Naturaleza del bien o fenomenología de lo correcto

JAIRO3

Autor: Jairo Alarcón Rodas

A la memoria de Sara Carolina.

Lo mismo que al árbol. Cuanto más quiere elevarse hacia la altura y hacia la luz, tanto más fuertemente tienden sus raíces hacia la tierra, hacia abajo, hacia lo oscuro, lo profundo, – hacia el mal. Friedrich Wilhelm Nietzsche.

Se podrá objetivar el bien, establecer cuándo se actúa de conformidad con lo bueno, serán lo bueno y lo correcto sinónimos, qué es lo bueno. Nicola Abbagnano señala que el bien es lo deseado o lo que gusta, y es tal sólo en esta relación. Pero podría argumentarse que lo deseado y lo que gusta está en función del criterio de cada individuo, lo que conduciría al subjetivismo y a sus implicaciones, dada su trascendencia.

Lo que se desea y gusta no necesariamente es lo que conviene, fortalece y desarrolla a las personas ya que a uno le pueden gustar las drogas y las desee, pero ello destruiría, a la larga, su salud, lo destruirá y también perjudicará a otros, en consecuencia, dañará su bienestar, la convivencia social. De ahí que no siempre lo que se desea y gusta es necesariamente bueno.

Consecuentemente, debe existir reciprocidad y concordancia entre lo inmanente y lo trascendente, entre el yo y lo deseado. Es decir, un yo que apetece y que trasciende para consolidar su deseo de tal forma que, como lo indica José Ferrater Mora, si el Bien es algo que apetecemos, no podrá haber separación entre lo que está entre nosotros y lo que está fuera de nosotros; el Bien será a la vez inmanente y trascendente, por lo tanto, un deseo perverso no puede conducir a un bien.

En un mundo en el que las diferencias se exaltan, el bien y el mal resultan ser, para muchos, valores subjetivos que responden a las perspectivas e intenciones de cada individuo, a las inquietudes personales y circunstanciales que los apremian. Es decir que, en pocas palabras, el hombre es la medida de todas las cosas. En un mundo, bajo ese criterio, sería imposible compartir una existencia común y como dijo Heráclito, no escuchándome a mí, sino a la razón, sabio es reconocer que todas las cosas son una. Es la objetividad de la realidad la que establece el criterio y proceder de los humanos.

Pero, qué implica el relativismo moral, es claro que muchas personas se comportan así y se consideran el centro de todo, no aceptan la presencia de los demás y que ello atenúa la espontaneidad de sus deseos. Consecuentemente, describir las acciones y el comportamiento humano, con sus confusiones, equívocos y errores, no significa que su naturaleza tienda a eso, pues su proceder, dada su capacidad de aprendizaje, es perfectible y si lo es, debe haber algo que establezca cuál es la ruta para mejorar su condición, lo cual hace factible situarlos en el deber ser, en su autorrealización.

De ahí que, si se aceptara que inequívocamente cada sujeto establece el criterio de lo bueno y lo malo, las relaciones humanas estarían en peligro, serían un caos las sociedades, pues todo sería y tendría que ser permisible y toda acción justificable, según las inclinaciones de cada individuo. Por aparte, la confianza sería impensable, al igual que los valores universales que ordenarían el comportamiento en sociedad.

Existe una naturaleza humana, lo cual es inobjetable, un hilo conductor que permita someramente su comprensión, al menos en determinados aspectos que los caracterizan y que es lo que permite distinguirlos de los demás, que establecen, medianamente, su forma de ser, sus inquietudes y apetencias, lo universal de lo humano.

Un ser vivo requiere, para su conservación, de nutrientes, agua, de estabilidad y la posibilidad de reproducirse para continuar su existencia, pero en lo humano, la cosa se complejiza, ya que, para su desarrollo y estabilidad, requiere mucho más que eso y aparte de satisfacer sus necesidades primarias, también requiere llenar otras que tienen que ver con su no especialización.

Se espera que la vida permanezca y, en el caso de los seres humanos, que pervivan en un ambiente propicio para su bienestar y desarrollo. En consecuencia, todo aquello que fortalece la presencia de lo humano y propicie su progreso tendría que ser tomado por bueno y lo que se interponga para lograrlo, lo contrario. Ninguna persona consideraría por bueno aquello que dañe su condición de humano, aunque le brinde un placer momentáneo.

Accidentalmente se nace en un hogar determinado, en un país y continente en particular, pero que sea accidental tal hecho biológico y existencial, no significa que esa procedencia riña, sea ajena con la naturaleza física y cultural de las personas; es decir, el yo existencial, que nací en Guatemala, contemplo raíces étnicas de ese país, pudiendo haber sido otro no lo fue. Pero, no importando de dónde proceda cada individuo, que ostente rasgos correspondientes a una etnia determinada, todos tienen en común el ser seres humanos, hay constantes que se mantienen.

No es el color de la piel, los rasgos físicos, la procedencia territorial o cultural, lo que establece quién tiene más valor entre los miembros de la especie humana, tal criterio solo es el pretexto que han utilizado ciertos grupos hegemónicos y personas tendenciosas e ignorantes, para clasificar a los humanos dentro de una escala o estatus, que los tipifica en nobles o plebeyos, en individuos de primera categoría, en superiores e inferiores y así establecer la distinción entre amos y esclavos para sacar provecho de ello. Por lo que existe algo que favorece el desarrollo humano e indudablemente factores que lo perjudican que no radica en lo accidental ni lo superficial.

En sentido ético, el bien es lo que genera, lo que produce, lo que fomenta, en función del equilibrio, de la plenitud, de la justicia, de la superación y el mal lo que degenera, lo que pervierte, lo que destruye y aniquila. No obstante, podría señalarse que lo bueno para unos puede ser perjudicial para otros y viceversa; de igual forma, lo que aniquila no necesariamente es malo, pues puede dar paso a algo mejor, como lo señala la ley de la negación de la negación. Sin embargo, citando a George Edwar Moore, todas las leyes morales no son más que declaraciones de que ciertos tipos de acciones tendrán un buen efecto, el detalle está en las consecuencias que resulten de tales actos.

Decía la escritora Pearl S. Buck, no puedes obligarte a ti mismo a sentir algo que no sientes, pero si puedes obligarte a hacer el bien, a pesar de lo que sientes. Por lo tanto, los deseos pueden ser genuinos o perversos, pueden tender al bienestar o la discordia, pueden causar un impacto positivo o negativo, pero son aquellos, que tienden al bien común, los que deben ser categorizados como genuinos.

Sin duda que, si se piensa desde la perspectiva individual, ajena a la existencia social, en el campo de las apetencias personales, los deseos y aspiraciones pueden ser subjetivos, pero si se ajustan a la naturaleza humana, la que comparte ineludiblemente una existencia con otros, en el campo de la ética, tales inquietudes deberían estar reguladas por un marco teleológico, que establezca los fines de la existencia humana, en donde los valores y, con ellos, los deseos y aspiraciones se objetiven en función de lo común. Ya que como diría el filósofo G. E. Moore: Si me preguntan ¿qué está bien? mi respuesta es que lo bueno es bueno, y ese es el final del asunto

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