El CHE nació para dar VIDA a la NUEVA HUMANIDAD

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Ollantay Itzamná

Nacido el 14 de junio de 1928, Ernesto Guevara, universalmente conocido como el Che, representa una de las figuras más potentes y simbólicas de la lucha por la dignidad humana en el siglo XX. Su vida, aunque breve, fue una intensa y coherente declaración de principios, una entrega total a la causa de los desposeídos no solo en su Abya Yala natal, sino en cada rincón del mundo donde la injusticia echara raíces.

Desde su juventud, el Che demostró una sensibilidad que lo distinguía. Sus viajes en motocicleta por América Latina, más que una aventura, fueron una profunda inmersión en la realidad de su continente. En ese recorrido, el joven médico argentino no vio paisajes, sino rostros; no encontró ruinas antiguas, sino las heridas abiertas del colonialismo, la explotación y la miseria. Fue allí donde su vocación de servicio se transformó en un compromiso inquebrantable para humanizar a la humanidad, comprendiendo que la salud de los pueblos no podía curarse con medicina, sino con justicia social.

Como político y comunicador del proyecto revolucionario, el Che fue una voz incisiva y clara en los foros más importantes del mundo. Ante las Naciones Unidas y en cada plataforma internacional, no solo denunció con vehemencia el imperialismo y la opresión, sino que articuló una visión de un «Hombre Nuevo». Este ideal no era otro que un ser humano liberado del egoísmo y del individualismo, movido por la solidaridad y la conciencia del deber social. Su palabra, respaldada por su ejemplo, se convirtió en un faro para los movimientos de liberación en África, Asia y, por supuesto, América Latina. Era el comunicador que vivía lo que pregonaba, el político que empuñaba tanto el fusil como la pluma para construir un futuro distinto.

Su internacionalismo militante lo llevó del éxito de la Revolución Cubana a las selvas del Congo y, finalmente, a las montañas de Bolivia. No buscaba poder personal, sino encender la chispa de la dignidad en otros pueblos. En La Higuera, Valle Grande, el 9 de octubre de 1967, sus captores intentaron apagar su vida, pero solo consiguieron eternizar su leyenda. Aquel día, el Che no murió, sino que se sembró en la memoria colectiva.

Hoy, su rostro es bandera en las luchas pendientes y en proceso por la liberación y la descolonización. Su legado nos recuerda que la vida solo adquiere pleno sentido cuando se gasta al servicio de los demás, y que la utopía de un mundo más justo y humano es la más elevada y necesaria de las batallas. El Che nació para dar Vida y fue inmolado para inmortalizarse como símbolo eterno de la revolución por amor a la humanidad.

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