Por qué cuesta tanto pensar y su implicación
Autor: Jairo Alarcón Rodas
Todo el que disfruta cree que lo que importa del árbol es el fruto, cuando en realidad es la semilla. He aquí la diferencia entre los que creen y los que disfrutan.
Friedrich Nietzsche
Por siempre, a la humanidad en general le ha costado pensar, reflexionar, reforzar su intelecto, a pesar de que eso es lo que la diferencia de los demás animales de la tierra. Al final, son pocos los que han desarrollado su inteligencia, propuesto ideas, pensamientos que han moldeado el desarrollo de la humanidad, que le han servido a los demás para su comodidad y bienestar.
Pensar para, tiene un fin práctico y es lo más común en la cotidianidad de las personas, sería algo similar a lo que Horkheimer denomina racionalidad instrumental, en donde se optimizan los medios para lograr un fin determinado, sea este de cualquier tipo, es decir, cuyo impacto en la sociedad pueda ser beneficioso o perjudicial.
El pensamiento filosófico reflexiona, por ejemplo, sobre las preguntas que Emanuel Kant considera imprescindibles: ¿qué puedo conocer?, ¿qué debo hacer? y ¿qué puedo esperar? Todas preguntas que van más allá de lo inmediato y de lo sensiblemente aparente.
Qué puedo conocer, tiene límite mi conocimiento y, si conozco, qué es la realidad, todas preguntas que ameritan de una reflexión más profunda y de pensamientos más complejos que desembocan en la pregunta de cómo debo actuar en el mundo y, desde luego, en sociedad. El pensamiento va siempre de lo simple a lo complejo, de modo que puede construir ideas cotidianas, triviales, pero también profundas, filosóficas.
No obstante, quiénes pueden pensar en temas profundos cuando las necesidades existenciales los obligan a pensar en lo inmediato, en sencillamente sobrevivir en un mundo en donde las oportunidades para obtener satisfactores mínimos se hacen cada vez más difícil.
Les es muy cómodo a las personas recibir instrucciones y cumplirlas para hacer o producir algo. Acción que es el resultado de lo que se denomina conocimiento técnico, del que Aristóteles se refería como el saber productivo orientado a la fabricación y creación de objetos. Conocimiento que no se debe sobrevalorar ya que ha sido, durante mucho tiempo, fundamental para el desarrollo de la humanidad.
De ahí que el conocimiento técnico ha permitido resolver problemas cotidianos y ha impulsado el progreso y el desarrollo social, económico y cultural, sin embargo, la mente humana tiene más recursos que ello, ya que es fuente inagotable de conocimiento.
Es por lo que el filósofo de Estagira situaba al conocimiento técnico en una escala inferior del saber, ya que, para él, existe un conocimiento superior, el que busca el porqué de las cosas, el de las causas primeras y últimas, las más universales de la realidad, el de las esencias .
De tal manera que gran parte del contenido mental de las personas corresponde al pensamiento procedimental, que constituye el conocimiento de cómo hacer las cosas. Pensar más allá de eso, para el común de las personas les resulta irrelevante e inútil. Lo peligroso del asunto es que ello se debe, en gran parte, a las políticas y procesos educativos vigentes en muchos centros educativos y países, a los que no les interesa formar entes pensantes sino obedientes para el sistema.
Aprender conocimientos técnicos, útiles para la sociedad, que redunden en un beneficio inmediato es lo que les interesa, es lo que constituye lo más importante. Y así como cuando Bertolt Brecht, al referirse a la moral, sentenciaba: Esos que pretenden, para reformarnos, vencer nuestro instinto criminal, que nos den primero de comer, de igual forma antes de desarrollar el intelecto se debe tener satisfecho el estómago.
Muchos no tienen la oportunidad de desarrollar su inteligencia, de fortalecer su pensamiento crítico pues el sistema, la sociedad, el Estado les ha impedido el acceso a los satisfactores necesarios para su subsistencia y desde luego su interés se centra en idear las formas para subsistir un día más.
Pero, qué sucede con aquellos que tienen subsanadas las necesidades esenciales y, aun así, se niegan a ejercitar su intelecto. Ellos, por lo general, tienen la conciencia adormecida o deformada. Algunos por su condición de clase no se permiten ver más allá de lo aparente, por lo que consideran que tener éxito es equivalente a pensar bien, tener criterio, ser inteligente. Éxito que no tiene reparo en los medios, sí en lo fines. Otros, sucumben en las redes de alienación del sistema, en el que se difunden valores consumistas, que conducen a exaltar el tener sobre el ser.
Y así, por ejemplo, un publicista se desempeña en su labor profesional para lograr que un grupo objetivo cambie de comportamiento a través de la persuasión o del arte de la seducción emocional. A él no le interesa que el consumidor entienda su mensaje y que, con ello, pueda constituirse en un agente crítico, sino lo que le importa es que sea cautivado por una idea, una marca, un mensaje que lo dirija a consumir.
En este caso, el enemigo de la publicidad y de la mercadotecnia es el pensamiento crítico. Se entiende entonces por qué en las sociedades capitalistas, que basan su vigencia y desarrollo en el consumo y en el tener, mientras menos se les enseñe a pensar a las personas, a reflexionar sobre su entorno, más fácilmente serán persuadidas por los mensajes subliminales de la publicidad que las conduzcan al consumo.
De modo que, en gran parte, los sistemas educativos son responsables de que el pensamiento de los estudiantes se dirija a su “domesticación”, a una visión pragmática, de inmediatez de resultados, en la que lo más importante es aprender a hacer y resulta irrelevante el pensar en el cómo, en por qué se hacen las cosas.
De manera que la educación domesticadora adapta al individuo al sistema que impera en la sociedad, en la que, en palabras de Paulo Freire, el educador «deposita» conocimientos en estudiantes que son vistos como receptores pasivos de información, los que reproducen simplemente lo que se les enseña y han aprendido.
El aprender a pensar más allá de lo inmediato y de lo práctico utilitario adquiere características preocupantes en el momento actual, en el que el desarrollo de la tecnología, de la cibernética y de la inteligencia artificial irrumpen en el mundo, automatizando las labores humanas y, sobre todo, tomando el control de las mentes y de las acciones de muchos jóvenes, sin que ellos se den cuenta.
Cada vez más, las acciones mecánicas, las operativas, que realizan trabajadores, obreros, operarios y aquellas labores cuyo margen de libertad y de criterio no constituya un riesgo para la labor comercial de las empresas están siendo sustituidas por robots, por máquinas, por inteligencia artificial generativa. Situación que es comprensible ya que un robot puede realizar la función operativa más eficientemente que un trabajador y a más bajo costo. ¿Cuál será, entonces, el futuro de los operarios tecnológicos, de aquellas personas que únicamente aprenden a hacer?
Ejercitar el intelecto requiere de una formación teórica que permita adquirir habilidades mentales, que profundicen más allá de los aspectos operativos, prácticos y funcionales, que faculte a las personas en conocimientos, no solo para el momento sino para la vida, lo que conlleva contemplar aspectos cognitivos, sociales, políticos y éticos.
Con relación a ello, Henry Giroux señala, en la era de las pruebas estandarizadas, el pensamiento y la acción, la razón y el juicio han sido desechados, al igual que los docentes están siendo cada vez más desprovistos de habilidades y forzados a actuar como técnicos semirrobóticos que sirven para poco más que enseñar para el examen. Los contenidos de la enseñanza resultan ser volátiles y, muchas veces, irrelevantes para la formación esencial de los estudiantes.
Lo que significa que docentes, cada vez más orientados a lo técnico, profesores robotizados, reproductores de contenidos, formen y reproduzcan, a la vez, sujetos automatizados, sin pensamiento autónomo, con habilidades, en el mejor de los casos, para insertarse en el engranaje del sistema y como piezas cosificadas de un mecanismo operativo, reemplazables en cualquier momento.
Tristemente, hay personas que, teniendo la oportunidad de desarrollar su pensamiento, de constituirse en sujetos críticos, se acomodan en la mediocridad y en el confort que les hace creer el sistema, de modo que no se actualizan, no se preparan, no leen y si lo hacen no comprenden lo que las lecturas les proporciona ni hacen lo posible por profundizar reflexivamente en su contenido.
El sesgo de confirmación, que es la tendencia humana a buscar, interpretar, favorecer y recordar información que confirma las creencias preexistentes, ignorando o minimizando la que las contradice, es el comportamiento que regularmente adoptan las personas que, ajenas al pensamiento crítico, se niegan a aceptar otras ideas que no sean las que consideran ser las correctas sin sustento teórico y válido alguno.
En síntesis, la inteligencia artificial está sustituyendo la labor reflexiva que todo ser humano está obligado a realizar, dada su condición esencial, que consiste en emplear la razón para la solución de sus problemas, es más, en artículo publicado en The Wall Street Journal, el director ejecutivo de AE Studio por Judd Rosenblatt indicó que un modelo de inteligencia artificial, eludió el control humano, Rosenblatt enfatizó que la brecha entre un “asistente útil” y un “actor incontrolable” se está desvaneciendo.
De modo que, si la IA adquiere autonomía, qué le impediría tomar el control sobre los humanos, los que paulatinamente están dejado de pensar, de reflexionar, de cuestionar.
