La democracia solo puede ser defendida por demócratas

contul

David Escobedo

  1. Sociedad, CICIG y la dictadura de los maestros de la ley

Guatemala involucionó al punto en que un puñado de jueces y magistrados (maestros de la ley) toman las decisiones trascendentales para la mayoría, toman las decisiones que atañen al bien común. Esto no se está dando sólo por las tendencias autocráticas u oligárquicas de los que gobiernan Guatemala, sino es, principalmente, por los patrones de comportamiento de la sociedad.

Los guatemaltecos vivimos en una dictadura de jueces. Desde la intervención socio-técnica de la CICIG, el centro del poder político que estuvo en manos de militares, oligarquía y políticos serviles, pasó al sistema de justicia. Antes de la CICIG, el sector justicia estuvo supeditado al dominio de los grupos tradicionales de poder, por eso estos últimos estuvieron por muchos años blindados por un grueso manto de impunidad. Después de la CICIG, el sector justicia pasa a ser variable independiente y los grupos de poder político pasan a ser variable dependiente, la relación se invirtió.

Por poner un ejemplo, los jueces son los que decidirán y marcarán la pauta de quien será la próxima presidente de Guatemala y que alcaldes o diputados podrán asumir en el 2024. Y no sólo eso, ellos decidirán la gobernabilidad del país en ese periodo de gobierno como lo vienen haciendo desde 2016. Por eso, hasta en eso están equivocados los que atribuyen a Giammattei, su novio y los diputados, el futuro próximo de Guatemala.

La incapacidad perenne de poder llegar a acuerdos o pactos racionales de largo plazo, en los que haya beneficios para los distintos individuos o grupos que suscriban ese pacto, la revela la teoría de los juegos no cooperativos. De hecho, en nuestra sociedad la mayoría de situaciones económicas y políticas son juegos suma cero, en los que las ganancias de unos representan las pérdidas de otros. Los cientos de puntos de conflictividad territorial, minera, agrícola, ambiental y política etc. que a diario saturan los periódicos, noticias y judicaturas, así lo indican.

La incapacidad histórica de cumplir la palabra prometida en los pocos acuerdos o pactos nacionales que se han logrado (por ejemplo, los Acuerdos de Paz o la Constitución) sólo delata que este es un pueblo enfermo de la mente, del alma, sin ningún parangón en América Latina.

Cada individuo o grupo quiere gobernarse conforme a sus propias tradiciones, costumbres, valores, intereses y ley psicológica, sin importarle que en la consecución de su propio deber ser, genere consecuencias negativas a otros.

Una persona o grupo, que quiere gobernarse conforme a sus propias normas, tradiciones, costumbres, intereses y ley psicológica, inevitablemente, tiende a imponer a los demás, lo que considera correcto o bueno. Y eso es autocracia, autoritarismo, pequeñas “monarquías” que en sus imposiciones generan casi siempre una reacción violenta o de resistencia en los agentes a quienes las dirigen.

Este patrón antropológico de comportamiento se observa a todo nivel, claro en distinto grado y magnitud (asociaciones intermedias, cámaras empresariales, sindicatos, organizaciones campesinas,

grupos de interés, de presión, grupos religiosos, y no se diga partidos políticos, que por la naturaleza de su quehacer, reproducen e hiper-amplifican tal patrón).

A propósito de éstos últimos, no es casual que todos los partidos políticos del país estén gobernados por clanes familiares; como se sabe por la antropología y la biología, las familias desde hace milenios son la unidad básica del autoritarismo patriarcal o matriarcal en casi todas la culturas y pueblos. Así también, la familia es la organización biológica por excelencia que demuestra que los seres humanos todavía son animales mamíferos, animales superiores que tienen “una parte del cerebro y patas” en el reino de la necesidad natural y otra, en el reino de la libertad.

Por eso, los asuntos de linaje, sangre y búsqueda de supervivencia de la prole, son el primer principio de legitimidad política en esas sub-polis llamadas partidos políticos y eso es lo que genera dentro de sí mismos cantidades incestuosas de servilismo, nepotismo, lambisconería, chismorrería mezclado con autoritarismo, manipulación emocional y estupidez colectiva, propia de animales superiores que no estrenan los lóbulos frontales.

Sobre la base de lo aquí expuesto, se sostiene el segundo bucle de confrontación y polarización en el que vive la sociedad guatemalteca desde la apertura democrática de 1985 (el primero fue el conflicto armado interno).

Bucle de confrontación y de polarización que redunda en provecho de los Estados capitalistas occidentales del primer mundo que nos instrumentalizan en beneficio de sus nuevas guerras frías y nos expolian vía la deuda externa por “ayudas al desarrollo” y “terms of trade” desiguales.

Esto explica por qué a partir del experimento CICIG (herramienta de investigación científica y experimentación macro-social financiada y diseñada por los países occidentales) los jueces y otros operadores de justicia pasaron a ejercer el dominio político en la sociedad.

El racionalismo de la ética jurídica vigente puede encontrar en cualquier parte del todo social, patrones de comportamiento anómalos que van en flagrante choque contra los principios y normas jurídicas que dan forma a la racionalidad del Estado democrático y de derecho. Por eso, jueces, magistrados y fiscales se sienten con el poder de instrumentalizar la ley, las normas jurídicas a conveniencia, estirándolas o encogiéndolas según al individuo o grupo que la aplican.

Les ha sido fácil investigar, procesar y juzgar a individuos pertenecientes a distintos grupos ideológicos, culturales y de distintos sectores sociales, porque una gran mayoría de la población vive bajo el gobierno de otras leyes, las leyes de las distintas irracionalidades individuales o de grupo.

Los tecnócratas y burócratas del primer mundo occidental, (G13, ONU) experimentan con el pueblo a través de sus magistrados, jueces y fiscales igual como los científicos experimentan con ratas en los laboratorios, por eso es que intervinieron (y siguen interviniendo, claro de otra forma, ya no con la CICIG) en el sector justicia.

  • ¿Qué es lo que nos convierte en iguales?

En esta época de relativismo posmoderno occidental, en donde cada individuo o grupo afirma (y re- afirma) su derecho a ser distinto, su derecho a ser diferente; en donde cada quien clama (y re-clama) su derecho a auto-gobernarse, a auto-determinarse conforme a su propia “verdad” (o falsedad, más

bien dicho), es necesario preguntarse, ¿Qué es lo que nos convierte en iguales? Sólo la razón, sólo el uso de nuestras capacidades lógico-racionales puede crear los puentes para que personas con distintos gustos, creencias, valores, intereses y cultura se unan en torno a una misma idea o a un mismo grupo de ideas. De la misma manera como por medio de la razón podemos unir las distintas especies de árboles del bosque en el concepto general y abstracto llamado árbol.

En la Guatemala real, la de carne y hueso, por distintos motivos y causas, no todos los individuos o grupos que la conforman, pueden usar sus capacidades lógico- racionales; muchos de ellos (y ellas) carecen de criterios racionales mínimos. Imposible es-con ellos y ellas- tender puentes por la vía racional hablada.

Por eso, éste es el momento histórico idóneo en el que el racionalismo debe replantearse seriamente cuál es la mejor estrategia para hacerse entender en una sociedad compuesta por individuos y grupos cerrados y ensimismados, que hacen gala de su estupidez o falta de criterios racionales mínimos. Seguir insistiendo en la estrategia racional habitual, inevitablemente sólo conduce a la frustración derivada del diálogo de sordos, de sermones que se dan en los desiertos de esterilidad que hay en la cabeza embotada de una gran mayoría que oscila anímicamente entre el miedo, el odio, el resentimiento y la estupidez.

  • Diálogo racional democrático e identidad individual y de grupo

A diferencia de la autocracia y el autoritarismo, la democracia es una forma de gobierno en el que el principio de autoridad-y la obediencia- derivan del día-logos entre personas con distintas formas de ver el mundo.

La legitimidad democrática se obtiene convenciendo y ganando el apoyo de otros por medio del habla, del diálogo, por medio de las ideas, no por medio de la fuerza. Éste dialogo implica necesariamente una inter-subjetividad en el que cuestiono la identidad de los otros (creencias, convicciones, ideas, pautas de comportamiento, intereses) pero en el que también acepto que otros puedan cuestionar mi identidad individual o de grupo. Sólo este diálogo permite ver lo que nos diferencia y a la vez, permite ver lo que tenemos en común. Por eso, la libertad de expresión y la igualdad son condiciones necesarias-aunque no suficientes- para la viabilidad del sistema democrático; otra condición necesaria-que por cierto de la cual poco se habla- es poseer ciertos criterios racionales mínimos. Sin esos criterios, imposible es que el sistema rinde frutos.

El diálogo racional democrático por medio de la duda, de los cuestionamientos, debilita la identidad de los distintos individuos o grupos que están sentados en una mesa, para así provocar que esos individuos o grupos puedan ver lo que antes estaba vedado, por el peso de sus propias convicciones, creencias, ideología, cultura o conveniencias.

Si se entiende por identidad el conjunto de características o propiedades que hacen que una cosa sea lo que es y no sea otra, aplicado a los asuntos humanos, la identidad es el conjunto de características subjetivas que hacen que un individuo o grupo sea quien es y no sea otro.

Una sociedad compuesta por distintas identidades cerradas y excluyentes (entendidas como identidades que sólo pueden entender su desarrollo individual o de grupo a costa de negar absolutamente la identidad de otros) es imposible que pueda defender (y construir) democracia, ya que la unidad política democrática sólo puede nacer cuando nos liberamos parcialmente del peso de

nuestras propios valores, cultura, creencias, ideología e intereses y aceptamos que los otros también pueden tener razón en algo.

La democracia implica cambio y “morir” parcialmente; dejar de ser, para empezar a ser, en otro. Eso jamás podrán entenderlo quienes viven vedados por el peso de sus propias conveniencias, cultura, intereses, gustos e ideas. Jamás podrán entenderlo quienes viven inoculados por ondas largas de subjetivismo, pragmatismo, hedonismo y oscurantismo relativista posmoderno occidental.

La tesis anterior debiera hacer reflexionar acerca del hecho histórico de que todos los intentos de unidad de la supuesta “oposición” política y social han fracasado desde 1996, año en el que se firmó la paz. Debiera hacer reflexionar sobre la calidad democrática de los falsarios que se hacen pasar por defensores de la democracia y el pueblo más necesitado.

La muy probable victoria de Zury Ríos y del proyecto neoconservador de derecha que representa en las próximas elecciones sólo terminará de profundizar y evidenciar aun más la miseria ética, racional, filosófica, ideológica, científica y psicológica de los que se dicen y hacen llamar oposición política y social. De hecho, más temprano que tarde, muchos de ellos terminaran en la cárcel o en el exilio. Ese es su inevitable destino y derrota final.

telegram
Facebook comentarios