Estado de Israel: de víctimas a victimarios. ¿Por qué se transformó engenocida?

Marcelo Colussi
mmcolussi@gmail.com,
Hoy el Estado de Israel es una delegación del poder estadounidense -secundado también, en
alguna medida, por la Unión Europea- en una zona particularmente rica en petróleo (un
tercio de la producción mundial proviene de Medio Oriente y el Golfo Pérsico, y en la
región se encuentras las reservas más grandes del planeta, junto con las de Venezuela),
riqueza que Occidente -o mejor dicho: sus enormes multinacionales (ExxonMobil,
Chevron, Halliburton -Estados Unidos-, Shell -Gran Bretaña y Holanda-, British Petroleum
-Gran Bretaña-, TotalEnergies -Francia-) no quieren perder por nada del mundo. Esto
explica que Israel sea una potencia militar, el único país de la región con armamento
nuclear, no declarado oficialmente pero tampoco nunca negado (alrededor de 90 bombas
atómicas, o quizá más), listo para defender esos intereses empresariales. El sionismo
gobernante en el país no defiende la “tierra prometida”; defiende los intereses capitalistas
occidentales. El lobby judío de Estados Unidos -su principal sostén- no tiene intereses
religiosos; solo tiene olor a dólar.
El presidente israelí Benjamin Netanyahu dijo que los palestinos deben salir de Gaza
porque ese es un territorio que le pertenece históricamente al pueblo judío. ¿Razones
histórico-religiosas? ¡No, en absoluto! Dicho esto, inmediatamente declaró que la Franja de
Gaza es un “buen negocio inmobiliario” que explotará el Estado de Israel junto a Estados
Unidos (o junto a ese magnate inmobiliario que es el actual presidente: Donald Trump,
quien se permitió decir vez pasada que la zona se convertiría en un “resort de lujo”, la
Riviera de Oriente Medio).
La ayuda militar estadounidense más grande para con algún país es la que otorga a Israel:
alrededor de 4,000 millones de dólares anuales, traspasándole mucha tecnología bélica de
punta, lo que representa el 17% de toda la ayuda armamentística de la gran potencia al
exterior. Para Tel Aviv eso significa el 70% de la cooperación militar externa; el resto viene
de Europa. A su vez, Israel produce su propia tecnología militar -siempre asistido por
Estados Unidos-, lo que lo constituye en un feroz guardián del área, en todo momento listo
para atacar, tal como está haciendo ahora en forma creciente. “Israel debe ser como un
perro rabioso, muy peligroso para ser molestado”, expresó sin ningún remordimiento, o
más aún: ¡orgulloso!, el que fuera general y ministro de Defensa israelí, Moshé Dayán.
Debe tenerse bien en claro esto: el pueblo judío ha sido, desde el legendario éxodo bíblico,
un colectivo marcado por la exclusión, la persecución, el escarnio. Proceso milenario que
concluye con el Holocausto (la Shoah) a manos de la locura eugenésica nazi (el supuesto
“pueblo culto y desarrollado de Europa” ¿?), donde murieron seis millones de sus
miembros, es decir, alrededor de una tercera parte de la población judía mundial en ese
entonces, para inicios de la década del 40 del pasado siglo. Sin ningún lugar a dudas, su
historia como pueblo ha sido una de las más sufridas en la historia humana (sin olvidar
otros genocidios ocurridos en otras latitudes con otros pueblos, igualmente atroces, todos
considerados delitos de lesa humanidad, por tanto, imprescriptibles e imperdonables en
términos jurídicos).
Hoy día el Estado de Israel lleva a cabo una política de terrorismo y agresión pavorosa.
Nada, absolutamente nada lo puede justificar, y las tropelías que comete contra el pueblo
palestino -ahora ampliadas a una gran zona que toca todo el Medio Oriente- son tan atroces
como las que sufrieran los judíos en los campos de exterminio de Europa durante la
Segunda Guerra Mundial. ¿Cómo entender esto: venganza histórica? No olvidar, de todos
modos, que también hay voces judías que piden terminar con esta locura militarista, con la
política anexionista que impulsa el gobierno de Tel Aviv, sectores que buscan una paz
genuina y una sana convivencia con sus vecinos. Una visión tendenciosamente simplificada
y maniquea de la situación de esta región del planeta pretende hacer ver la lucha entre
judíos y árabes como consustancial a la historia. Pero en verdad este conflicto no es
religioso, ni tampoco racial, por cuanto los palestinos son tan semitas como los judíos y
durante siglos han convivido en paz. Es un conflicto de proyectos estratégico-militares,
internacional y territorial, con grandes intereses económicos de por medio, y que se anuda
con vericuetos psicosociales muy complejos donde no está ausente algún mecanismo por el
que las históricas víctimas juegan ahora el papel de victimarios (¿su “resarcimiento” como
pueblo?)
En el campo de las ciencias psicológicas (esto fue formulado por Sigmund Freud, alguien
de extracción judía justamente, quien se salvó del campo de concentración por ser una
celebridad mundial, permitiéndose -o exigiéndosele- el exilio, ya en su vejez y enfermo de
cáncer) existe un principio que dice: “En el momento actual se repite activamente lo que,
con anterioridad, se padeció pasivamente”. ¿Habrá algo de eso en juego aquí? ¿De
víctimas a victimarios? En realidad no hay ninguna diferencia entre la “solución final” y las
cámaras de gas de los nazis sufridas por el pueblo judío con la actual “limpieza étnica” de
palestinos que hoy algunos judíos -¿en nombre de qué?- están haciendo en Gaza. (Ver video
adjunto)
El Estado de Israel -que no significa la totalidad del pueblo judío- continúa imperturbable
su política de invasiones y agresiones contra todos sus vecinos; ahora ya no es solo contra
los palestinos de la Franja de Gaza sino con toda una amplia zona. Cada guerra que libra –
ahora son innumerables los frentes de batalla que tiene abiertos- como dijo Alfredo Jalife-
Rahme, constituye un “eslabón en la cronogeopolítica de 104 años que busca implementar
el proyecto del “Gran Israel” del río Éufrates al río Nilo (las dos franjas azules de su
bandera)”. Desde la Declaración Balfour de 1917, impulsada por el entonces ministro de
Relaciones Exteriores británico Arthur James Balfour dirigida al barón Lionel Walter
Rothschild -banquero judío, sionista, uno de los hombres más ricos del planeta- buscando el
establecimiento de un “hogar nacional judío” en Palestina, para el sionismo fundamentalista
la idea de una “tierra prometida” siguió creciendo. Hoy, con un carácter mesiánico (¿quasi
delirante?), Netanyahu -y por supuesto los poderosos capitales estadounidenses que lo
apoyan- está llevando adelante ese proyecto.
Desde octubre de 2023 el actual gobierno sionista está produciendo una siempre creciente
escalada de ataques y agresiones en zonas cada vez más amplias. Además de la monstruosa
situación de Gaza -un “campo de concentración a cielo abierto”, como dijera el Papa León
XIV- donde ya se contabilizan 65.000 palestinos muertos, por lo que el hecho ya fue
calificado abiertamente como genocidio, Tel Aviv ha tenido enfrentamientos con Hezbollah
en El Líbano, perpetró incursiones en Cisjordania, mantuvo operaciones de ataques contra
los hutíes en Yemen, libró una guerra abierta con Irán en junio de 2025 -de la que no
emergió ganador-, y recientemente atacó a Qatar -gran aliado de Washington en la región,
donde se encuentra la base militar norteamericana más grande de Medio Oriente- en el
momento que se realizaban negociaciones con representantes del grupo Hamas. Muerte y
destrucción por doquier, sostenidas con el argumento de supuesta “defensa de su propia
integridad ante las amenazas existenciales” de las que sería víctima.
¿Qué significa toda esta avanzada bélica, esta siempre creciente agresividad del Estado de
Israel? No hay que olvidar que tras todo esto está en todos los casos el gobierno de Estados
Unidos y, básicamente, su poderoso lobby judío. Washington no se molesta en ocultarlo;
por el contrario: participa activamente en más de una oportunidad. En el enfrentamiento
contra Irán, dado que Tel Aviv no tenía la capacidad militar para atacar los laboratorios
persas, activó su propia aviación para bombardearlos. En Qatar, pese a la supervigilancia
que desarrolla en su base más sofisticada de la zona, dejó llegar el ataque israelí. En Gaza,
avala directamente el genocidio, y ha impedido reiteradas veces en el Consejo de Seguridad
de Naciones Unidas resoluciones condenatorias contra el exterminio impiadoso que se está
realizando, argumentando que Israel actúa “en defensa propia”, así como se niega
rotundamente a reconocer a Palestina como Estado autónomo.
El papel que juega Israel en esta geopolítica no puede desprenderse de quien lo sostiene:
Estados Unidos. Esta impunidad con que se mueve Tel Aviv, recibiendo siempre el
beneplácito de la Casa Blanca, puede entenderse en definitiva como un esfuerzo
desesperado de una potencia que va cayendo, tomando a Israel como su alfil para
desarrollar su defensa. ¿Qué escenario hay tras todo esto? Seguir intentando empantanar a
Rusia en su guerra contra Ucrania -¿quizá forzándola a utilizar armamento nuclear táctico,
preámbulo entonces de un Armagedón generalizado?-, continuar levantando al Estado de
Israel como potencia dominante de Medio Oriente con poderío nuclear destruyendo la
capacidad atómica de Irán -cosa no lograda de momento- y sometiendo a todos los aliados
de Teherán (Hamas, Hezbollah, hutíes), para tener aseguradas las reservas petroleras de la
zona, seguir provocando a China a partir de la situación de Taiwán -“provincia rebelde”
para Pekín, “territorio libre de comunismo” para la visión de Washington-. El día del
bombardeo estadounidense a los tres laboratorios nucleares iraníes, casualmente llegaba a
Teherán el primer tren inaugurando la Nueva Ruta de la Seda entre China e Irán. Todo eso
tiene como objetivo final bloquear el intento de crecimiento del área BRICS+ -teniendo a
China como principal enemigo-, intentando impedir una economía que se aleje del dólar.
Dicho de otro modo: hacer lo imposible por detener (o lentificar) su caída. Esa caída, muy
al pesar de su clase dominante, ya ha comenzado y no parece detenerse. Si bien su
economía es, aparentemente, próspera, la misma se basa en un mecanismo financiero
mafioso que no tiene futuro: su moneda ya no tiene respaldo, y 47 de los 50 estados que conforman la Unión (salvo California, Texas y Nueva York, donde asienta el lobby judío)
están técnicamente en recesión.
Este bloque BRICS -que no constituye una propuesta socialista-, definitivamente sigue
creciendo, y su peso global ya es significativo (más de 40% del producto mundial, con
enorme poderío científico-técnico y militar, y una enorme población, que alcanza a la mitad
de la humanidad). Ese crecimiento pone muy nervioso al Estado profundo de la potencia
americana (Wall Street, Silicon Valley, las petroleras, el complejo militar-industrial: los
verdaderos mandamases), porque le hace ver que no tiene un futuro esplendoroso por
delante. ¿Qué saldrá de eso: ¿una Tercera Guerra Mundial híbrida, con armamento nuclear
limitado? No es improbable. Ahí está Israel con sus 90 bombas atómicas listas.
El pueblo judío está manipulado hasta la médula. La prédica con que se le bombardea en
forma continua intenta ponerlo como víctima perpetua de un ataque de sus vecinos,
activando así el imaginario histórico de una agresión antisemita visceral. Pero no todos los
judíos terminan creyéndoselo, y hay voces críticas contra esto. La comunidad judía, sin
dudas sufrida desde tiempos inmemoriales, merece algo distinto a este gobierno genocida,
hoy encabezado por un fanático militarista como Benjamín Netanyahu.