Mensajes que nos vienen del norte
Edgar Rosales
Para aquellos conspicuos elementos del Pacto de Corruptos que pensaban que el presidente Donald Trump, por el mero hecho de ser un derechista de raza, sería un aliado incondicional en su permanente tarea de desestabilizar al gobierno de Bernardo Arévalo, sin duda algunos hechos recientes les tienen que causar una devastadora decepción.
Y es que al Pacto le ha llovido como tambor de feria y parece haberse iniciado la precipitada caída que, tarde o temprano, habrá de llegar. Aunque algunos de sus cabecillas visibles ─como la fiscal general Consuelo Porras o sus hinchas fieles de la Fundación Terrorista─ continúan sus esfuerzos, tan descarados como ineficientes, de socavar la institucionalidad, la realidad es que día a día esta instancia de corruptos organizados pierde peso.
Y es que no se habían recuperado del burdo intento del juez Fredy Orellana de perpetrar un golpe de Estado y la subsecuente decisión de la Corte de Constitucionalidad (CC) de declararlo prevaricador, cuando el emperador Trump le mandó otro mensaje al Pacto; sutil en su forma, demoledor en su fondo.
En efecto, detrás de las dos decisiones importantes tomadas por la administración trumpista, tal caso del acuerdo bilateral de exenciones de aranceles recíprocos y la exención para el 70 % de los productos agrícolas guatemaltecos subyace un mensaje para los desestabilizadores: «Dejen de fastidiar al régimen de Arévalo, no ven que es uno de mis consentidos?».
¿Y eso qué tiene que ver con el Pacto? Pues nada, que alguna parte importante del sector privado también ha sido instigador y promotor del plan desestabilizador y, para mantenerlos a raya, Washington les ha mandado este regalo de la desgravación arancelaria, para que se dediquen a sus negocios como empresarios «buenos» y que sepan de una buena vez que Trump no está dispuesto a avalar desorden alguno en el gallinero.
Además, los recientes golpes propinados al narcotráfico por parte del Gobierno guatemalteco lo sitúan como un aliado confiable para la Casa Blanca. Así que, de nada le sirvió al «fiscal del pueblo», Rafael Curruchiche el monumental ridículo de calarse la boina del Make America Great Again, ni mucho menos, el desesperado lobismo desarrollado por representantes de la oligarquía criolla ante las esferas republicanas.
Y el apoyo del norte no se limita a la facilitación de espacios para el desarrollo económico. Con gran despliegue publicitario, se ha anunciado la presencia y desplazamiento del FBI por el territorio, con el propósito inmediato de localizar a los 16 pandilleros del Barrio 18 que se fugaron de El Infiernito.
Sin embargo, la presencia de dicho cuerpo policial es meramente circunstancial. Más importante es que se encomiende el control de los aeropuertos nacionales a militares de Estados Unidos, una operación de importancia estratégica en la lucha contra el narcotráfico y otras formas de crimen organizado que, en otras circunstancias, correspondería a las instancias nacionales de seguridad hacerse cargo.
El intervencionismo gringo siempre ha sido deleznable. Al final, siempre son más los perjuicios que los beneficios para el país, y la historia está repleta de acontecimientos que desnudan esta verdad. Sin embargo, el punto es que el Gobierno guatemalteco ha tenido que someterse a los designios norteamericanos, como necesidad sentida ante el acoso de los corruptos.
Sin duda, Arévalo ha sacrificado una dosis de soberanía a cambio de alcanzar la estabilidad que hasta hoy le ha negado el Pacto de Corruptos. Y ahora sí, se puede decir con alguna certeza que los días de esta entente maldita están contados, a poco de que se inicien los procesos de elecciones de segundo grado.
Peor para ellos si no escuchan esos mensajes que les vienen del norte.
Fuente La Gazeta
