Mario

Mario Rodríguez

El sueño se rompió otra vez. Sin aviso, sin reacción, ni excusas. Todo se perdió en un instante y de manera abrupta. Desde el primer minuto, el equipo nacional mostró lo que ya muchos temíamos, no estaba preparado, ni mental, ni futbolísticamente, para lo que se avecinaba, y que lo de la Copa Oro solo fue un espejismo. Así que el equipo salió sin rumbo, sin intensidad, sin alma. Fue un conjunto que no jugó, que no luchó, que no creyó. Y cuando más se necesitaba, se desinfló. Así nunca se ganan los partidos. Así nunca iremos a un mundial.

Hoy no estamos cerca del Mundial. Es más, estamos más lejos que nunca. En último lugar de la tabla y con posibilidades reales de quedarnos ahí el resto de la eliminatoria, si perdemos contra Panamá el próximo partido. Lo que parecía una oportunidad histórica, dado que quedamos contra un grupo accesible, partidos en casa, ilusión renovada, frente al peor equipo del grupo y con un empate del favorito Panamá frente al sorprendente Surinam, todo terminó en la más triste de las realidades, casi eliminados.

Es otra eliminatoria que se nos escapa, otra derrota que puede significar la peor en muchos años. Otro paso hacia la nada. Seguimos en el mismo lugar, repitiendo los mismos errores y con los mismos problemas de siempre.  

Los pases largos de Samayoa y Herrera fueron inútiles, pero demostraron que la defensa nacional no puede salir jugando, porque no tienen esas capacidades sus jugadores. Nuestra defensa fue incapaz de generar juego de conjunto.  Santis y Escobar estuvieron ausentes. Rubín navego solitario y fue neutralizado. Sin contención, el contragolpe salvadoreño fue letal. Mientras que El Salvador, con un esquema especulativo, sin posesión, ni atrevimiento, fue más efectivo, porque tuvo más garra, más oficio y, sobre todo, creyeron más en sus capacidades que nosotros. Les basto una sola oportunidad para derrotarnos.

Así de lindo es el fútbol. Así de cruel ha sido con nosotros. Año con año, vemos que los otros equipos se superan, se renuevan, se actualizan, sueñan, igual que nosotros, pero que, en el campo, nunca encontramos la formula perfecta para ganar, lo que hay que ganar. Así, nuestra ilusión, nuestro anhelo para asistir a una copa del mundo, siempre se convierte en una pesadilla. Lo de ayer en el Cementos Progreso no fue una sorpresa más, fue el último capítulo una historia que conocemos de memoria.  

Seamos honestos, el Bolillo Gómez siempre tuvo algo de razón. Seamos realistas, un equipo así no tiene cabida en un mundial de futbol. No podemos decir que jugamos como nunca y perdimos como siempre. Porque no jugamos a nada. Lanzamos pelotas al aire, centros forzados, dimos pases comprometidos, dudamos en defensa y cuando tuvimos la portería de frente, fallamos. Como siempre. Así no se puede ganar.

Por mucho que se busque atenuantes para una derrota, la más dolorosa de los últimos años, dado que nos enfrentamos el peor equipo del grupo, que con un esquema especulativo tuvo más arrestos para frenar toda opción posible de obtener la obligada victoria, el partido se perdió por esa mentalidad derrotista que nunca hemos superado.

El próximo partido nos enfrentamos al favorito, que ayer empato con Surinam y ahora está necesitado de sumar puntos y ganar. Y luego a esperar otros resultados, con la posibilidad que nos quedemos en el último lugar, sin puntos, y ya sin opción para más nada. Triste final, cruel realidad. Adiós al mundial.

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