Guatemala, donde los absurdos son una realidad

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Autor: Jairo Alarcón Rodas

La contradicción más grande es pretender alumbrar la calle mientras en tu casa, los seres a quien dices que amas, viven en tinieblas. Hermes Antonio Varillas Labrador

Guatemala es un país con muchas peculiaridades, situada en la región cultural llamada Mesoamérica, en el centro de América, en donde grupos étnicos como los olmecas y los mayas, entre otros, se asentaron para que, posteriormente, los quiches, los cachiqueles, los quekchíes, los zutuhiles, los mames y otras etnias de origen mayense, pipil y garífuna cobraran vigencia. De ahí que gran parte de sus pobladores tienen sus raíces en esas culturas y, tras el mestizaje con los españoles a partir de la Conquista y de otros migrantes, se fue bosquejando y caracterizando lo que actualmente es el guatemalteco.

El desmembramiento de las Provincias Unidas del Centro de América, que trajo consigo la “independencia” de sus territorios en 1823 juntamente con los malos convenios realizados por el gobierno de Justo Rufino Barrios, establecieron el territorio de lo que hoy es la República de Guatemala. De ahí que el país es una nación multi étnica que ha sido gobernada despóticamente, desde tiempos ancestrales, por una oligarquía criolla que persiste en mantenerse en el poder a toda costa.

De tal modo que 23 etnias conforman actualmente el territorio guatemalteco, haciendo de este, una país multicultural matizado por altos índices de desigualdad, miseria, desnutrición infantil, insalubridad, analfabetismo, discriminación y violencia, lo que ha sido impuesto por un sistema que privilegia a unos pocos y desprotege a muchos y que se refleja a través de una ideología, en donde la sumisión y las creencias religiosas están presentes en una gran parte de la población y el autoritarismo discriminatorio de la oligarquía criolla. Por lo que el país adolece de poca presencia crítica en sus habitantes, aunque no de opinión.

Según el Informe sobre la Desigualdad Global 2022 del World Inequality Lab, en las últimas 2 décadas la desigualdad entre los países ha disminuido, pero la desigualdad dentro de los países ha aumentado. Lo que se refleja también en la sociedad guatemalteca, de conformidad con lo declarado por Comité de Oxford de Ayuda contra el Hambre, OXFAM. A pesar de que Guatemala es uno de los países más ricos y diversos de América Central, padece uno de los niveles más altos de desigualdad del planeta.

De acuerdo con el informe del Banco Mundial 2020, con una población de 17 millones y un PIB de US$77.600 millones, Guatemala es la economía más grande de Centroamérica y un país de ingreso medio alto, medido por su PIB per cápita (US$4.603 en 2020), sin embargo, el crecimiento económico no contribuye a reducir la pobreza, lo que es debido a que la riqueza no llega a todos los sectores de país, sino que se concentra en un grupo reducido de guatemaltecos. De ahí que, el 1% de las personas más ricas tienen los mismos ingresos que totalidad de ingreso de la mitad de la población del país y un sector mayoritario, 61.6 por ciento de las personas viven en pobreza multidimensional.

Así, la mortalidad infantil es 3 veces mayor entre el 20% de la población más pobre. Las niñas indígenas pueden medir hasta 14 centímetros menos que la media de su edad debido a la insuficiencia alimentaria crónica. Una persona pobre guatemalteca tiene 38 veces menos probabilidades de acceder a la universidad. Hay 10 veces más agentes de seguridad privada que policías, lo que permite inferir que los crímenes constituyen una oportunidad para lucrar.

Sin embargo, a pesar de contar con un elevado porcentaje de religiosidad, los altos indicadores de criminalidad, machismo y corrupción que se manifiestan en el país contrastan con tal hecho. De ahí que un presidente del país, Jimmy Morales, así como muchos de los habitantes, consideran la corrupción como algo normal, un asunto de la cotidianidad guatemalteca. Recordemos que la corrupción de un país no solo consiste en accionar maliciosamente, sino en permitir que eso suceda.

A lo largo de la historia de Guatemala se han observado ciertas constantes que bosquejan de alguna forma a su sociedad. Entre esas, quizá la más importante sea la brutal e irracional actitud que han librado los sectores dominantes para mantener su hegemonía; lo que da por resultado la exclusión de un sector mayoritario de la población y la escasez de oportunidades para su desarrollo. Todo eso ha representado, para sus habitantes, un ambiente de violencia, destrucción y muerte. De ahí que la lucha entre los distintos grupos étnicos, entre conquistadores y conquistados, criollos y españoles, ricos y pobres, dominadores y dominados, también se refleja en el plano de las ideas como lo es la derecha e izquierda, conservadores y progresistas.

No obstante, para el orden establecido, para el sistema imperante, cualquier lucha por reivindicar derechos inalienables de los seres humanos se le considera simples actitudes ideológico-partidistas de izquierda. Con ello, se intenta descalificar cualquier movimiento que pretenda luchar por causas justas y democráticas. La disputa de los discursos, en donde lo bueno es lo que el sistema impone y lo malo lo que lo contradiga, tiene por misión impedir que las palabras revolucionarias se traduzcan en actos.

La diversidad de criterios sobre las cosas es conveniente siempre y cuando tal variedad de juicios no se transforme en conflicto ni oculte lo que son los hechos. Basta ya de buscar pretextos para ser una sociedad disgregada, desunida, ello únicamente beneficia a aquellos que por largo tiempo se han servido de este país y de su gente para alimentar sus excesos, su apetito desmedido de lucro.

El escenario está servido para que Guatemala sea una nación de contradicciones, rara, extravagante, de contrastes. Pero ¿qué es lo que hace que esta nación sea así? En este país suceden cosas muy curiosas, que van desde una hipócrita espiritualidad religiosa, a pesar de que no se respetan los derechos humanos, y es así como -La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) ha denunciado que el país es uno de los 5 países más peligrosos de Latinoamérica-, hasta el hecho de que cuente con una premio Nobel de la paz, Rigoberta Menchú y qué decir del premio Nobel de literatura, Miguel Ángel Asturias, en un país con elevados índices de analfabetismo, pobreza extrema  y desigualdad.

No es de extrañar, por lo tanto, que recientemente y de manera grotesca, el director de la FECI, Rafael Curruchiche, con el abal de la jefa del Ministerio Público, Consuelo Porras, del presidente de la república Alejandro Giammattei y del Pacto de Corruptos, en conferencia de prensa anunció la investigación de Iván Velásquez por actos anómalos perpetrados en este país durante su gestión al mando de La Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala.

La amenaza en contra del actual ministro de la defensa de Colombia del gobierno de Gustavo Petro, más que hacerse efectiva, tiene por objetivo ser un distractor dentro del escenario político que actualmente se vive en el país guatemalteco, por aparte, no es inadmisible que haya contubernio entre el gobierno de Guatemala con los sectores conservadores del país suramericano, para crearle molestias mediáticas al presidente Petro y a Iván Velásquez.

Con todo este circo montado desde el Ministerio Público, se logra, también, dejar en el imaginario colectivo de la población guatemalteca, la amenaza de que todo aquel que intente cuestionar las actitudes de la oligarquía dominante, de los políticos y funcionarios a su servicio, por cuestionables que estas sean, serán perseguidos, criminalizados y encarcelados. El fin nuevamente es crear temor, miedo y terror en el país pues una sociedad atemorizada no exige sus derechos.

En Guatemala, dado que es un Estado cooptado, la justicia, al estilo de Trasímaco, es lo que deciden los poderosos que sea y, por consiguiente, todo aquel que discrepe de tal criterio, luche en contra de la corrupción, es decir, a las personas probas, honestas, honradas, se les persigue, cosa contraria sucede con los delincuentes de cuello blanco, los cómplices de la corrupción viven en total impunidad y libertad.

A pesar de ello, según opinión del presidente Giammattei, sus funcionarios de gobierno y directivos del CACIF, al país poco le falta para ser considerado un paraíso, ya que la economía se ha fortalecido, se ha disminuido la violencia, el ministerio público ha ampliado su cobertura y se lucha pertinazmente en contra de la corrupción y el crimen organizado, aunque en la realidad se sepa nacional e internacionalmente que todo eso es una cínica mentira, es un absurdo.

El vivir en un país de absurdos y de engaños puede propiciar que uno se acostumbre a ello, que se acomode y deje de denunciar, de luchar en contra de la corrupción y ceda ante las perversas disposiciones y acciones de gobernantes inescrupulosos y, con su silencio, se convierta en cómplice de sus oscuras decisiones.

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