Entre basura por todos lados 

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Fernando Cajas

Mi abuelo Tono era carpintero, ebanista se llamaba a sí mismo. Vivía una vida pacífica, como la vida del Quezaltenango de la primera parte del Siglo XX, al menos sin el tráfico vehicular de las ciudades de ahora. Quezaltenango se llamaba. Su taller de carpintería quedaba a pasos de donde vivía. Los desechos, los residuos como les llaman ahora, eran en su gran mayoría, si no todos, orgánicos. Así que, sí, la abuela Lola cocinaba, todos los insumos y productos eran orgánicos. Si no fuera por los alborotos que significaba tomar el Ferrocarril de los Altos hacia San Felipe Retalhuleu o las pocas obras de teatro que se presentaban en el recién estrenado Teatro Municipal de Quezaltenango, o la asistencia a algún matrimonio amenizado por la marimba Hurtado Hermanos, la vida seguía pacífica y la basura no era problema.  

Mientras terminaba la Primera Guerra Mundial, 1914-1918, la vida de las ciudades y los pueblos dependía de productos orgánicos, los residuos, entonces llamados la basura, se enterraban en el patio de la casa para producir abono orgánico. La casa de mi abuelo tenía un terreno pequeño, pero suficiente para sembrar frutales, duraznos, ciruelas, peras, y dejaban un área de por lo menos una cuerda para sembrar maíz. Entre el maíz sembraban habichuelas y también frijoles, esos deliciosos porotos, como les dicen los panameños a los frijoles. 

Todo eso cambió abruptamente a partir de la intensa urbanización desordenada que rompió con las costumbres productivas y habitacionales de entonces.  Empezó la producción industrial de plásticos, dejamos de empacar con hojas del mismo maíz seco llamado «doblador» o alternativamente con hojas de max’an y luego con hojas de papel. Pero los plásticos y la producción industrial de alimentos vinieron a transformar la economía circular existente. Empezó la pesadilla de los residuos, de los basureros a cielo abierto, del consumo desenfrenado y principalmente del usar y tirar, aquí nada se reúsa. En ese mundo vivimos ahora. 

En promedio, cada guatemalteco genera 0.5 kilogramos por día de residuos, según el Banco Mundial. En otras palabras, hay que tratar solamente en residuos domésticos 10 millones de kilogramos diarios, o sea, 3,600 millones de toneladas al año. Esto sin contar los desechos industriales ni sanitarios. Esto requiere al menos un plan de manejo de residuos, no digamos una ley de gestión de residuos. Pero en Guatemala no tenemos ni uno ni otro. Las municipalidades realmente no tienen un plan de gestión de residuos. 

Tome cualquier municipalidad guatemalteca. Ciertamente, hay recolección parcial, tienen unos camiones todos destartalados recogiendo basura y tirando parte de ella en las calles. Usan rutas hechas empíricamente y ahora que la Corte de Constitucionalidad dejó en suspenso el reglamento de desechos que el Ministerio de Medio Ambiente, MARN, puso en vigencia luego de años de tenerlo, pero de no usarlo, ahora, es aún peor. 

Ciertamente, los alcaldes tendrán justificaciones para no realizar una gestión adecuada de residuos, entre las cuales puede estar: Falta de financiamiento, ausencia de capacidad y tantas excusas. Pero la responsabilidad del buen manejo de residuos es de las alcaldías. Sin embargo, los alcaldes, organizados en la Asociación Nacional de Alcaldes de Guatemala, ANAM, siempre se han opuesto a ese reglamento y, por lo tanto, no desarrollan una gestión adecuada de residuos. Tienen un pseudo sistema de recolección para residuos y tirarlos en algún barranco y crear un basurero a cielo abierto, un enorme peligro para la salud de todos. 

Lo que es impresionante del proceso que hemos vivido durante los últimos meses es la indiferencia con que el pueblo ha visto ver la batalla entre la ministra de medio ambiente y las alcaldías, como si fuera un espectáculo más y no un problema nuestro, un problema existencial. A la población no le importa. Lo mínimo que debió hacer la población fue ir a tirar la basura a las puertas de las casas de los magistrados, que dejaron en suspenso el reglamento de desechos.  

Vivimos entre la basura y mientras los alcaldes no hacen nada para resolver el problema y mientras la Corte de Constitucionalidad los apoya aduciendo una pseudo autonomía municipal, una figura legal que no debería ser tan importante como la salud del pueblo, nosotros, sí, Usted y yo, y todos, aceptamos pacientemente como alcaldes corruptos, en su mayoría, hacen de todo, menos trabajar por el bienestar de sus comunidades.

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