La naturaleza humana y su despertar a las luminosas emociones
 
                Autor: Jairo Alarcón Rodas
Llego a preguntarme a veces si las formas superiores de la emoción estética no consistirán, simplemente, en un supremo entendimiento de lo creado. Un día, los hombres descubrirán un alfabeto en los ojos de las calcedonias, en los pardos terciopelos de la falena, y entonces se sabrá con asombro que cada caracol manchado era, desde siempre, un poema.
Alejo Carpentier
Emocionarse por los detalles que se presentan en la naturaleza es un sentimiento cada vez irrelevante en un mundo en donde se impone el pragmatismo utilitario, las acciones programadas, las rutinas, la cosificación humana. Experimentar una emoción es un sentimiento o cambio en el ánimo, por lo general positivo e intenso. Regularmente las emociones impresionan, impactan, agitan, conmocionan, conmueven, alteran, desasosiegan, turban, inquietan. Pero de igual forma que hay emociones positivas, también existen negativas como el odio, la envidia, la ansiedad, la ira, los celos, el asco.
No obstante, las emociones son parte de la naturaleza humana, sentimiento que comparte también con otros animales y de los cuales, las personas pueden aprender mucho, por ejemplo, la fidelidad de un perro heredero de una estirpe lupina diría Konrad Lorenz. La mezcla de un importante grado de racionalidad con la emotividad innata, es quizás lo que a los seres humanos los hace oscilar entre el altruismo y la perversión, su multidireccionalidad, que el resto de los animales no poseen.
A pesar de ello, existen genuinas emociones que propician placeres honestos, que le dan valor a la existencia y razón de vivir la vida. Ese porqué, del que hablaba Nietzsche, que le da sentido a la vida puede que se encuentre en los pequeños detalles, aquellos imperceptibles para muchos, pero que, en los seres preclaros, les provoca un indescriptible deleite y serenidad.
Existen emociones perversas, las que surgen en la conducta humana, motivadas por el narcisismo como, por ejemplo, la de un psicópata al propiciar sufrimiento a otro ser vivo, al causar daño a los demás. Pero hay otras que tienen un origen mórbido, por ejemplo, las emociones que tuvo la gente que se reunió en la Bastilla, en el momento de la decapitación de la nobleza francesa. Sin duda, tuvo rasgos de frustración, de rencor y de envidia, consecuentemente, no son genuinas, pero emociones al fin.
La emoción, el placer que sintió el verdugo, que torturó, mutiló y asesinó a los que fueron considerados enemigos de la fe cristiana, durante la Edad Media, el presenciar que la cabeza de María Antonieta rodara por el suelo, tras el paso de la hoja afilada de la guillotina por su garganta, sórdidamente propició en las multitudes de espectadores, momentos de un singular y enfermizo placer. Y es que las condiciones de opresión y de miseria, el grado de deterioro de las mentes de la población sojuzgada, en momentos en donde el valor de la vida era insignificante dada la cotidianidad de la muerte, la violencia y sus múltiples justificaciones ilustra el porqué de tal comportamiento.
Cuando cobra más relevancia el tener, tiene más valor el precio de un automóvil que el de una vida humana. Cuando es más importante el tener, cuando el acumular riqueza es lo esencial, al ser humano, dentro de las relaciones de producción, se le cosifica y, en palabras de Karl Marx: El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancía como otra cualquiera.
Consecuentemente, instrumentalizando a la razón, las emociones pueden convertirse en bajas pasiones y, a partir de ahí, realizar las más perversas acciones. Recuérdese que, en Alemania de mediados del siglo XX, ostentaba ser el país más racional, en donde la filosofía y la ciencia desplegó su potencial más intenso, sin embargo, fue ahí también, en donde el nazismo, con toda su crudeza y brutalidad, llevó a cabo toda una serie de actos perversos y sanguinarios que pusieron en jaque al mundo entero.
El sentimiento negativo de incertidumbre, de fracaso, de pesimismo, causado por la derrota de Alemania en la Primera Mundial, el empobrecimiento de su población, su endeudamiento y frustración, desembocó en el establecimiento y desarrollo en la doctrina de la supremacía aria y del fascismo. De igual forma mostró cómo puede despertarse el criminal sentimiento de maldad en casi todo un pueblo.
Las mentes sanas solo se forjan en ambientes sanos y como el Uróboro, la serpiente que muerde su cola, una de pende de la otra. Construir una sociedad para el bienestar de todos sería la solución, sin embargo, no ha sido así, la ambición de unos ha determinado que sean solo esos pocos los beneficiados. Así, ambientes aciagos propician, regularmente, deficiencias emocionales, que se resuelven en mentes enfermas. A pesar de ello, las emociones siguen constituyendo el bálsamo para el incierto pero extraordinario trajinar humano.
Decía Fiódor Dostoievski: No busques premio, porque tú tienes una gran recompensa en esta tierra: tu alegría espiritual, que sólo el justo puede gozar. En consecuencia, es lo que es justo, lo honesto, lo que despierta emociones más grandes y maravillosas, por el simple hecho de ser genuinas. La sola existencia ya de por sí es una emocionante aventura en el breve trayecto de la vida, aunque para algunos puede que sea una pesadilla.
En qué momento la emoción formó parte esencial de la conducta humana, Jean-Jacques Annaud, en su película del año 1981, En busca del fuego, mostró escenas magistralmente elaboradas, a través de secuencias temporales, en las que la odisea por conseguir el fuego, por parte de tres Homo sapiens de la tribu de los Ulams, Naoh, Amoukar y Gaw, los llevó a vivir una serie de aventuras, a recrear experiencias únicas, llenas de contingencias, colmada de emociones, de eventos de distinta índole.
Con sobrias, pero impactantes imágenes, la película detalla, cronológicamente, sucesos como cuando a los primeros seres humanos se les despertó toda una serie de inquietudes, tales como los sentimientos de solidaridad, de miedo, de ira, de placer, de humor que trae consigo la risa, así como el asombro y el espíritu investigativo, entre otros. Todas acciones acompañadas de relucientes emociones, de sucesos incomprensibles para ellos, inimaginables, para el entendimiento incipiente de aquella época, pletóricas de asombro y de estupor.
Quizás, las emociones tienen que ver con sucesos que parecen imposibles, aquellos que la imaginación no alcanza a comprender y que, en el filme de Annaud, se ilustra espléndidamente, como el momento en que Ika enseña cómo producir el fuego y Naoh, anonadado, sorprendido al borde del delirio por el cómo ella lo produce, se emociona infinitamente hasta las lágrimas, son brillantes momentos, ricos en contenido, dignos de un análisis de la semiología de la imagen, merecedores de reflexión y, sin duda, también de múltiples emociones para el espectador.
El sorprendente mundo no agota el asombroso espíritu investigativo de los seres humanos, en donde las emociones están presentes y, también, su potencial imaginativo y creador. Imágenes, colores, sonidos, olores, que causan sensaciones que estremecen, que despiertan o activan experiencias pasadas, presentes y, por qué no decir, también futuras, vivencias adquiridas y por vivir, eso constituyen las dignas emociones, por llamarles de alguna forma.
Con la nariz se respira, se llenan los pulmones del elemento vital para la vida humana, pero, también, al percibir olores fascinantes, la emotividad se enciende, brilla. Dice Peter Suskind en su novela El perfume: Hay en el perfume una fuerza de persuasión más fuerte que las palabras, el destello de las miradas, los sentimientos y la voluntad. La fuerza de persuasión del perfume no se puede contrarrestar, nos invade como el aire a nuestros pulmones, nos llena, nos satura, no existe ningún remedio contra ella. Sensaciones únicas y posibles en un ser que es consciente de su presencia en el mundo y puede gozar sencilla, pero, también, plácidamente, con el extraordinario hecho de vivir.
El despertar a las emociones, tomar conciencia de ellas, dotó a los seres humanos de placeres, singulares, excelsos. Cómo no emocionarse con el nacimiento de un hijo, de una hija, con su olor, verlos crecer, enternecerse ante su ser indefenso, subyugarse con su fragilidad, verlos caminar, expresar sus primeras palabras. Volver a ver a un ser querido, regocijarse con el bienestar de otros, ver una sonrisa en alguien más.
La emoción de ver un nuevo amanecer, de presenciar un cielo estrellado, la de compartir alegrías, de ser solidarios. La emoción de valorar estar vivo y poder sentir más emociones, eso es uno de los aspectos más gratificantes del existir, que merece nuestra atención y aprecio. El cariño, el afecto, el amor, brindan y constituyen el tipo de emociones que engrandecen y que en vez de morir deberían fomentarse, en un mundo cada vez más desprovisto de motivaciones existenciales, cada vez más escaso de razones para vivir.
 

 
                     
                       
                       
                       
                      