El capitalismo feroz avanza. ¿Por qué se nos hace tan difícil reaccionar?

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Marcelo Colussi

Es momento de entrar en una nueva etapa, otro reto, y ¿por qué no?, sacar a los zurdos de mierda y mandarlos a chingar a su madre”.

Ricardo Salinas Pliego, multimillonario y posible candidato presidencial en México

Al zurdo de mierda no le podés dar ni un milímetro, porque lo usan para destrozarte. No se negocia con esa mierda”.

Javier Milei, presidente de Argentina

Lo que algunas décadas atrás parecía un camino directo y despejado hacia una sociedad post capitalista, hoy día ha quedado clausurado. No digamos absolutamente sucumbido, terminado de una vez, enterrado para siempre. Pero sí, sin dudas, obstruido. Ese camino ha encontrado muy poderosos obstáculos que tornan difícil seguir avanzando. ¿Habrá que desistir de la lucha, desechar lo ideales de cambio o, cobrando nuevas fuerzas, tomar rutas alternas entonces? ¿Cuáles? ¿De qué manera? En todo caso, ¿cómo superar esas sólidas barreras que se han alzado, sabiendo que el sistema, aunque se muestre victorioso ahora, no da salida a la humanidad? No olvidar nunca -eso nos debe dar esas fuerzas que hoy parecen faltar- que ahora apenas un 15% de la humanidad tiene acceso a satisfactores dignos, mientras el 85% restante pasa grandes penurias.

Durante la primera mitad del siglo XX el discurso contestatario y anticapitalista fue tomando cada vez más fuerza. Todo ello permitió que en una buena cantidad de países se pasara a construir nuevos modelos sociales; es lo que llamamos socialismo. Para la década de 1970 aproximadamente un tercio de la población mundial vivía en países que, con diferencias y estilos muy propios en cada caso, pero todos con un común denominador, caminaban por una senda que apuntaba a superar el capitalismo. Ahí estaban la Unión Soviética, la República Popular China, Vietnam, Laos, Camboya, Cuba, Nicaragua, Corea del Norte, el este de Europa (países signatarios del Pacto de Varsovia), varias jóvenes repúblicas del África que comenzaban a romper sus cadenas coloniales (Burkina Faso, Congo, Angola), el socialismo árabe, Afganistán. En sintonía con eso, en numerosos puntos del globo se sucedían numerosas y variadas luchas sociales, con un ideal antiimperialista buscando siempre propuestas que condujeran al socialismo. Ahí estaban las insurgencias guerrilleras, los sindicatos combativos, los movimientos sociales y estudiantiles, la Teología de la Liberación de la iglesia católica, un despertar anticolonial y numerosas manifestaciones que prometían un nuevo futuro.

Pero el sistema capitalista reaccionó. Una suma compleja de factores hizo que esos movimientos emancipatorios fueran reduciéndose o extinguiéndose. La caía de la Unión Soviética -sin dudas una tragedia para la causa popular- fue factor determinante en esta retracción que vivimos en la actualidad. Hoy, medio siglo después de aquella época, buena parte de la humanidad pareciera caminar en sentido contrario. O la hacen caminar, más correctamente dicho: se pierden conquistas laborales y sociales conseguidas con años de lucha y sacrificio, se retrocede en el ámbito de derechos conseguidos, se termina glorificando a los propios verdugos a quienes se puede elegir alegremente en una elección poniendo mandatorios de ultra derecha, se fomenta en forma creciente el supremacismo y el racismo xenofóbico, se avanza hacia planteos neofascistas que parecían ya extinguidos para siempre, se estupidiza cada vez con más profundidad a través de tecnologías muy efectivas la conciencia de las poblaciones por medio de “espejitos de colores” científicamente construidos, se reemplaza el pensamiento crítico con banalidades y una cultura de la inmediatez y superficialidad que asombra, se desarticulan las luchas y reivindicaciones populares condenando el discurso comunista con una fuerza superior a la que usaba la Inquisición medieval, se presentan las experiencias socialistas que aun sobreviven en este mar de derechización como la evidencia elocuente del fracaso de la ideología socialista (¡la gente escapa de Cuba!, vociferan los medios comerciales, sin hablar del bloqueo), se cambia la noción de “trabajador” por la de “colaborador”, se fragmentan las luchas apoyando determinadas reivindicaciones puntuales, sin duda importantísimas -género, cuestiones étnico-culturales, diversidad sexual, cuidado del medioambiente- obviando un tema básico como la lucha de clases, a partir de la máxima de “divide y vencerás”, propiciando así la falta de unidad. Muchos otrora militantes comunistas bajan los brazos y terminan haciéndose socialdemócratas…, o pasando abiertamente a la derecha. ¿Qué está pasando?

Todo eso, que nos muestra un panorama bastante desolador para el campo popular, no significa que se borró de la historia la idea de un mundo post capitalista. Hace evidente, en todo caso, la gran dificultad en que nos encontramos quienes apostamos por algo superador del desastre social que vivimos hoy para encontrar esos caminos liberadores. Pero debe quedar claro que el sistema capitalista, aunque ahora se alza victorioso, sigue siendo esa serpiente viperina que nos sojuzga y mata (20,000 personas diarias mueren por falta de alimento, siendo que sobra comida en el mundo: 40% más de la necesaria para nutrirnos muy bien todas y todos). Este sistema solo crea bienestar para una pequeñísima parte de la humanidad; el resto… ¡que se aguante! Ahora, con este capitalismo depredador llevado a un grado superlativo, la población es solo una variable de ajuste, un número. Si alguien pasa hambre, según la lógica en juego, es porque “no se esforzó lo suficiente”. Sin dudas, en este momento, como fuerzas de izquierda, estamos perdiendo la pelea.

Solo para graficarlo, veamos algunos datos que nos muestran cómo vamos en el mundo: el Parlamento de Grecia acaba de aprobar una ley que extiende la jornada laboral -con carácter excepcional, según argumenta- hasta un máximo de 13 horas diarias, lo que abre la puerta a que eso se pueda transformar en una constante, y otros países emulen la medida. ¿Dónde quedan las 8 horas diarias, ganadas en históricas luchas que costaron vidas y mucho sufrimiento? En Estados Unidos, cuyo arrogante presidente se permite decir en público que mucha de la migración que llega a su nación proviene de “países de mierda” (sic), por autorización legal, aprobada por la Corte Suprema de Justicia, son potencialmente sospechosas las personas con características latinas y que hablan español. Es decir: por portación de cara (¿volvemos al nazismo de un siglo atrás con la creencia de “raza superior”?). En Bolivia, luego de 20 años de gobiernos socialistas que habían traído numerosas mejoras sociales, la población termina votando a candidatos de derecha que hablan un lenguaje antipopular sin esconder su ideología supremacista y de derecha. En Argentina, que hace años viene cayendo en picada con una población ya al borde del hambre y la desesperación, un ultraderechista que se presenta con máscara de desquiciado mental sigue ganando en las elecciones, pese al monumental tornado destructor que está trayendo su gobierno. ¿Por qué vuelve a ganar en las elecciones?

¿La gente es tonta, o la vuelven tremendamente tonta? ¿Somos tan inútiles en la izquierda que no sabemos reaccionar, o la derecha es atroz, vil, dispuesta a absolutamente todo para no perder ni un milímetro de privilegios? ¿Es ética la amenaza que hace Trump a Milei respecto a que si no gana las elecciones, no hay crédito para Argentina? Por lo que se puede apreciar, la voracidad capitalista da para todo, para torturar, usar armas atómicas (Hiroshima y Nagasaki), mentir, desaparecer personas, violar mujeres, chantajear, y un sangriento y monstruoso etcétera. La izquierda, sin que se puede decir que sea santa -nadie lo es-, no apela a estos recursos. Como izquierdas estamos desorientados, eso es innegable: ¿somos tontos, o es más compleja la cuestión? Del campo popular, de las izquierdas, han salido importantísimos pensadores y estrategas, analistas de alta capacidad y militantes con una ética inquebrantable. ¿Se podrá decir, tan casi frívolamente, que “la izquierda no sabe qué hacer” -sin que nadie marque entonces el camino-, o estamos ante situaciones tremendamente confusas, multicausales, muy complicadas, donde el enemigo de clase, sin la más mínima ética, puede avasallar todo? Las dos citas que figuran en el epígrafe pueden ilustrar los tiempos que corren.

El brasileño Henrique Canary pinta de modo exacto la situación que vivimos a nivel mundial: “La clase trabajadora «clásica» (fabril) se descompone, se desestructura, se vuelca en las apps, las bicicletas Glovo y los coches Uber. La economía -y con ella la clase trabajadora- se plataformiza. El movimiento sindical está en crisis y tiene enormes dificultades para organizar a la gente. Las desafiliaciones son masivas. Los sindicatos se vuelven ajenos a la clase trabajadora y a su vida cotidiana. Pocos responden a sus convocatorias. La propaganda neoliberal enfrenta a unos trabajadores con otros. Los huelguistas son «vagos», sobre todo los empleados públicos, que son «privilegiados» y «no quieren trabajar»”. Todo esto ¿es por la incapacidad y estulticia de las izquierdas?

La solidaridad, y más aún, eso que hoy parece una rara avis, pero fundamental en tiempos pasados, que se llamaba “internacionalismo proletario”, han ido desapareciendo. Como bien lo dice Atilio Borón: “Prevalece en cambio un radical individualismo alentado por la uberización del capitalismo de plataformas, cuyo reflejo en el plano de las ideas y las actitudes es un radical rechazo a -o una marcada indiferencia ante- cualquier estrategia de acción colectiva y, por ende, a sindicatos, partidos y asociaciones de base territorial.

El sistema se sabe defender muy bien. Por supuesto, su clase dominante -esa minúscula élite que vive a cuerpo de rey a partir de la explotación de las grandes masas humanas- no desea en modo alguno perder sus privilegios. Más aún: no está dispuesta a conceder nada, cada vez menos, ni un milímetro. Si con la socialdemocracia y el Estado de bienestar el pobrerío tuvo un respiro, ahora el capitalismo actual -voraz, criminalmente depredador- no da tregua. Los datos arriba presentados muestran cómo estamos. Hasta hay quien habla de un “tecnofeudalismo”, es decir: una involución histórico-social hacia un modo de producción ya superado, pero con características de ultra modernidad. Es evidente que luego del avance popular en las primeras décadas del siglo pasado, el sistema supo reaccionar. Y esa batalla -pero no la guerra- la viene ganando.

Definitivamente lo que se pudo haber avanzado en las primeras décadas del siglo XX desde el campo popular, ahora ha quedado obstaculizado. El sistema nos está ganando este momento de la lucha. Pero la historia no ha terminado. Si se habla de la terrible posibilidad de una nueva guerra mundial -¿exterminio de la humanidad?-, eso significa que el movimiento no se detiene, y aunque la robotización y la inteligencia artificial nos aplasten, la gente de carne y hueso seguimos reaccionando.

Lo dicho anteriormente no es un resignado mensaje desmovilizador, que asume el momento actual de reflujo en la lucha como una derrota definitiva. ¡No, en absoluto! Es una consideración crítica de lo que estamos viviendo, para intentar ver por dónde seguir. Es más que evidente que sigue habiendo protestas, malestares, levantamientos, reacciones. Sucede que todo ese potencial no encuentra los canales adecuados para hacer colapsar al sistema. ¿Por qué las izquierdas no pueden conducir ese descontento? Léanse de nuevo los dos epígrafes.

Este modesto texto -quizá tonto intelectualmente, pero que no ha perdido las esperanzas– no pretende dar las pistas de por dónde ir entonces. Es, con toda honestidad, un llamado a no bajar los brazos, intentando reflexionar sobre la necesidad de encontrar caminos nuevos en la lucha. Como dicen que dijo Einstein: “Si hacemos siempre lo mismo, obtendremos los mismos resultados”. Por tanto, visto que hoy los caminos tradicionales para la lucha popular desde las izquierdas no están dando resultados y la derecha nos está aplastando, ¿habrá que inventar formas nuevas? ¿Por dónde empezamos?
 

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