José Mujica: el hombre que se fue siendo eterno

Mario

Mario Rodríguez Acosta

Mario Rodríguez

Se nos fue Pepe, el eterno guerrillero de sonrisa franca y manos callosas, el hombre que llevó la coherencia como bandera y la humildad como destino. José Mujica, el ex presidente que rechazó los privilegios del poder para vivir como un sencillo agricultor en su chacra de Rincón del Cerro, el mismo que fue encarcelado por luchar por la libertad y la democracia. Nos deja físicamente, pero su legado se arraiga en el alma de Uruguay y de toda América Latina.

Mujica no fue un político convencional. Fue más que un símbolo de resistencia. Fue un radical que, desde su juventud, cuando empuñó las armas con el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, tuvo un sueño de justicia. Pero su verdadera grandeza estuvo en nunca la esencia y fue el presidente de todos y todas.

En un continente donde el poder suele corromper, Pepe gobernó Uruguay como un revolucionario digno. Donaba el 90% de su sueldo, conducía un viejo escarabajo y promulgó leyes pioneras, desde la despenalización del aborto hasta la regulación del cannabis, siempre con los ojos puestos en los más vulnerables. «No soy pobre, soy sobrio», decía, desafiando el consumismo global.

Su influencia traspasó fronteras. En tiempos de polarización, Mujica predicó con el ejemplo: criticó a la derecha fascista, reprendió a la izquierda que olvidaba sus orígenes populares. Sus discursos, cargados de poesía rural y filosofía de vida, resonaron desde las favelas brasileñas hasta las universidades europeas. Fue el presidente con más humanidad.

Hoy, al despedirlo, no lloramos una pérdida, sino celebramos una vida que iluminó el camino. Pocas veces la historia concede figuras así, personajes que encarnan sus ideales hasta las últimas consecuencias, que convierten las derrotas en victorias y en herramientas para los demás. Como dijo Eduardo Galeano: «Algunos héroes no necesitan capa, sino tierra bajo las uñas».

Pepe se ha vuelto eterno. No por los cargos que ocupó, sino por haber demostrado que otra política es posible: una hecha de coherencia, amor al pueblo y esperanza indomable. Con Mujica, ganamos la eternidad.

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