JAIROaLARCO

Autor: Jairo Alarcón Rodas

No nos mata un momento, sino la falta de un momento.

Roberto Juarros

La existencia humana con sus rutinas, imprevistos e infortunios, con sus angustias y desencantos, también concede la posibilidad de gozar de bellos momentos. Una mirada de amor, un tierno encuentro, un abrazo sincero, una caricia, un beso, el nacimiento de un hijo, un compartir la mesa, un acto de solidaridad, un cordial apretón de manos, ¿puede que eso sea muestra de lo que son los mágicos momentos de la vida? Por mucho que ciertamente que sí.

Sin embargo, únicamente estando vivos se tiene la posibilidad de volver a sentir esos instantes, momentos que se fueron, que grabados en la memoria y, a pesar de la nostalgia que a veces provocan, hacen brotar sonrisas espontáneas de felicidad y, quizás, una que otra lágrima de alegría, añoranza y soledad. Recordar los gratos momentos es revitalizar la existencia, revestirla de un nuevo fulgor, es tener un porqué en la vida.

Para los seres humanos, el tiempo es una sucesión de momentos continuos, en los cuales la existencia individual se instala, el yo existente, el latir de su corazón, su vida y las huellas que pueda dejar dentro de su limitada duración. De ahí que Henri Bergson dijera, de ese océano de la vida en el que estamos inmersos, aspiramos a algo sin cesar, y sentimos que nuestro ser, o al menos nuestra inteligencia, que es quien lo guía, se ha formado en él por una especie de solidificación local. De modo que, no obstante, se es parte de la vida, resulta ser incomprendida por el uso de la inteligencia, dado que esta ha perdido su fluidez, se estatiza. Es por lo que la vida simplemente se vive.

Momentos de la vida que son un legado de instantes más duraderos, inscritos en la vastedad del tiempo, convertidos en recortes fugaces, de hechos del pasado, de sucesos significativos que encierran un sinfín de historias, de sentimientos y situaciones que se comprimen en una fracción de tiempo para dejar más espacio en la memoria, a nuevos recuerdos del presente y del incierto futuro.

Hay todo tipo de momentos, instantes incómodos, tristes, angustiantes, salvajes, vergonzosos, momentos que no se quiere volver a revivir, pero que, rebeldes, vuelven.  También los hay los que enternecen, los que hacen vibrar, los que subyugan y encienden el ánimo, los que reafirman el estar vivos, esos son los mágicos momentos. Y así, en un momento se puede morir, al igual que volver a vivir.

Los momentos son instantes que se inscriben en el devenir del tiempo, por lo que decía Alfonsina Storni: Momentos de la vida aprisionó mi pluma, momentos de la vida que se fugaron luego, momentos que tuvieron la violencia del fuego o fueron más livianos que copos de espuma. Así se desenvuelve la existencia humana, en instantes que comienzan, permanecen, se reinician y terminan, entre el gozo y el desconsuelo, entre la pasión y la ternura. Momentos que guardan recuerdos, quizás en imágenes difusas, pero que se extienden y despliegan en historias infinitas. 

De ahí que decir en el momento significa indicar que es ya, ahora, en este preciso instante, pero hay momentos simultáneos que se insertan en vidas paralelas que pueden ser de luz o de sombra, son recortes de vivencias devoradas por la memoria que sorpresivamente vuelven, súbita, sin pedir permiso y espontáneamente, estremecen.

El tiempo no puede borrar el recuerdo de esos mágicos momentos llenos de amor, dice el estribillo de una vieja melodía de Perry Como. Y efectivamente, a pesar de que los años transcurren sin cesar, perennes pasan, breves, silenciosos, pero gratamente iluminados, los mágicos momentos regresan, irrumpen para reafirmar lo maravilloso de la vida.

La presencia humana en el mundo, su presencia hasta la muerte, es la suma de momentos vividos y por vivir en la escala del tiempo, que dejan su huella en las obras realizadas, en los recuerdos de los seres que permanecen. Lo compartido en el pasado, con las personas que se han ido para siempre, le da notoriedad y realce a esos maravillosos momentos que mágicamente regresan. ¿Por qué, entonces, les es tan difícil a las personas vivir de nuevo esos instantes, valorar las cosas simples de la vida, los pequeños grandes detalles que encierran?

Bergson decía, lo que hacemos depende de lo que somos; pero debe añadirse que somos, en cierta medida, lo que hacemos y que nos creamos continuamente a nosotros mismos. De modo que, si creamos y frecuentamos momentos, espacios de luz, de alegría y felicidad, si somos honestos y capaces de hacerlo, seremos algo mejor.

Lo más valioso que uno le puede conceder a otra persona es su tiempo. El tiempo es polvo de oro, colmillo de elefante y pluma de quetzal... dice un viejo refrán; pero realmente es mucho más que eso. Pocos se dan cuenta de su importancia y de lo rápido que se consume, que se extingue para los seres vivos. Y es que, al despertar, al ser conscientes del todo, se vuelve a vivir de nuevo cada día que pasa, pero se muere para siempre, solo una vez.

Pero qué es el tiempo sino una sucesión de momentos continuos adheridos a las dimensiones espaciales del universo, en donde radica y se manifiesta el ser en su temporalidad. Martin Heidegger decía: La temporalidad se temporaliza como un futuro que se hace presente en el proceso de haber sido. Así se vive, pero también se consume la existencia.

Pero el tiempo puede resultar una tortura para aquellos que padecen de una enfermedad terminal o están privados de su libertad. Sintiendo que cada minuto que pasa, cada hora y día que transcurre es un continuo martirio en lo que les queda de vida, pues en tales circunstancias, los instantes del tiempo se construyen con momentos adversos, oscuros, llenos de sufrimiento, de dolor, angustia y aflicción. A pesar de ello, Marcel Proust decía: Lo que sentimos es lo único que existe para nosotros, y lo proyectamos al pasado, al futuro, sin dejarnos detener por las barreras ficticias de la muerte.

En cambio, el tiempo compartido con los seres que se estima, que se quiere, que se ama, se convierte en esos gratos momentos que la rutina, la amargura, el tedio, la desesperación, tratan de enturbiar y ensombrecer y aunque muchas veces lo logran, más de alguno consigue sobrevivir para marcar la diferencia entre el gozo y la amargura, para hacer felices a aquellos que los reviven.

Decía Emmanuel Levinas: En el cansancio, la existencia es como el recordatorio de un compromiso de existir, con toda la seriedad y dureza de un contrato irrevocable. Hay que hacer algo, hay que aspirar a algo y emprenderlo y ese algo es construir significativos y bellos momentos, pues desperdiciarlos, sería sin duda un rotundo fracaso. No se nace para destruir, se nace para edificar y gozar mejores formas de vida.

No son solo imágenes las que vuelven, son también olores, sonidos, incluso sabores que incitan la sensibilidad, que reactivan al ser y maravillan. De ahí que sentir es estar vivos y sentir con conciencia es, de hecho, mucho más… Con gran sabiduría Albert Camus decía, puede que lo que hacemos no traiga siempre la felicidad, pero si no hacemos nada, no habrá felicidad… Hacer lo necesario para encontrarla si aún no se ha gozado o recuperar la alegría de vivir si se ha perdido, requiere una disposición y valor para hacerlo.

Ser y no ser, vivir y morir y al ser conscientes del futuro que la vida depara, el deseo de refugiarse en los seres que se ama, en hacer patente la solidaridad, en disfrutar cada momento que le queda al existir, tendría que ser la razón de vivir. Dígales que mi vida ha sido maravillosa, fueron las últimas palabras del filósofo Ludwig Wittgenstein antes de morir, así debería ser toda despedida de este mundo, ya que la vida, para los seres humanos, es un extraordinario momento, pero a la vez un parpadeo en la vasta temporalidad del universo y de sus confines.

Facebook comentarios