Las palabras, ¿reflejo de la realidad?
 
                utor: Jairo Alarcón Rodas
Las palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el lenguaje del corazón.
William Shakespeare
A pesar de que el lenguaje y la comunicación son atributos dinámicos e imprescindibles para los seres humanos, no necesariamente reflejan lo que es la realidad, al menos lo que son los hechos, Karel Kosik fue claro cuando en su libro, La Dialéctica de lo concreto, al citar a Marx, señala que, si los hombres captasen inmediatamente las conexiones, ¿para qué serviría la ciencia? Los seres humanos no captan inmediatamente las cosas, para ello tienen que hacer un gran esfuerzo que comienza con la intencionalidad de querer saber y que se logra a través del conocimiento y la acción.
El lenguaje, se enriquece con palabras, las cuales inicialmente nombran a las cosas, estableciendo la función referencial que constituye el haber cognitivo de cada persona, que se acrecienta de conformidad con la serie de experiencias adquiridas, recogidas del basto universo que constituye la realidad, por medio del contacto sensible. Sin embargo, una cosa es el universo conceptual perteneciente a cada individuo y otro, el real, que es independiente de este y es el origen de lo pensado. De ahí que Paracelso dijera: No hay montaña tan vasta que esconda a la mirada del hombre lo que contiene; esto le es revelado por signos correspondientes.
No obstante, muchas interpretaciones se obtienen a partir de suposiciones, presunciones subjetivas y errores que se cometen en la estructuración del pensamiento, en las que se anteponen juicios de valor, creencias e intereses personales que perturban la posibilidad de la declaración objetividad de los hechos a partir de la palabra y, sin duda, dan lugar a equívocos que entorpecen la comunicación. Es decir, lo que se dice, la forma en que se dice, su veracidad y autenticidad depende de quién lo diga y de la evidencia de sus actos.
Es a través del comportamiento humano como se corrobora el valor de lo que se dice, es el momento en que las palabras cobran verdadero sentido. Así, para un político demagogo o un artífice de la elocuencia de la publicidad, las palabras son un instrumento para lograr sus objetivos y el decir mentiras no les representa problema alguno y lo que digan, al tener un carácter persuasivo y elocuente, puede resultar verdad a los oídos de muchos, puede tener lucidez y elocuencia manifiesta, pero en sí, muy poca credibilidad.
Las palabras son la envoltura exterior del pensamiento, pero dada su versatilidad pueden mostrar u ocultar lo que son los hechos, enmascarar la realidad en boca de un ser humano. En tal sentido, es el sujeto quien, de acuerdo con determinadas calidades, el que puede reflejar, tergiversar u ocultar la realidad y así como no le es dado a los seres humanos aprender inmediatamente lo que son las cosas, la solidez de la palabra no designa necesariamente a cabalidad ni con precisión y honestidad lo que dicen las personas.
De ahí que Wittgenstein dijera, el lenguaje disfraza el pensamiento. Y de tal modo, que por la forma externa del vestido no es posible concluir acerca de la forma del pensamiento disfrazado; porque la forma externa del vestido está construida con un fin completamente distinto que el de permitir reconocer la forma del cuerpo. De ahí que lo que se diga depende de la intención de quien lo exprese y su honorabilidad, por lo que, al escuchar lo que exponga un político, debe hacerse con el cuidado respectivo, pues no necesariamente las promesas que señale, a través de sus palabras, serán cumplidas.
Y así, por ejemplo, hablar sobre la importancia del cumplimiento de las leyes no significa cumplirlas, hay una gran diferencia entre lo que se dice y su observancia y, en ello, es sumamente importante la integridad de la persona, su credibilidad, su honestidad las que se establecen a partir de lo que demuestre con hechos, de lo que ha mostrado con sus actos. A pesar de ello, se persiste en prestar más atención a las palabras, como si ellas, por sí mismas, patentizaran los hechos, como que si mágicamente los hicieran realidad.
Lo real es lo que existe independientemente de la conciencia y en el caso de las palabras, al surgir como resultado de las experiencias adquiridas por un sujeto al tomar contacto con lo otro, puede reflejar con objetividad las cosas, pero también las puede disfrazar, incluso tergiversar. De ahí que las palabras tienen un componente ético si corresponden con lo que se hace, si se cumple con lo que se dice.
Por consiguiente, es a través de las palabras, constituidas como el mecanismo de expresión que establecen los seres humanos, como agentes de conocimiento, de sentimientos y de acción, que se puede establecer una comunicación, pero, así como logra ser efectiva también es ineficaz, puede establecer diálogos de verdad o mentira.
El hacer lo que se piensa o el cumplir lo que se dice, muchas veces no se concreta, no hay correspondencia necesaria entre esos dos aspectos y, por el contrario, existe disfunción entre la racionalidad creencial y la accional o práctica, por lo tanto, lo que se dice pierde sentido en lo que se hace, no existe un nexo fiel entre el pensamiento y la palabra, consecuentemente, estas muestran y ocultan las intenciones de la persona que las dice.
De tal modo que las palabras nutren al lenguaje y con este se establece la comunicación, a partir de un emisor, un receptor, un medio y un mensaje. El lenguaje, debidamente estructurado, requiere de la gramática, de la semántica y la sintaxis para su estructuración. Por medio del lenguaje se transmite un mensaje que debería ser claro, entendible y comprensible con relación a lo que se pretenda decir.
De tal modo que, para que surja una comunicación efectiva, básicamente el mensaje debe tener una estructura ordenada y no arbitraria, debe reflejar lo más posible lo que es la realidad, la totalidad de hechos atómicos, pero hay que reconocer que este y las palabras que lo conforman no hace la realidad. Al respecto, Michel Foucault dice: El lenguaje está a medio camino entre las figuras visibles de la naturaleza y las conveniencias secretas de los discursos esotéricos, puede reflejar el mundo, pero también lo oculta.
Pero, qué es una comunicación efectiva. Es aquella en donde el mensaje es comprendido y, por lo tanto, para que lo sea, debería ser portadora de palabras articuladas, sencillas, claras y precisas. Qué sucede entonces cuando se problematiza, cuando se convierte ese proceso en algo complicado, con ruidos que la entorpecen, sin duda que da lugar a equivocaciones. Toda comunicación cuenta con un lenguaje y este a su vez se establece con oraciones, compuestas por palabras, unidas coherentemente para constituirse en mensaje.
Suponer un valor que las palabras en sí no poseen, darles cualidades más allá de su grandeza interior, que es la de nombrar y ser partícipes de un lenguaje con el fin de comunicar, representa un error que se debe reparar.

 
                     
                       
                       
                       
                      