Los frágiles límites de la esfera privada y pública
Autor: Jairo Alarcón Rodas
La civilidad es el arte de convivir en sociedad, respetando los derechos y dignidad de los demás.
Hanna Arendt
Gran parte de los problemas humanos se deben a que sus razonamientos, pensamientos y apreciaciones se construye arbitrariamente, es decir que cada individuo obtiene conclusiones al margen de una relación lógica e interpretan, subjetivamente, a su manera, aspectos sobre la realidad, sobre los hechos y las circunstancias, lo que se traduce en opiniones divergentes que entorpecen la comunicación, cualquier posibilidad de diálogo y de consensos. Todo se debe a que, en la estructuración de su pensamiento, irrumpen aspectos valorativos, suposiciones, creencias que tiene muy poco grado de certeza.
Situarse en el mundo obliga al reconocimiento del terreno en donde se esté situado y, desde luego, su orientación. Efectuar una rápida lectura sobre la realidad, más superficial que profunda, es la actitud de la mayoría de los seres humanos. Siendo lo primigenio, en toda relación sujeto-objeto, que ese proceso se realice a través del contacto directo-sensible, en donde la vista ostenta un papel esencial. Establecer el antecedente y el consecuente de un hecho puede hacerse en forma lógica, pero también de forma psicológica dando lugar a las falacias de apreciación.
Sin embargo, los sujetos que perciben el mundo no son seres vacíos, no constituyen una tabula rasa en la que recién comienza a grabarse experiencias, al momento de tener contacto con los objetos o al momento de darse cuenta de su presencia. Por el contrario, el ser humano posee memoria que es el resultado de experiencias adquiridas, datos e información acumulada, por medio de enseñanzas y aprendizajes, por referencia adquirida, a partir de la endoculturación y la socialización. Con este caudal de información, medianamente se orienta, lo que le permite desenvolverse dentro de la realidad, es por lo tanto un ser con cultura.
Junto a ese origen cultural, mujeres y hombres han tenido vivencias particulares, experiencias que bosquejan su criterio sobre lo que son las cosas; lecturas con las que están plenamente identificados. Muchas veces no les importa si lo considerado tiene un estricto grado de veracidad o si lo que piensan puede ser argumentado racionalmente, simplemente consideran que lo que dicen es verdad y, para ellos, eso es suficiente.
De esa forma se construye el delimitado mundo al que pertenece la esfera privada, con una mezcla de saberes y emociones. Por consiguiente, puede decirse que la esfera privada es un cierto sector de la vida social en el que un individuo disfruta de un grado de autoridad, sin obstáculos por las intervenciones del gobierno o de otras instituciones. Es, hasta cierto punto, lo íntimo de cada persona, sin el entrometimiento de regularizaciones establecidas por determinadas convenciones sociales, es en donde aflora libremente la personalidad de cada individuo, lo que cada sujeto es.
Los seres humanos también se desenvuelven en la esfera pública, se someten a regulaciones de los Estados, es ahí en donde se restringe el ejercicio de la libertad individual para preservar la cohesión social, a través de normas que deben cumplirse, que regulan su comportamiento, dado que, si no existieran, cada individuo consideraría que sus creencias, deseo y apetencias deben ser concedidas sin importar el impacto que ello conlleve a los demás. Recuérdese que la libertad cobra sentido en sociedad.
Sin embargo, los seres humanos no son seres consolidados, por el contrario, están abiertos al conocimiento, pueden aprender constantemente y seguir acumulando experiencias y, con ello, cambiar de parecer. Pese a ello, las personas consideran que lo que creen es lo correcto y, por lo tanto, que son la medida de las cosas. Así, discutir sin precisar reglas del juego no es más que un desahogo de inquietudes personales, en el que a todas luces no habrá ningún consenso.
En ese mundo de opiniones particulares, que responden a valoraciones, intenciones, inquietudes y apetencias por parte de cada individuo, es en la esfera privada, en la familia, en donde los aspectos subjetivos tienen mayor acogida y es comprensible, pues es ahí en donde los vínculos de tipo emocional requieren mayor relevancia.
La esfera privada es la fuente en donde se manifiestan las inquietudes individuales, propias de cada persona. Pero, qué es lo que debe corresponder a la esfera privada, sin duda que es ahí en donde se manifiestan con mayor notoriedad los rasgos culturales, las creencias personales, la religiosidad, los modos peculiares de comportamiento.
Tanto la esfera privada como la pública son parte del horizonte en donde las personas se manifiestan, no obstante, hay sectores que siguiendo concepciones políticas determinadas pretenden que el campo de acción de la esfera pública sea más delimitado y no irrumpa en la esfera privada de cada persona. Pero, ¿hasta dónde debe regular el Estado el comportamiento de cada individuo, cuál es el límite que separa estas dos esferas? Cabe resaltar que la distinción entre esfera privada y pública corresponde a los ámbitos familiar y político. Aunque lo familiar se relaciona con lo político y lo político con lo familiar, por lo que lograr que concuerden estos dos aspectos, sin antagonismos irresolubles, consistirá el reto que deberá enfrentar todo gobernante democrático.
Hace unos años, en Francia, se escenificó un hecho que no dejó de ser problema y puso en debate los límites de la esfera privada y pública de los habitantes de ese país. Todo se originó con la regulación, por parte del Estado, del uso de vestimentas culturales en centros educativos. A partir de la ley de la laicidad de 2004 que prohíbe de forma genérica en los establecimientos escolares públicos, escuelas e institutos, cualquier símbolo «que manifieste ostensiblemente una pertenencia religiosa, tal postura, asumida por el gobierno francés, desencadenó, posteriormente, una serie de protestas por parte de la comunidad islámica.
En 2010, durante la presidencia de Nicolas Sarkozy, se prohibió el uso de velos integrales, como el burka o el niqab, en lugares públicos, como autobuses, trenes o edificios públicos. ¿Es la religiosidad, propia de ciertas personas, parte de su esfera privada o debe ser acogida en la pública? Para el gobierno francés, todo símbolo o manifestación religiosa, en un Estado laico, no puede ser permitida, ya que el uso de esas prendas en espacios públicos es una intromisión en la esfera privada de los demás.
El problema se agudiza cuando una persona quiere trasladar lo privado a lo público e imponerlo, de ahí que, en la esfera pública, al ser neutra en cuanto a inquietudes emotivas y culturales domésticas, no se puede permitir que eso ocurra, en aras de garantizar la convivencia pacífica y la no intromisión de esferas privadas ajenas. La pregunta que surge de ahí es, ¿hasta dónde puede intervenir el Estado para regular el comportamiento de los habitantes de una sociedad, afectando con ello, en cierta forma, su esfera privada? La respuesta podría ser, hasta el punto de resguardar la convivencia de los habitantes de un país y garantizar sus derechos sociales, libre de totalitarismos y excesos.
Sin embargo, cada vez el límite que corresponde a lo privado se amplía y lo público tiene que enfrentarlo racional y consensualmente, para evitar conflictos que ello pueda suscitar.
