Entre la lucidez y la locura

JAIRO3

Autor: Jairo Alarcón Rodas

Demasiada cordura puede ser la peor de las locuras, ver la vida como es y no como debería de ser.

Miguel de Cervantes Saavedra

Usualmente se habla sobre la realidad como que, si no existiera problema alguno en su apreciación, juicio y entendimiento, se dan por sentado muchos aspectos que, a través de la formación, en el seno familiar y el de la sociedad, se han aprendido, son patrones de apreciación y de conducta que han sido digeridos por otros y aceptados sin cuestionamiento alguno por los demás, que dan por resultado la cultura. Criterios que por su funcionamiento se convierten en la conducta a seguir, que establecen una determinada forma de ver las cosas.

Se nace dentro de una determinada sociedad que establece particulares concepciones sobre la realidad, que van moldeando las apetencias y los gustos por las cosas de aquellos que se ven influenciados por tales constructos. Dichos aspectos, que se transmiten de generación en generación, que van determinando las costumbres, la idiosincrasia de las personas y, consecuentemente, su forma de ver el mundo y de la realidad, muchas veces constituyen un sesgo que impide ver lo que las cosas son.

Pero, al realizar un examen detenido sobre la naturaleza de las cosas, sobre el mundo, las dudas acerca de su entendimiento aparecen. Por ejemplo, si se acepta que la realidad está en continuo movimiento y cambio, cuál es la forma correcta de juzgarla, si al ojo humano el movimiento inherente y perpetuo le es casi imperceptible. El flujo de partículas que se da en una superficie determinada solo es apreciable por medio de instrumentos, como lo sería un microscopio electrónico, la simple vista no lo capta. Ya Bertrand Russell había abordado tal problemática en su libro, Los problemas de la filosofía, en el cual plantea la complejidad que suscita determinar qué son las cosas, señalando que la forma «real» no es lo que vemos; es algo que inferimos de lo que vemos.

Desde la perspectiva humana y a razón de sus recursos sensoperceptibles, el encuentro se da con figuras de tres dimensiones que se sitúan en un espacio y un tiempo establecido. El movimiento de traslación resulta ser más familiar, mientras el de alteración no tanto, no obstante, ambos movimientos son inherentes a cada objeto, cosa y sujeto. Es por lo que se puede ver que las cosas se mueven si existe un factor que lo establece y, también, comprender que los seres vivos envejecen.

A pesar de ello, hay acciones equivocadas, errores que obedecen a una mala lectura o interpretación de la realidad, de una realidad que resulta por momentos inalcanzable para los seres humanos. Son los sentidos y el intelecto los que le otorgan la potestad a los sujetos para tomar contacto con las cosas, pero hacerlo no presupone conocerla, de ahí resulta la serie de interpretaciones sobre la realidad en forma arbitraria y, con ello, los errores.

Actuar congruentemente en la realidad presume normalidad, sin embargo, hay personas que actúan en forma diferente, lo que presupone que la ven en forma distinta. Ver subjetivamente la realidad significa imprimirle un sello particular, lo que pude conducir a la arbitrariedad. Pero ¿cuál es la forma correcta de juzgar el entorno, si es que la hay, a la que le sigue un accionar correspondiente? Se busca conocer las cosas para tener el control sobre estas y que permitan su uso adecuado, que conduzca al acierto y no al error.

Ver la realidad de conformidad con un criterio particular, juzgarla desde una perspectiva específica, al margen de la objetividad, amerita que se reflexione sobre esas apreciaciones, pues se corre el riesgo de que la realidad se enmascare, en función de lo que se quiera ver en ella y no se le juzgue por lo que es. Usualmente el criterio de utilidad es el que impera y es por lo que la correspondencia adecuada entre el objeto y el sujeto es sustituida por el éxito o el beneficio que se alcance en dicho proceso.

De ahí que, si en tales juicios existen sesgos que distorsionan la realidad, indudablemente conlleva a la imposibilidad de su comprensión. Con ello se aleja el criterio de que, a mayor conocimiento de las cosas, menor será el error. El subjetivismo, por consiguiente, trae consigo toda una serie de implicaciones sobre el conocimiento que influyen directamente en la comunicación y en el accionar humano.

Construir la realidad, no desde la perspectiva del idealismo gnoseológico, sino aceptando que más allá de los datos de conciencia existe algo, que es independientemente de un sujeto que la conozca, es decir, a partir del realismo, les otorga a los seres humanos la posibilidad de conocerla y, por lo tanto, que debe existir la probabilidad de saber lo que es y que ello amerita una forma objetiva de aprender y de lograr un consenso y no un disenso al respecto. Esa ha sido la forma en la que la ciencia ha avanzado y ha planteado su comprensión sobre el mundo.

Una realidad aparte, distinta a lo convencional, trae consigo actitudes diferentes, fuera de lo cotidiano, lo normal. ¿Qué pasa entonces con aquellos que, teniendo mucha sensibilidad o intuición, ven las cosas con otra profundidad, con un tercer ojo? Sin duda que su accionar se hace diferente, poco convencional, ajeno al criterio de la mayoría, por lo que resultan, por momentos, a los ojos de estos, como dementes.

Desde la locura se ven las cosas diferentes, con criterios incongruentes con respecto a la opinión de los demás. De modo que tal comportamiento es situarse en una realidad ajena, que imposibilita la comprensión de lo que se diga, que amerita la exclusión. Pero ¿qué pasa con aquellos que, profundizando correctamente sobre lo que son las cosas, teniendo una lectura más objetiva, se ven juzgados por la mayoría, igualmente de locos, dada la profundidad con la que ven las cosas?

Muchos personajes de la historia han sido juzgados como locos, como pervertidores de las costumbres ancestrales, como subversores del pensamiento vigente, al extremo de que algunos pagaron con su vida por tal actitud, por revelarse ante creencias dogmáticas, por atreverse a pensar, por tener un criterio distinto sobre la realidad a partir de la investigación, del conocimiento.

Desde las sombras, en su interior de la caverna, los cavernícolas atados de pies y manos, decía Platón, a quien intentara desatarlos y conducirlos afuera, -dado el caso que pudieran apoderarse de él, – no crees que le aprisionarían y, si les fuera posible, ¿lo matarían? Eso es lo que sucede con los intransigentes convencionalismos sociales, que imponen criterios y no permiten más juicios sobre las cosas que los propios o aquellos que coincide con el de estos, por lo que todos los que se aparten de tales planteamientos son tildado de locos, criminalizados, perseguidos e, incluso, exterminados.

Siguiendo con tal criterio, la lucidez amerita que los planteamientos, los juicios y los criterios se conviertan en opinión general y no necesariamente porque estos surgen a partir de la reflexión de los más sabios, sino de aquellos que ostentan el poder y que crean una opinión generalizada sobre lo que es falso y verdadero, lo que es correcto de lo incierto sobre la realidad, en función de intereses particulares.

La lucidez debería corresponder a aquellas personas que profundizan, a partir de la racionalidad objetiva, en la comprensión de la realidad, las que develan sus secretos, ya que son estas las que imprimen el desarrollo del conocimiento sobre las cosas, con sus dudas e inquietudes, con sus aportes, pues es de esa forma, como se establece el proceder fundamental para su transformación. Lucidez, por lo tanto, es sinónimo de pensamiento activo para un propósito honesto.

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