Crisis: ¿De qué crisis hablamos?
Mario Rodríguez A.
El presidente Trump ha sido contundente al exponer las prioridades de su política bajo el lema «América First». Sin embargo, su estilo errático a la hora de implementar estrategias está generando escepticismo entre los líderes mundiales y debilitando internamente la capacidad de gestión de su administración.
Ante este panorama, surge una pregunta crucial: ¿qué hay detrás de las declaraciones de intenciones, las órdenes ejecutivas y las prioridades de política exterior en este segundo mandato de Trump? Comprender estas dinámicas resulta indispensable para vislumbrar el rumbo del mundo y, en particular, el futuro de la aún principal potencia global.
Comencemos con la búsqueda de la paz en Ucrania, que puede interpretarse desde dos perspectivas. La primera, menos creíble, sugiere un genuino interés de Estados Unidos por poner fin al conflicto, aunque no deja de ser evidente que Washington sigue respaldando a Ucrania, buscando proteger sus intereses estratégicos, incluyendo el acceso a los vastos recursos naturales del país.
Sin embargo, existe una segunda lectura más consistente, respaldada por las palabras del propio vicepresidente Vance en una entrevista con la cadena Fox: «El presidente quiere imponer aranceles a los importadores extranjeros porque desea traer de vuelta la inversión y el empleo a los Estados Unidos». En sus propias palabras, esta medida busca incentivar que se «construyan más en Estados Unidos, inviertan más en Estados Unidos, suban los salarios de los trabajadores en Estados Unidos y, así, no tendrán que pagar estos aranceles en absoluto».
Esta declaración revela algo más profundo: un reconocimiento implícito de la existencia de una crisis económica en Estados Unidos. La expansión monetaria descontrolada, el crecimiento exponencial de la deuda pública y la erosión gradual del predominio del dólar como moneda global están poniendo en jaque el poderío económico estadounidense. Su industria fue desmantelada, su sistema bancario se convirtió en una entidad especulativa y su principal producción, depende del incremento de las guerras en el mundo.
Pero es interesante que eso provoque un interés genuino por «reconstruir la casa» antes de enfrentar los desafíos externos que amenazan el imperio. Como lo señaló el secretario de Estado en un discurso reciente, esta estrategia refleja una transición hacia un enfoque más defensivo frente al ascenso de nuevas potencias y la emergencia de un mundo multipolar.
No obstante, este impasse estratégico está generando una agitación global difícil de interpretar. Por un lado, la Unión Europea insiste en un militarismo creciente como respuesta a su declive y su lucha por mantener relevancia en el escenario internacional. Por otro lado, la guerra comercial desatada por Trump amenaza con desmantelar los pilares del libre comercio neoliberal, con consecuencias potencialmente catastróficas para la economía global. Y no se trata de que esta política sea intrínsecamente buena o efectiva para reducir la pobreza; más bien, responde a la realidad de que el orden neoliberal ya no sirve a los intereses hegemónicos de Estados Unidos en las actuales circunstancias.
El mundo basado en reglas que los demócratas defendieron durante décadas está colapsando. El horizonte incierto que Zygmunt Bauman predijo —caracterizado por la fragmentación y la volatilidad— parece estar materializándose ante nuestros ojos. Lo que estamos presenciando no es solo una crisis económica o geopolítica, sino una lucha por la supervivencia imperial en un contexto de transición hacia un mundo multipolar. Este nuevo orden, que asoma tímidamente en el horizonte, plantea desafíos sin precedentes y podría explotar de manera violenta en los próximos años si no se gestiona con prudencia.
En última instancia, la verdadera crisis no radica en las políticas específicas de Trump ni en los conflictos regionales que dominan los titulares. Es algo más profundo: un sistema internacional en decadencia, cuyas grietas se amplían día a día. Frente a este escenario, la pregunta clave no es solo «de qué crisis hablamos», sino cómo podemos navegarla sin caer en el abismo de un colapso global.
