Llegar a su precio o integridad humana

JAIROaLARCO

Autor: Jairo Alarcón Rodas

Puede ser que seamos títeres controlados por los hilos de la sociedad. Pero al menos somos títeres con percepción, con conciencia. Y tal vez nuestra conciencia sea el primer paso para nuestra liberación.

Staley Milgram

Dentro del sistema capitalista, en el que se establece un regimen de desigualdades sociales y, por consiguiente, un mundo de carencias y precariedades para unos y de excesos para otros, se puede afirmar, sin temor a equivocarse, que a toda persona se le puede adjudicar un precio. Decía José Ortega y Gasset, el ser humano es él y su circunstancia, la cual no puede eludir, a menos que se esfuerce por cambiarla a pesar de los riesgos que le traiga. Y así, no depende solo de él trazar las líneas de su destino, participa en ello también su circunstancia, el contexto.

Karl Marx planteaba que las condiciones materiales determinan la forma de pensar de las personas, pero no solo eso, también su forma de actuar, con las excepciones del caso. Una sociedad con antivalores reproduce este tipo de criterios y formas de comportamiento. Acostumbrados a levantarse tarde, la mayoría de los guatemaltecos, llega a destiempo a sus citas, faltándole el respeto al que lo espera. La “hora chapina” se ha convertido en una forma de justificación a la irresponsabilidad de muchos en el país.

Comprender el grado de responsabilidad que se adquiere en toda relación interpersonal, el cumplimiento de la palabra, resulta ser poco probable en Guatemala, ya que las condiciones de ignorancia de su población son extremas y la miseria, la inseguridad condicionan la existencia a luchar por sobrevivir. Es decir, la lucha por subsistir, de atender aspectos esenciales como poder comer, dejan por un lado los valores sociales de convivencia.

De modo que, si las condiciones de las personas le son adversas, su horizonte le será aciago, por lo que hará lo impensable por subsistir, incluso luchar a muerte o perderá su dignidad para lograrlo. Los humanos son seres vivos con necesidades que deben suplir, por lo que satisfacer sus requerimientos básicos les es esencial. A pesar de ello, también poseen conciencia, pueden evaluar sus actos y diferenciar lo que está bien de lo que está mal, proceder de forma inteligente, ser capaces de resolver problemas, sortear barreras, cometer menos errores.

Sin embargo, cada vez más se pierde la confianza en los seres humanos, ¿será que su naturaleza es así?, individualistas, egoístas, aprovechados, malvados, será que sus genes están marcados con esas características, constituyéndose, como lo señaló Plauto, un lobo para el hombres. De ser así, no habría más que poner límites a su proceder y, tristemente, los humanos serían una caricatura de lo que podrían ser, dada su capacidad racional.

La serie de valores, formas de pensar que trae consigo el sistema capitalista moldea, forja, reproduce seres individualistas, egoístas, sin conciencia social, ajenos al espíritu de solidaridad, más bien hipócritas, envidiosos, analfabetos funcionales, destinados a las superficialidades y a los exceso, para los que satisfacer intereses personales a toda costa resulta ser un proceder natural y valido, a pesar de sus consecuencias.

Analizando la conducta de un delincuente, puede decirse que este puede nacer patológicamente inclinado a realizar las acciones disociadoras, criminales, nocivas y, por otra parte, los hay aquellos que, dentro de circunstancias adversas, no aptas para su desarrollo integral, se sitúan en la ruta del crimen. En este caso, su circunstancia incide grandemente en lo que será su futuro.

Dentro de escenarios hostiles, las personas, sin embargo, podrían negarse a caer dentro del círculo delincuencial que se presagia para ellos, pero todo depende del riesgo al que se enfrenten, ya que podrían pagar con su vida o la de algún ser querido, el tomar una decisión contraria a lo establecido. En este caso, la voluntad de la persona está condicionada por factores externos que le impiden tomar una libre decisión. No obstante, ¿será esa una válida justificación a la decisión que tomen, si con ella se causa un mal a los demás y a la sociedad?

Cuantos estarían dispuestos a sacrificar su seguridad, su bienestar, incluso su vida, en aras de mantener su integridad y no dejarse absorber por un medio hostil, perverso, corrupto. Todo dependerá de los valores que posean y de los ideales que persigan. Pero cada vez más, la solidaridad está ausente, los principios flaquean y el individualismo egoísta prevalece, siendo esos los valores que multiplica el sistema actual.

Sócrates, por ejemplo, se dejó morir por cumplir con sus principios e ideales de vida, lo mismo puede decirse de Giordano Bruno, el llamado hereje, quien desafió los criterios de la Iglesia al señalar que la tierra no era el centro del universo. Y qué decir de Thomas Moro quien fuera descuartizado por negarse a aceptar los designios de Enrique VIII.

Más recientemente, a finales de los años 60, Mohamed Alí se negó alistarse al ejército de Estados Unidos para combatir en Vietnam, pues el hecho de ir a la guerra contravenía sus creencias religiosas y, por aparte, lo obligaban a ir a un conflicto que a él no le correspondía.  Al igual que destacados personajes de la historia, los ha habido anónimos, personas que han sido fieles a sus principios, que no se han dejado corromper por creencias absurdas, mandatos perversos impuestos por el sistema, el pensamiento hegemónico o siniestros gobernantes.

Hoy, pareciera que todo está perdido y que solo queda guardar silencio y ser parte de la comedia. Quien maneja los hilos del mundo sabe que programar a las personas, alienarlas, es mejor y más rentable que castigarlas, que situarlas en campos de exterminio o asesinarlas.

Las distopías escritas por George Orwell y Aldous Huxley en el siglo pasado, como lo son 1984 y Un mundo Feliz respectivamente, hablan sobre ello, sobre un mundo controlado por las élites, en donde el ejercicio de la libertad, de la autonomía de cada persona está ausente, presagio que, lamentablemente, ya está sucediendo, sin objeción alguna.

Un país al que han corrompido las élites dominantes, como lo es Guatemala, en donde si se pretende hacer las cosas bien, con honestidad, se corre el riesgo, en el mejor de los casos, de ser excluidos, marginados; en donde en forma desleal, un gran porcentaje de la población pretende sacar el máximo de beneficio con el mínimo de esfuerzo no puede aspirar sino a su destrucción.

Mínimas acciones de la gente reflejan la idiosincrasia de un pueblo y en Guatemala, es notorio que prevalecen los acomodamientos, las trampas, los intereses personales.  Y, así, tiene más méritos quien es más servil, quien está dispuesto a humillarse, a perder su dignidad haciendo lo que le pidan, acatando ordenes sin evaluar si son procedentes. Toda una serie de antivalores se han convertido en la ordinariedad de este país, ha pasado a ser lo común.

Decía el escritor John Steinbeck, para un monstruo lo monstruoso es lo ordinario, ya que cada uno se considera a sí mismo normal y eso sucede con la corrupción de este país, ha pasado a ser algo normal, de tal modo que, para los guatemaltecos, la disyuntiva consiste en ser parte de lo que ha pasado a ser lo “normal”, beneficiándose con ello, siendo indiferentes a lo que eso representa o luchar en contra de tal situación y enfrentar el ser marginados y convertirse en paria del sistema. El dilema consiste en continuar dentro del fango o luchar porque ya no haya.

Dentro de esa circunstancia viciosa, las personas se esfuerzan lo mínimo cuando saben que tienen un trabajo seguro, cuando hay un sindicato que los respalda, cueste lo que cueste, cuando no les representa una ventaja económica cambiar de actitud. Olvidan que el bienestar individual está relacionado estrechamente al colectivo y ello requiere dar lo mejor de sí. Pero como dijo Diderot, no basta con hacer el bien, es necesario hacerlo bien y para ello, indiscutiblemente hay que mostrar lo mejor de cada uno y, desde luego, una actitud crítica.

Tal es la detracción que el capitalismo le hace al socialismo, que consiste en el acomodamiento de las personas, cuando se sienten seguros, lo que no les permite dar lo mejor de sí, hecho que ocurre pues no se han modificado los valores de esas personas y, por lo tanto, sus actitudes siguen respondiendo a los intereses del sistema, que se resiste a morir, el mismo que incita al egoísmo y a la competitividad, el que tiene como valor supremo el dinero.

Por lo que, en tales condiciones, no se han asimilado los valores sociales y de servicio, todavía no han surgido las mujeres y los hombres nuevos como los que reclamaba Marx, emancipados, libre de la alienación a la que los somete el capitalismo. Y así, continúa mostrándose en Guatemala, la banalidad del mal como lo señalara Hannah Arendt, en el que cualquier persona puede ser sujeto de actos insensibles y repudiables.

Las cosas están mal en el mundo, pero en Guatemala, lo ha sido desde hace mucho tiempo, de modo que pretender cambiar lo establecido resulta ser una labor titánica, que requiere asumir diversos retos y, sobre todo, muchos peligros por eludir. Los insensibles y temerosos seguirán ocultando la cabeza como el avestruz, otros se aprovecharán obteniendo beneficios de la situación y los peores, se regocijarán cumpliendo órdenes perversas para mantener el estado de cosas.

Es comprensible entonces que un delincuente como Joviel Acevedo, haya convertido el sindicato del magisterio guatemalteco en una guarida de rufianes y oportunistas; se entiende entonces que la universidad de San Carlos haya caído tan bajo, que pocos habitantes de este país se sientan indignados por los índices de miseria, de inseguridad y de corrupción en el que se vive. Y así, no se dice nada, no se manifiesta inconformidad pues, para qué hacerlo, si todo seguirá igual.

Es triste que miles de universitarios sancarlistas no alcen la voz por lo que está ocurriendo en la máxima casa de estudios de este país, por la criminalización y expulsión los estudiantes por parte del consejo superior universitario, dirigido por Walter Mazariegos. Es triste que no se exija la liberación de Luis Pacheco y Héctor Chaclán, que la sociedad permanezca al margen de todos estos hechos, que la mayoría sea cómplice, con su silencio, de la crisis que ha pasado a ser algo normal en el país, que se guarde silencio ante tales hechos.

Dentro de la crisis, muchos piensan que están haciendo las cosas bien, quizás sea la forma de evadir su responsabilidad, de tener tranquila su conciencia, peor, viven en un chiste, en una fantasía, no se dan cuenta que, con su actitud de negar la autocrítica, ya son parte del problema.

Llegar al precio de una persona es convertirla en mercancía, es desvalorizarla como ser humano. De modo que la construcción de los nuevos seres humanos requiere de voces y acciones emancipadoras de las cadenas que lo aprisionan, pero, como dice el poema de Miguel Hernández, de dónde saldrá el verdugo de esas cadenas,tienen que salir de los hombres y mujeres de este país.

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