avecinan, sino ser parte importante de ese movimiento. Pero, como sabiamente dijo Gramsci: El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos y eso debe tomarlo en cuenta un estadista y decidir en qué lado se situará.
Un año está por finalizar y las condiciones geopolíticas se encuentran en una de las más riesgosas encrucijadas para la paz en el mundo que, sin ser alarmistas, pone al planeta al borde de una Tercera Guerra Mundial. La industria armamentista estadounidense y un presidente de ese país que se autodenomina líder de las democracias occidentales, con arrogancia e intransigencia, son los directos responsables.
Las elecciones en Estados Unidos, en las que ninguno de los dos candidatos representaba un futuro halagüeño para la estabilidad del mundo, dejó como resultado a Donald Trump como presidente electo. Es triste saber que la elección de un presidente pueda repercutir en la paz y seguridad de los demás países del orbe, uno impredecible, otra guerrerista, ambos nefastos para la estabilidad del planeta.
La vieja Europa no sabe cuál va a ser su destino; tras el triunfo de Donald Trump, están atemorizados. Y es que, amparados por el imperialismo norteamericano, dirigido por el inquilino del partido demócrata que está por salir, incitaron a Ucrania a emprender una guerra con la Federación Rusa, del que los únicos beneficiados han sido la industria armamentista y los consorcios petroleros de Estado Unidos.
En Medio Oriente, Israel continúa con el genocidio palestino, sigue atacando indiscriminadamente la franja de Gaza, extendiendo su sed de sangre y violencia por el Líbano y territorios aledaños, ante el beneplácito de la comunidad internacional, concretamente de los países poderosos de occidente. La paz está lejos de ser una realidad en el mundo, la racionalidad de los gobiernos guerreristas no llega a tanto como para comprender que la paz beneficia a todos.
Pero no se puede dejar de luchar mientras se tenga un hálito de vida y, desde luego, un por qué, el espectáculo de la vida debe continuar, pero no en las mimas condiciones, las cuales pueden llevar a la especie humana a su extinción. Urge consolidar el nuevo orden mundial, uno más inclusivo y democrático, en el que prevalezca el buen juicio, en el que las soluciones bélicas para la resolución de conflictos sea cuestión del pasado. Podrá sonar a utopía, pero cabe recordar que ha sido a partir de hombres y mujeres soñadores de utopías que se ha construido y renovado el mundo.
Un nuevo año comienza y es muy aventurero afirmar con seguridad, que estaremos vivos para realizar un balance de lo que haya sucedido al final del nuevo año que está por comenzar y de lo que presagia el incierto futuro para el mundo. Esperemos que prevalezca el buen juicio, la cordura en los líderes del mundo, al menos que no destaque la insensatez, la locura.
