Manuel Colom Argueta a 46 Años de su Asesinato
 
                Marco Fonseca
El 22 de marzo de 1979, Guatemala perdía a Manuel Colom Argueta, un político cuya trágica figura sigue evocando un sentimiento agridulce en la memoria colectiva. A 46 años de su brutal asesinato, perpetrado por las fuerzas oscuras que se resistían a cualquier viso de cambio, es crucial revisitar su legado con una mirada que trascienda la nostalgia, reconociendo su innegable significado y contribuciones políticas para su momento, pero también señalando sus limitaciones ideológicas y estratégicas.
En la convulsa Guatemala de las décadas de 1970, marcada por el surgimiento de la segunda ola revolucionaria y por la correspondiente (y mal calculada) represión estatal, la profunda desigualdad socioeconómica y la polarización ideológica, la figura de Colom Argueta emergió como una voz reformista que proponía una vía intermedia entre el inmovilismo oligárquico con respaldo militar y la radicalización revolucionaria con respaldo popular. Su trayectoria, desde la alcaldía capitalina (1970-1974) hasta la fundación del Frente Unido de la Revolución (FUR) en 1978, un periodo que tiene como trasfondo los gobiernos militares de Carlos Arana Osorio y Kjell Eugenio Laugerud García, se caracterizó por un intento de construir un proyecto político democrático y socialmente consciente dentro de los estrechos márgenes permitidos por los regímenes autoritarios.
Sus contribuciones políticas para la época fueron significativas. Como alcalde, implementó políticas urbanas progresistas, buscando mejorar la calidad de vida de los sectores populares de la capital a través de la expansión de servicios básicos, la planificación urbana y la promoción de la participación ciudadana. Un municipalismo participativo precoz para su momento, pionero en Latinoamérica, pero amenazante para las elites en Guatemala. Esta gestión le valió un amplio reconocimiento y lo posicionó como un líder capaz de conectar con las demandas de la población urbana.
La fundación del FUR representó un esfuerzo por articular una fuerza política de centro-izquierda que aglutinara a diversos sectores sociales (estudiantes, profesionales, trabajadores, campesinos) en torno a un programa de reformas democráticas y sociales. Colom Argueta abogaba por la apertura de espacios políticos, el respeto a los derechos humanos, la justicia social y una distribución más equitativa de la riqueza. Su discurso resonó especialmente entre la creciente clase media urbana, intelectuales y sectores populares que anhelaban un cambio pacífico y gradual en un contexto de violencia política generalizada y cierre progresivo del espacio político.
Sin embargo, al analizar la figura de Colom Argueta con la perspectiva histórica actual, es fundamental reconocer sus limitaciones políticas e ideológicas. Su proyecto se enmarcaba dentro de un reformismo que, aunque progresista para su tiempo, no cuestionaba las estructuras fundamentales de poder y desigualdad que sustentaban el sistema oligárquico y autoritario guatemalteco. Su apuesta por una vía democrática y pacífica, si bien comprensible ante el terrorismo de Estado, subestimó la profunda resistencia de las élites y el ejército a cualquier cambio significativo que amenazara sus privilegios.
Ideológicamente, Colom Argueta se ubicaba en una socialdemocracia moderada, un enfoque que apelaba principalmente a sectores de la clase media urbana que compartían su visión de un capitalismo dependiente pero regulado y con un fuerte componente de bienestar social. Este reformismo, con su énfasis en la gradualidad y la negociación, ofrecía una alternativa atractiva frente a las posturas más radicales de la izquierda revolucionaria. Es precisamente este carácter reformista el que sigue resultando atractivo para ciertos ideólogos de clase media contemporáneos, que ven en su figura un modelo de cambio social sin confrontación directa con el poder establecido.
No obstante, esta misma moderación ideológica y estratégica limitó su capacidad para construir una base de apoyo más amplia, articulada y movilizada entre los sectores populares y subalternos más marginados y oprimidos, incluyendo pueblos y movimientos indígenas, quienes experimentaban de manera directa la brutalidad del sistema. Su llamado a la unidad nacional y al diálogo, si bien loable en principio, no logró articular las demandas estructurales de los campesinos sin tierra, los trabajadores explotados y los pueblos indígenas, quienes sufrían las consecuencias históricas de la exclusión y el racismo. Para alguien con visión presidencial progresista estas limitaciones eran fatales.
En este sentido, la tragedia del asesinato de Manuel Colom Argueta no solo representa la pérdida de una vida y una voz importante en la lucha por la democracia, sino también la evidencia brutal de los límites impuestos a cualquier proyecto reformista en un contexto de autoritarismo y profunda desigualdad. Su legado, por lo tanto, debe ser leído no solo como un testimonio de la valentía y la visión de un hombre que buscó una Guatemala más justa, sino también como una reflexión sobre las condiciones históricas que hicieron inviable un cambio gradual y pacífico. Aquí se guardan lecciones importantes para las izquierdas moderadas o radicales del presente que, siguiendo encerradas en su propio vanguardimo, rehusan aprender de la historia.
Recordar a Manuel Colom Argueta en el aniversario de su asesinato implica un ejercicio de memoria crítica. Reconocemos su valentía al intentar abrir espacios democráticos y su compromiso con la justicia social en un momento de extrema represión. Valoramos sus contribuciones concretas, especialmente en la administración municipal. Sin embargo, también debemos analizar con honestidad las limitaciones de su proyecto reformista, su enfoque ideológico y las barreras estructurales que finalmente truncaron su vida y sus aspiraciones.
Su figura sigue siendo relevante hoy en día, no como un modelo nostálgico a seguir sin más, sino como un punto de partida para reflexionar sobre las complejidades del cambio social en Guatemala y la necesidad de construir una articulación audaz. Su historia nos recuerda la persistencia de las resistencias al progreso, la necesidad de abordar las raíces profundas de la desigualdad y la importancia de articular y ensamblar proyectos políticos que no solo apelen a las aspiraciones de la clase media, sino que también incorporen las demandas históricas de los sectores subalternos y los pueblos originarios en la búsqueda de una transformación genuina y duradera. En este 22 de marzo, honramos la memoria de Manuel Colom Argueta recordando tanto su visión de una Guatemala mejor como las dolorosas lecciones que dejó su trágica desaparición.
fuente https://marcofonseca.substack.com/

 
                     
                       
                       
                       
                      