JAIROaLARCO

Autor: Jairo Alarcón Rodas

La juventud es feliz porque tiene la capacidad de ver la belleza. Cualquier persona que mantiene la capacidad de ver la belleza no envejece.
Franz Kafka

El tiempo fluye para extenderse en la inmensidad del todo. Lapso que constituye la medida lineal y medible de la duración, regida por el reloj y el calendario. Pero ¿será que el tiempo solo existe mientras haya una conciencia que dé cuenta de él? Solo es, como lo señalara Emanuel Kant, una condición a priori de la sensibilidad humana, una «intuición pura» y subjetiva que estructura nuestra experiencia del mundo. Tanto objetiva como subjetivamente, el tiempo es importante para la existencia humana.

El tiempo es una condición necesaria que precede a cualquier experiencia, es el marco que hace posible la experiencia misma, experiencias que perciben objetos, cosas en coordenadas espaciotemporales, en un antes y un después. Es de esa forma como los seres humanos perciben que el tiempo pasa, no se detiene, se dan cuenta que las horas, los días, meses y años transcurren y, con ello, envejecen. Por lo que es natural que, con el paso del tiempo, las cosas cambien, ya que nada permanece inalterado. El cambio, decía Bergson, es creación continua. De modo que tanto el observador como lo observado cambia con el paso del tiempo.

Es sabio el fragmento de Heráclito que dice: Todas las cosas se cambian por el fuego y el fuego por todas las cosas, como las mercancías por el oro y el oro por las mercancías. El eterno fluir de la realidad que no se detiene y del que los seres humanos apenas pueden percibir dada su percepción del mundo en tres dimensiones.

El tiempo altera los objetos, una pared, con el paso de los años ya no es la misma, ya que su superficie se trasforma con el transcurrir del tiempo; los efectos del aire, de la lluvia, del sol, de las personas, modifican su estructura, mas no su naturaleza. En igual forma, una semilla cambia bajo los efectos de los fenómenos naturales, pues al unirse con la tierra, de ella brota una planta, de igual forma, todo ser viviente se transforma, convirtiendo a la naturaleza en un escenario en donde se manifiestan un sinfín de formas, colores, sonidos, que constituyen fuente inagotable de conocimiento y de experiencias para los seres humanos.

Y así, los que fueron niños se vuelven adolescentes y estos, a su vez, adultos que, posteriormente se convierten en ancianos, los que luego mueren. Proceso que constituye el ciclo vital, que corresponde a todo ser vivo y del que ninguna especie puede eludir. Tiempo y cambio van unidos, pues si el tiempo no transcurriera, el movimiento no sería, de ahí que, para la física, para que algo se mueva, debe hacerlo a lo largo del tiempo, y para medir el movimiento se usa el tiempo como referencia.

Curiosamente, cada vez que las personas se adentran en los años, su percepción del tiempo cambia. De ahí que, de cómo lo percibían cuando eran niños, edad en la que los días les resultaban interminables, en la vejez, en cambio, la apreciación de la duración del tiempo les parece más fugaz, aunque la constante sea la misma. En la adultez, el tiempo se acelera y, con ello, también la percepción de la duración de sus vidas. Quizás eso se deba a que, con el paso de los años, haya menos asombro y más recuerdos.

Las experiencias se traducen en memoria que, al volverse rutina, dejan de sorprender, a pesar de que todo cambia y nada se repite y, por ello, continúen siendo fuente de asombro. La fatiga, el cansancio, el fastidio que traen consigo los años, apagan lentamente las inquietudes humanas y, en algunos, el deseo de vivir. Vivir con optimismo en la vejez para muchos resulta ser un imposible, ya que es parte de la tragedia humana, a causa de los desdichas.

¿Cómo lograr ver de nuevo las cosas del mundo con los ojos sorprendentes de la niñez y de la juventud? Deslumbrarse con lo cotidiano, ver nuevos detalles en los objetos que se creía que ya no decían nada, en los que ya se habían agotado la sorpresa, es una forma de extender el tiempo ya que la rutina, al convertirse en tedio, se vuelve hastío.

Sorprenderse nuevamente es cuestión de actitud, es renovar el espíritu juvenil que no muere con los años, sino que se pierde, como diría Friedrich Nietzsche, al no tener un porqué vivir. Con ello, el tiempo cobra vida, adquiere una dimensión más que relevante que solo se turba con la angustia de la muerte. Por ello, carpe diem, el aprovechar el presente ante la constancia de la fugacidad el tiempo y hacerlo disfrutando cada momento.

De modo que cada fin de año, los recuerdos de lo que sucedió vuelven y, con ellos, las reflexiones y emociones sobre momentos trascendentales de lo sucedido. Regresan los episodios buenos y los malos, los que incidieron y dejaron huella, los que alegraron y entristecieron. Todo regresa para reafirmar que se está vivo, que se es consciente de lo vivido. Pensamientos habrá sobre el futuro, a pesar de que es incierto.

Qué será de aquellos que no pueden recordar lo vivido, los que por alguna razón lo han olvidado, aquellos que se han perdido lentamente en el vacío, en la nada. Es natural que el dolor y la tristeza se manifestarán en los que, junto a ellos, compartieran sus vidas, en los seres queridos que sí tienen memoria y a los que, para los desmemoriados, les resultan ser unos desconocidos.

Todo fin de año cierra un ciclo que, a su vez, abre otro, así se establece la dialéctica de la naturaleza y de la historia, siendo la memoria la que registra tales eventos. Un año más termina y con él, muchas personas murieron, otros más nacieron para continuar con el ciclo de la vida. Guerras, violencia, genocidios, destrucción, muerte ha dejado el 2025 y una que otra esperanza de cambio.

Cada acción, suceso, hecho que queda registrado en la memoria, constituye un rastro de la historia humana, de modo que hay sucesos relevantes y otros que no lo son, aunque algunos, que se consideran destacados, responden a intereses de la época, del momento. No obstante, hay momentos singulares, destacados, apreciados, valorados por las personas que responden a circunstancias específicas de sus vidas.

De ahí que el tiempo es una sucesión de momentos contiguos, perceptibles al ojo humano, que dejan huella. Los años pasan y con ellos todo envejece y muere. Y como dijo el poeta Humberto Ak’abal: Déjame llorar ahora, porque después ya no tendré tiempo… Y no solo para eso sino, también, para disfrutar, reír, estremecerse, vivir, pues con la muerte ya no habrá espacio ni lugar para esas vivencias y emociones que transforman y propician alegría y, porque no decir, felicidad.

Muchas felicidades en este 2026, que sea un año de lucha en contra de la tiranía, de la inequidad, la impunidad, la corrupción y la guerra.

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